Ven a mi mundo

 

Grandes Personajes

 

 

Juan Enrique Pestalozzi

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Maestro y enseñante, uno de los precursores de la instrucción y la educación moderna.
Su obra es indiscutible porque descansa en una verdad eterna: enseñar al niño en el mismo
campo de las cosas Un hombre, un soñador que quiso dar al mundo aquello que sabía:
Juan Enrique Pestalozzi.

 

 

 

 

Recordando el ayer

 

Hace algunos años (bastantes, para ser exactos; aunque lo de «bastantes» pudiera ser relativo: 20 años), me encontraba tomando clases de alemán en lo que solía llamarse el «Tecquito». Era la Escuela de Extensión Cultural del Tec, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.

 

Tendría yo entonces unos 19 años, y en una de esas clases, la maestra Frau Gartz, hacía mención a una de las láminas que aparecían en el libro (y al mismo en la pantalla, pues eran clases con método audiovisual), y decía: «¡Pestalozzischule!»; que quiere decir, «Escuela Pestalozzi»).

 

Esta imagen se me quedó muy grabada, pues yo solo sabía que una de las paradas del camión (por ahí iba la lección), unos niños se detenían precisamente en esa esquina, la de la Escuela Pestalozzi. Mucho tiempo después supe que Pestalozzi había sido un pedagogo y maestro suizo que había dedicado gran parte de su vida a la instrucción y educación de los niños pobres.

 

 

Pestalozzi: su vida

 

Juan Enrique Pestalozzi nació en Zurich, Suiza, el 12 de enero de 1746. Su vida estuvo llena de desgracias, aunque siempre trató él de seguir adelante. Su padre, de origen italiano y cirujano de profesión, lo perdió cuando aún era chico. Fue así como a su madre le tocó cargar con la responsabilidad y peso que implicaba la educación de Juan Enrique.

 

La vida, es de esperarse, no era nada fácil que digamos. Su madre era una mujer laboriosa, tendiente a economizar y con costumbres austeras. Un aspecto flaco era su debilidad de carácter para reprimir los impulsos de su hijo, que poseía un temperamento fuerte, ardiente y desordenado; su madre le tenía que decir todo: abróchate los zapatos, cámbiate de medias, ponte el cinto, lávate la cara, lávate las manos. Y esto era todos los días.

 

 

En la escuela

 

En la escuela elemental a la que asistió, Juan Enrique no mostró o reveló talento alguno. El maestro no pudo enseñarle a leer, ni tampoco a escribir, por la torpeza de sus manos. Su maestro, desesperado, tal vez, dijo un día: «Jamás se podrá hacer algo bueno con este niño». Y es que todo le salía mal; pero, a pesar de todo esto, Juan Enrique era estimado por su bondad: un niño hambriento, le arrancaba lágrimas; un acontecimiento o escena triste, le hacían llorar.

 

Así, a medida que iba creciendo, fueron apareciendo en él ciertas cualidades intelectuales que atraían la atención de los maestros. Ya era un estudiante distinguido, aunque bastante soñador y algo distraído en sus lecciones. Pero, cuando ponía atención, aprendía con seguridad y aplomo; aunque lo que se le criticaba era su falta de cuidado en el uso del lenguaje y la puntuación gramatical.

 

Hubo muchas cosas que se le alabaron. Una de ellas fue una magnífica traducción que hiciera del griego de un discurso de Demóstenes, cuando aún los conocimientos del pequeño Pestalozzi eran muy precarios sobre esa lengua. Otra revelación fue su espíritu de admiración sobre los héroes de la antigüedad.

 

 

Algunos aspectos de su vida

 

Fue después de leer sobre los grandes hombres de la historia que a Pestalozzi le diera por dormir en una tabla, teniendo una piedra como almohada, sin usar cobertor alguno, únicamente con la ropa que traía. Su alimentación era de tipo vegetariano: comía, por lo general, sólo frutas y legumbres.

 

Por otro lado, los abusos de las autoridades le indignaban, trató de protestar; se unió a grupos, pero nada prosperó, e incluso tuvo que esconderse. Entonces pensó en abrazar la carrera eclesiástica. Sus estudios eran sólidos y sólo le faltaba algo de teología; pero también como predicador fracasó.

 

Entonces se dijo: «Y, por qué no, Derecho?» Pensó que estudiando la carrera de leyes, metiéndose a Derecho y convirtiéndose en político podría hacer lo que él quería: ayudar a la gente. Pronto se dio cuenta que tampoco era por ahí. A los políticos y los que estudian leyes lo único que les interesa es su beneficio personal y cómo aplastar a la gente.

 

Para él, todo esto resultó muy desagradable. Los más influyentes, vio él, eran de lo peor. Contribuyó esto el hecho del menosprecio con el que lo trataron los individuos influyentes y poderosos a quienes se había acercado, los cuales no veían con buenos ojos su inclinación a hacia los pobres. Veía pues, que estos líderes o políticos lo único que hacían era burlarse de la gente.

 

 

Fracasos, decepciones y cambios

 

Los fracasos y decepciones no disminuyeron el ardor de Pestalozzi; pero, aún así, no encontraba la respuesta a la pregunta que se hacía; «¿Cómo hacer triunfar sus ideas?». Sus puntos de vista teóricos parecían innovadores, aunque faltaba ponerlos en práctica. Sus ideas sobre las prácticas pedagógicas en Suiza y otros países europeos era de que éstas eran anticuadas y habría que cambiarlas.

 

Se propone llevar a cabo cambios importantes: liberar al niño del miedo al látigo, aboliendo los castigos corporales. Se proponía liberarlos de permanecer sentados todo el día, aprendiendo el abecedario, el catecismo y todo de memoria, por un tipo de instrucción y educación más útil; aprender cosas que realmente sirvieran y no cosas que se enseñan simplemente para llenar hojas y desperdiciar el tiempo.

 

Su intención era convertirse en un padre para sus alumnos, llevarles un verdadero sentido de moralidad, un profundo amor por los demás, el conocer las cosas tal y como son, en el lugar mismo donde se originan, y no solamente desde una aula donde todo suena teórico y sin sentido. Su deseo era formar buenos alumnos, con sentido de orden y trabajo, formar individuos inteligentes, hombres buenos y piadosos.

 

 

Empresas y aventuras

 

Pestalozzi estaba dispuesto a hacer algo. Le gustaba el campo y ahí deseó buscar trabajo. Fue así que se colocó de mozo en una finca agrícola de un rico propietario llamado Tschiffeli. Pestalozzi tomaba parte en todos los quehaceres, observaba todo cuanto veía, conversaba con los más humildes labriegos y tomaba apuntes de todo ello.

 

Luego, después de un año de rudo trabajo, mucho aprendizaje y grandes satisfacciones, se retiró para dedicarse a la misma actividad, pero ya de él propia. Habiendo recibido su patrimonio, se asoció a una casa comercial en Zurich para establecer una empresa agrícola, a cuyo efecto compró un terreno inculto y árido, y ahí comenzar el negocio.

 

Allí construyó una hermosa casa en la que invirtió todo su capital. A la propiedad le puso el nombre de Neuhof, que quiere decir «Hacienda Nueva». Aquí empezó con una plantación de granza (llamada también «rubia»), la cual creció muy raquíticamente. Nada de lo que aquí se sembraba se daba bien (recordemos que era un terreno árido), la firma comercial de Zurich se retira con una cuantiosa pérdida económica.

 

Por otro lado, los hombres que quedaban en la finca abusaban de la ingenuidad de Pestalozzi: se aprovechaban que dejaba el dinero en una gaveta de la mesa del comedor, a la vista de todos y sin echarle llave. Claro está, que al ver esto, nadie iba a dejar escapar la oportunidad como para llevarse un buen dinerito. Pestalozzi era «muy buena gente», eso nadie lo dudaba.

 

 

Desastre tras desastre

 

El desastre no tardó, pero Pestalozzi no se desanimó; antes bien, se lanzó a una nueva empresa: establecer una lechería. Previamente tendría que sembrar hierba para alimentar a las vacas. A parte, había pensado en casarse. Su elegida era la señorita Schulthessa, hija de un rico comerciante, de la cual estaba enamorado desde sus primeros días en Nuehof.

 

La empresa agropecuaria no sólo fracasó, sino que ésta lanzó también a su fundador a la miseria. Pestalozzi quedó sumergido en la más espantosa de las deudas. El hambre en su casa no se hizo esperar. Todo se le venía encima. Nada le resultaba. Corría el año 1775 y Pestalozzi apenas tenía 29 años.

 

 

Nuevamente a la carga

 

Pero Pestalozzi era un hombre terco (digo lo de terco, porque otro ya se hubiera desesperado). Es así como nuestro protagonista piensa en dar realidad e manera directa e inmediata a su sueño largamente acariciado: su proyecto educativo. En consecuencia dispone convertir la casa de Neuhof en escuela-orfelinato.

 

Pone manos a la obra, hace conocer al público su programa que se propone desarrollar con niños pobres y abandonados, a los cuales daría alimentos, vestido y educación. Los chicos harapientos empezaron a llegar de todos rumbos, también lo hicieron personas que deseaban ayudar tanto económica como física y materialmente. La esposa del benefactor ayudó con dinero y también como maestra.

 

 

Pestalozzi Schule

 

La Escuela de Pestalozzi comenzó con cincuenta niños, y aunque ya para entonces el principio del trabajo y la acción en todo aprendizaje fue el fundamento, nuestro protagonista no estaba aun plenamente consciente de estar realizando una reforma de la pedagogía o la educación.

 

En Nueholf los varones cultivaban y las niñas cuidaban el jardín. Mientras trabajaban, Pestalozzi les inculcaba el sentido de la observación, les corregía su lenguaje, les refería cuentos y parábolas, les enseñaba a sumar, a contar, a restar, a multiplicar y dividir. Trataba de ser padre, maestro y amigo.

 

Pestalozzi no desaprovechaba el tiempo. Practicaba una enseñanza sistemática bien encausada. Procuraba que los chicos aprendieran cada cosa con el sentido correspondiente. Se explicaba el porqué de las cosas y no solamente hacer estas mismas cosas nomás por hacerlas. Este era su método de enseñanza, las bases de la pedagogía moderna se estaban sentando en Nuehof.

 

 

Un nuevo desastre

 

Pero Neuhof también acabó estrepitosamente. Pestalozzi era un pésimo administrador, no llevaba contabilidad y sólo se daba cuenta de las pérdidas cuando la escasez aparecía; los niños eran pequeños perversos que hurtaban y se fugaban; los padres inducían a sus hijos a «llevarse» o «agarrar» cuanto pudiesen.

 

Pestalozzi era «muy buena gente». Los acreedores, por otra parte, no daban reposo al candoroso, inocente, cándido e ingenuo protector de niños, quien a pesar de todo esto estaba obsesionado con la idea de regenerar al ser humano mediante la educación. En 1780, cinco años después de ardua lucha y teniendo a su esposa gravemente enferma, la escuela fue clausurada, y Neuhof fue vendida y transferida a un agricultor.

 

 

Experiencia y pensamientos

 

La experiencia de Neuhof no fue en todos sentidos negativa. Pestalozzi adquirió puntos de vista doctrinarios que publicó con el título de Veladas de un solitario, libro que publicara ese mismo año de 1780, fecha en que cerró su escuela. Aquí daría a conocer algunos de sus puntos de vista con respecto a la educación, muchos de los cuales son producto de sus tempranas experiencias, y también apuntaría acerca de las necesidades y costumbres.

 

Lo siguiente es parte de su pensamiento:

 

·        «El campesino aprende a conocer su buey a fin de conducirlo y hacer buen uso de él. Para dirigir bien al hombre es preciso también conocerlo: hay que saber cómo se desarrolla y lo que necesita para que se fortifique, satisfaga y realice. El olvido de esta verdad ha desviado al hombre de aquello en que se funda su felicidad y prosperidad».

·     «La educación del hombre debe responder a sus necesidades, a su destino y  a las leyes de su naturaleza... La educación debe realizarse en la vida misma, en la esfera de las necesidades y de los objetos correspondientes».

·         «La educación empieza en la familia. Hogar: té eres la escuela de la humanidad...».

 

 

Pestalozzi: tristeza y amarguras

 

Pestalozzi estaba física y económicamente arruinado; sólo la oral seguía intacta; entonces rogó que se le permitiera dar lecciones en la escuela elemental de Berthould; pero el director temió por su empleo y luego de pocas semanas propaló que Pestalozzi no sabía leer ni escribir, además de que menospreciaba el catecismo.

 

Entonces Pestalozzi fue separado de la escuela sin más ni más. De esa época es precisamente una carta que escribiera a su amigo el historiador Zschokke, en la que le dice: «Durante treinta años mi vida ha sido una lucha desesperada contra la más horrorosa pobreza... ¿No sabes tú que durante treinta años he carecido de lo estrictamente necesario? ¿No sabes tú que hasta hoy no he podido frecuentar la sociedad ni las iglesias, porque no he tenido vestidos ni dinero para comprarlos?»

 

Y Pestalozzi continuaba: «Oh, Zschokke, ¿no sabes tú que en las calles soy el hazmerreír de la gente por mi aspecto de mendigo? ¿No sabes tú que mil veces he tenido que pasar el día sin almorzar, y que a mediodía, cuando los más pobres estaban sentados a una mesa, yo devoraba con amargura un trozo de pan mientras caminaba alguna ruta? Sí Zschokke, y ¡aún hoy lucho contra la desnudez más penosa…! Y todo por ayudar a los más pobres, aplicando mis principios...!».

 

 

Pestalozzi: pensamiento y obra

 

Pestalozzi continuó escribiendo y siguió profundizando sobre aspectos teóricos y prácticos de su doctrina educativa. Las siguientes fueron tan sólo algunas de las cosas que dijo:

 

·         «El desarrollo de la naturaleza humana está sometida al imperio de las leyes naturales, a las cuales toda buena educación debe conformarse».

·  «La ciencia de la educación, que ayuda a la naturaleza, debe desarrollar lasfacultades armoniosamente, a fin de mantenerlas en equilibrio».

·         «El educador, que no es mas que un auxiliar de la naturaleza, debe buscar enel ambiente natural los motivos para la ejercitación de los sentidos y la inteligencia el niño».

·         «Los ejercicios deben ser adecuados a la fuerza intelectual y física de los niños para que constituyan una verdadera gimnasia intelectual y física aprovechable por ellos».

·         «En la naturaleza, todo procede de un antecedente inmediato. En la educación, cada noción debe apoyarse en otra anterior, de lo contrario se operará fuera de la vía natural».

·         «La observación es fuente de nuestros conocimientos; por lo tanto, la enseñanza debe ser intuitiva y continuar así hasta que el niño sea capaz de la abstracción».

 

 

Los buenos tiempos

 

No todo podía ser amargo para él. La guerra había venido. Alguien por ahí había propuesto el método de Pestalozzi como el mejor medio de despertar y desarrollar el espíritu alemán. En 1803, Napoleón había intervenido en Suiza, so pretexto de poner en orden el país vecino. Una diputación fue nombrada para presentar a Bonaparte demandas y proyectos, y Pestalozzi fue uno de los delegados.

 

Pestalozzi tenía también un proyecto para Francia. El encargado de escuchar este proyecto fue un tal Monge, quien al oírlo le pareció demasiado vasto para Francia y no comprendió los principios educativos de Pestalozzi. Nuestro personaje, que había ido a Francia, volvió descorazonado, pues había puesto su confianza en la capacidad de Napoleón.

 

En 1804, el Instituto de Berthoud fue trasladado oficialmente a Münchenbuchesse, del cual se encargaría más tarde el propio Pestalozzi El Ayuntamiento de Yverdon ofreció a Pestalozzi el castillo de la ciudad, y allá se fue, siempre animado de la más encendida fe. En Yverdon pasó veinte años (de 1805 a 1825) coronado siempre del más alto prestigio.

 

Pestalozzi fue adquiriendo fama. El mundo entero empezaba a hablar de él. Su fama fue extendiéndose a varios países. De Alemania, Francia, Italia, Rusia, España y Estados Unidos llegaron educadores, políticos, científicos, príncipes, reyes y zares a ver con sus propios ojos lo que era y cómo funcionaba este Instituto.

 

 

Tiempos y recuerdos

 

Los éxitos siguieron, aunque también hubo sus desgracias. El 14 de diciembre de 1814 fue un día de tremendo dolor para él. Ese día falleció su esposa, aquella virtuosa mujer que, buena, dulce y generosa, modesta, suave y abnegada, no le había abandonado jamás en los días de adversidad y angustia.

 

Vinieron luego otros sinsabores, como los pleitos entre el propio grupo de profesorado de la escuela quienes peleaban por posiciones y asuntos nimios. Mientras tanto, el maestro sufre amargamente y se le ve seguido llorar sobre la tumba de su amada esposa, como un niño que llora la muerte de su madre.

 

El tiempo prosigue su marcha. Por iniciativa de su amigo Schmid, un librero de Stuttgart, edita las obras de Pestalozzi. El zar de Rusia suscribe 5,000 rublos; el rey de Prusia, 400 táleros; el de Baviera, 700 florines. La edición produce a Pestalozzi 50,000 francos, y tan inesperado éxito le devuelve la esperanza.

 

 

Los últimos años

 

El 21 de julio de 1826 visitó con Schmid el famoso Instituto de Benggen. Fue recibido con todo respeto debido al mérito y a su ancianidad. Se cuenta que un niño avanzó hacia él para ponerle en la cabeza una corona de encina; pero Pestalozzi la tomó y la colocó sobre la cabeza de la criatura, diciendo: «No es a mí, sino a la inocencia, a quien pertenece esta corona».

 

Pestalozzi sentíase ya en brazos de la muerte. Buscaba la paz y la tranquilidad. El día se acercó y éste llegó. El 17 de febrero de 1827, a los 81 años, Juan Enrique Pestalozzi había dejado de existir.

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 8 de octubre de 1990.

 


 

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