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Grandes Personajes

 

 

Augusto Renoir

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Personaje importante en el campo de la pintura. Uno de los máximos exponentes del impresionismo.
Hombre abocado a la perfección de las cosas y a la búsqueda de la belleza. Hombre inteligente que
se diera a la fama. Su nombre: Augusto Renoir.

 

 

 

  

El arte y la gente

 

Difícil es poder asegurar que aquellos que compran pinturas saben en realidad de arte. Una cosa es tener dinero y otra, muy distinta, tener talento. La mayoría de las galerías en nuestra ciudad están llenas de porquerías, que mucho me temo, puedan servir al menos para algo.

 

Y no es que falten en ellas pintores de calidad; los hay, y los hay bastante buenos. Lo que pasa que muchas de las obras, ahí expuestas, carecen, a mi juicio, de un verdadero valor artístico. El arte, para, mi se ha ido debilitando. El arte, lo han comercializado.

 

Es por eso que prefiero la pintura clásica a la moderna, sin dejar de resaltar obras de grandes pintores que, seguro, usted ya conoce. También desearía señalar que, incluso, dentro de lo llamado «clásico» existen sus aberraciones (o, al menos para mí, cuadros totalmente espantosos), y que otros consideran «grandes obras».

 

 

Los gustos

 

«En gustos se rompen géneros», reza el refrán. Y en verdad, es cierto. En todas las épocas, países o lugares, el gusto por las cosas es diferente. El arte, en sus más diversas formas tiene sus partidarios y tiene sus detractores. Lo que unos ven como bonito, bello, hermoso o sublime, otros podrán mirarlo como feo, horrible o espantoso.

 

En lo que respecta a la pintura sucede lo mismo. Muchos se dicen conocedores sin serlo. Algunos alegan tener instrucción, pero carecen de educación y de juicio crítico; otros podrán tener dinero, pero adolecen, en todos sentidos, de sentido y sentimiento artístico.

 

En gustos se rompen géneros, es cierto; pero, también, es válido decir que las obras por sí solas tienen mucho que decir y su verdadero valor reposa tanto en ellas mismas como en la persona que las contempla. Y, como sabemos, que cada cabeza es un mundo, de ahí las diferencias.

 

 

Augusto Renoir

 

Catalogado como uno de los mejores exponentes del impresionismo, así también como un incansable buscador de la perfección en la pintura, Augusto Renoir ha pasado a la posteridad a través de esa magnífica obra dejada a nosotros y que simboliza una belleza muy especial digna de contemplar.

 

Hijo de un sastre, Leonard Renoir, y de su esposa Margarita Merlet, Augusto Renoir nació en Limoges, Francia, un 25 de febrero de 1841. Fue el penúltimo de cinco hijos de esta familia cuyos recursos económicos eran escasos, por no decir que muy pocos. Basaban su subsistencia únicamente de aquello que substraían del pequeño negocio que tenían (la sastrería) y que deseaban continuaran sus hijos. Más tarde, a pesar de no ver cumplido ese sueño, en cambio sí tuvieron el privilegio de compartir los éxitos alcanzados por su hijo.

 

 

Familia y escuela

 

La familia se encontraba ya instalada en un pobre barrio de París. Augusto haría sus primeros estudios en la escuela comunal de ese lugar. Posteriormente ingresaría al Colegio de las Hermanas de las Escuelas Cristianas. Ahí los profesores lo calificarían como un buen alumno, alegre y formal.

 

En aquellos tiempos, Augusto sentía especial atracción por el canto, ingresando al coro de la capilla, consiguiendo al poco tiempo la admiración de todos los educadores. Luego, además de ser buen estudiante, Augusto empezaba ya a mostrar buenas habilidades para el dibujo y la pintura.

 

 

Su inicio en la pintura

 

Se sabe que a los trece años de edad y para aliviar la pesada carga económica que venían soportando sus padres, Augusto comienza a trabajar como ayudante y aprendiz en un taller de porcelanas. Ahí aprende a decorar tales piezas a cambio de una pequeña (por no decir, mísera) retribución.

 

Más tarde se dedicaría a la elaboración de dibujos que pintaba sobre abanicos, también a colorear cuadros de carácter religioso. Luego, a los trece años, y por ser vecino del lugar, Augusto entraba gratis al museo del Louvre, donde tenía la oportunidad de apreciar los cuadros de grandes pintores, especialmente las obras de Rubens, uno de los que más solía admirar.

 

Sus visitas eran cosa de todos los días. El incipiente joven recorría todos los salones, sin tener que pagar la entrada. Allí el pequeño contemplaba esas pinturas que tanto le fascinaban, esas esculturas que le llamaban poderosamente la atención, esas piezas y obras de arte que eran su nuevo mundo.

 

 

En busca del futuro

 

Renoir estaba decidido a ser pintor. Se inscribiría en una escuela dirigida por el profesor Gleyre. Ahí compartiría su tiempo al lado de otros alumnos (que luego serían también grandes pintores), entre ellos Claude Monet, Paul Cézanne, Camile Pissarro y Alfred Sisley.

 

Alejado de sus padres por no haberse dedicado a la decoración de porcelana, acabó con los pocos ahorros que tenía. No tenía más remedio que trabajar, y trabajar duro... Pero lo que a él le gustaba era la pintura y a eso se dedica.

 

Renoir se pone a pintar cuadros. Estos los lleva a vender a exposiciones intrascendentales o simplemente callejeras, por cualquier rumbo de París. Es así como poco a poco va dándose a conocer, primeramente a través de estas pequeñas exhibiciones, luego en los cafés o exposiciones callejeras.

 

Más adelante, en 1864, y tras mucho batallar, consigue presentar algunos de sus cuadros en el «Salón de los rechazados», lugar al que muchos pintores acudían a vender sus obras, por haber sido éstas no aceptadas (rechazadas) en otras partes. A partir de este momento, la crítica se ensaña contra los «impresionistas», pero ya para entonces, Renoir empezaba a ser famoso.

 

 

Renoir y su pintura

 

Catalogado como uno de los mejores pintores impresionistas que se tenga memoria, Renoir no se estancó en dicha escuela de pintura. Día tras día buscaba algo más que dar o plasmar sobre el lienzo. De pie frente a su caballete, Renoir plasmaba sobre el lienzo su alma de artista.

 

Luego, más adelante, con sus amigos Pissarro, Monet, Sisley y Bazille, crea, en 1874, la «Sociedad Anónima de Artistas, Pintores, Escultores y Grabadores», cuya primera exposición se lleva a cabo el 15 de mayo de ese mismo año. Era la primera vez que estos pintores se unían para proclamar su triunfo.

 

Renoir participaría con grandes obras, entre ellas cinco de sus grandes cuadros: Bailarina, El Palco, La Parisiense, Los Segadores y Cabeza de Mujer. De estas obras, lograría vender la segunda (El Palco), por 425 francos, cuadro de especial belleza por sus sobrios matices en blanco, negro y oro.

 

 

Compradores, fama y fortuna

 

Es natural que cuando alguien «importante» compra, las pinturas del artista suben de precio. No siempre suena lógico esto, pero es algo que, admitámoslo, sucede. Dentro de sus actividades sociales, nuestro personaje conoce a Georges Charpentier, importante director de una biblioteca y amante del arte. Tanto él como su esposa le piden obras y Renoir los complace.

 

Así, admirador de su talento, Charpentier introduce a Renoir en un medio que resultaría benéfico para el artista. Sus cuadros son expuestos en las principales casas de París. Galerías y tiendas de arte exhiben sus cuadros. Luego vendría otro de sus principales compradores, Víctor Choquet.

 

La suerte le sonríe, las ventas suben. Renoir es ya por todos conocido. La gente habla de su talento, los críticos alaban su arte y su dominio. Nuestro personaje es ya todo un connotado pintor. Había recibido apoyo, pero también su arte había valido. Renoir tenía apenas cuarenta años.

 

 

Mujeres y matrimonio

 

La vida de Renoir fue azarosa. Por el pasaron numerosas mujeres, muchas de las cuales posaron para él. El sexo débil era su tema favorito. Rostros de amistades y bellas jóvenes, lo mismo que gran cantidad de desnudos que realizara posteriormente, fueron los temas principales de Renoir.

 

Estos trabajos le ocupaban todo el tiempo, pero fue éste que le brindó la oportunidad de conocer a aquella que sería su mujer, una bella modelo de nombre Aline Charigot. Renoir contraería con ella matrimonio en 1881, naciendo de esta unión tres hijos: Pierre, en 1885; Juan, en 1893; y Claude, en 1901. Sería ésta la única esposa de Renoir.

 

 

Por el mundo

 

El mismo año que contrae matrimonio. Renoir viaja por Italia donde se maravilla con la obra del pintor, arquitecto y arqueólogo italiano Rafael, uno de los más grandes representantes del Renacimiento. Sus viajes por Italia, Argel, España e Inglaterra, lo mismo que por Holanda y Alemania, le abren las puertas al mundo. Valga decir que fueron los únicos países que conociera fuera de su patria. Sin embargo, ya su obra empezaba a ser conocida por todo el mundo. Otros países ya hablaban de su obra. Sus cuadros y pinturas empezaban a cobrar un valor inusitado.

 

 

Sus principales obras

 

Difícil es precisar el número de lienzos que pintó Renoir. Existen numerosos dibujos hechos a lápiz, bocetos, pinturas, sanguinas (retratos hechos a lápiz rojo), y otras obras más, muchas de las cuales destruía en momentos de ira. Sin embargo, sus obras son harto conocidas y hoy en día se exhiben en prestigiosos museos de todo el mundo.

 

La lista es enorme. Entre las pinturas más conocidas de Renoir caben destacar: El Palco, Retrato de Madame Charpentier y sus hijos, Las grandes bañistas, El Columpio, El almuerzo de los remadores, Muchachas al piano y Parisienses vestidas de argelinas. Sus cuadros se dejan ver en museos de todo el orbe, desde Moscú a Nueva York, desde Leningrado hasta Roma, desde París hasta Buenos Aires, desde Budapest hasta Berlín, desde Londres hasta Viena y desde Dallas hasta México.

 

 

Los últimos años

 

No todo fue color de rosa para nuestro personaje. Su estado físico no era de lo mejor. A partir de los 42 años comienza a sufrir dolencias reumáticas, enfermedad que fue degenerándose a medida que transcurrían los años hasta dejarlo postrado en una silla de ruedas.

 

Sus manos se empezaron a inmovilizar, sus articulaciones comenzaron por no responderle. Era preciso colocarle el pincel entre los dedos índice y pulgar para que pudiera pintar. No obstante, así, Renoir conserva ese carácter optimista que le distinguía. En 1900 le es concedida la Cruz de la Legión de Honor en su rango de caballero, y en 1912 en el rango de oficial.

 

A partir de 1910 Renoir solamente puede moverse con la ayuda de muletas. En 1912 es cuando empieza a usar el pincel atado a sus dedos. Dos años más tarde -y una de sus grandes satisfacciones- es haber sido admitido al Museo del Louvre, a pesar de la regla que decía que era imprescindible, para merecer tal honor, que el artista hubiese fallecido.

 

En 1915, una tragedia moral, le hace enlutar aún más su corazón: fallece su esposa. Instalado definitivamente en Cagnes desde 1903, soportando este reumatismo que no le dejaba ni a sol ni a sombra, pintando bodegones, paisajes, desnudos en nuevas dimensiones, nuestro personaje sufre en noviembre de 1919 una congestión pulmonar.

 

Convaleciente en su lecho, nuestro personaje siguió pintando, hasta que un día, el 3 de diciembre, a las dos de la madrugada, con un lápiz en la mano, exhalaba su último suspiro. Él había sido el gran pintor del toque impresionista, aquel que había dado con su pincel un toque bello y mágico al desnudo. Ese famoso pintor francés de nombre: Augusto Renoir.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 29 de octubre de 1990.

 


 

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