Ven a mi mundo

 

Grandes Personajes

 

 

Marco Polo

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Viajero veneciano que atravesara confines y mares. Conocedor de tierras y culturas totalmente diferentes.

Sus relatos casi mágicos o únicos acerca de las riquezas vistas  en Oriente, sus costumbres y las formas

de comportarse de esos mismos pueblos le llevaron a causar la atención y admiración de muchos. Su

nombre fue Marco Polo.

 

 

 

 

Venecia, la ciudad de los reyes

 

Venecia fue la ciudad donde naciera Marco Polo, allá por el año 1254; esto es, hace más de 7 siglos, exactamente hace 736 años. Se trataba de la ciudad que mayor contacto tenía con el Oriente. Una ciudad donde, según uno los cronistas de aquellos tiempos, “los mercaderes eran los reyes, donde se encontraba San Marcos, donde los dogos acostumbraban a desposar el mar con anillos”.

 

Venecia era (y sigue siendo) una ciudad fabulosa. Se trataba de una ciudad-estado dominada por poderosas familias de mercaderes, no sometida a nadie sino a su patrono celestial al que debía la denominación de República de San Marcos, presidida por un dogo que no era sino el primero de sus ciudadanos. Aquel que, precisamente, una vez al año arrojaba unos cuanto anillos al agua mientras que, en cabal y majestuosa expresión de poderío, exclamaba al viento: “!Te desposamos, oh mar, en signo de verdadero y perpetuo dominio!”.

 

 

Venecia y su vida

 

Venecia era una bella ciudad que seducía a los forasteros. Emplazada sobre una serie de islas de una laguna que comunica con el mar Adriático, junto a sus primitivas casas de madera habían empezado a levantarse mansiones de piedra asentadas sobre poderosos pilares que se hundían en el fangoso cieno. El dogo era una figura simbólica, y el poder estaba en manos de unos consejos en los que los apellidos de las grandes familias reaparecían generación tras generación y que dirigían con sorprendente cohesión la política veneciana.

 

La masa de la población estaba virtualmente excluida de las decisiones de gobierno, pero la sabiduría de la aristocracia procuraba que se sintiera integrada, dando a los gremios que la conformaban un papel importante en la vida de la República. Lo anterior se manifestaba en las solemnes y brillantes ceremonias con las que periódicamente se exaltaba el sentimiento cívico.

 

 

Fiesta y ceremonia

 

Una de ellas es recordada perfectamente por Marco Polo cuando éste apenas tenía catorce años. Se trataba del gran desfile que tuviera lugar el año de 1268 con motivo del advenimiento de un nuevo dogo. Las fiestas recibiendo al nuevo personaje eran fabulosas; el anterior dogo había muerto. El funeral y los rituales póstumos, que habían durado tres días, le habían impresionado; luego vendría otra ceremonia, la del recibimiento al nuevo dogo.

 

Se trataba más bien de una fiesta; una fiesta que fue, para Marco Polo extraordinaria: frente al palacio del dogo se había desplegado una impresionante flota, incluidas cincuenta galeras y otras naves menores. Luego, por la plaza de San Marcos desfilaron ordenadamente los gremios, abriendo el desfile los maestros forjadores, coronados con guirnaldas y enarbolando sus estandartes.

 

Tras de ellos marchaban los peleteros, con capas de armiño y marta; luego iban los sastres, con estrellas rojas sobre vestiduras blancas; le seguían los pañeros coronados con ramas de olivo; proseguían los fabricantes de pana y los tapiceros precedidos por simpáticos y risueños niños cantores.

 

Más atrás venían los fabricantes de paños de oro y los de sedas, ricamente ataviados unos y otros con sus respectivos tejidos. Pasaban luego los carniceros, vestidos de escarlata; los pescadores con sus redes y mallas; los barberos, los caballeros andantes y cuatro damas cautivas. Seguían atrás los fabricantes de linternas; y, por último, los orfebres, ataviados en ropaje cuajado en joyas.

 

Bandas de música acompañaban cada gremio, y todos exclamaban: “!Dios salve a nuestro señor, el noble dogo!” Era esta una de las ceremonias que más recordaría Marco Polo. Un tipo de fiesta que poco a poco fue haciéndose más conocida, donde no solamente se trataba de un desfile por la Plaza de San Marcos, sino también de toda una regata: una pintoresca travesía por los canales de Venecia. Algo que se celebra aún hoy en día, todos los años, por el mes de septiembre.

 

 

La familia de Marco Polo

 

La familia Polo, en la que Marco nació, no era una de aquellas que, pudiéramos decir, proporcionara dirigentes a la República. Era, simplemente, una familia de comerciantes, relativamente prósperos y que tan abundantes eran en la ciudad. No se sabe si pertenecían a la nobleza; pero esto no importaba mucho, pues en Venecia, la barrera entre nobles y plebeyos era más tenue que en cualquier otra parte de Europa.

 

El abuelo de Marco, Andrea Polo, había tenido tres hijos: Marco, Nicolás y Mateo, que dirigían y administraban una compañía comercial de tipo familiar. Los constantes viajes de los Polo los mantenían largo tiempo fuera de sus hogares. Es muy probable que todos ellos se hallaran lejos cuando, en 1254, naciera el hijo de Nicolás y su esposa a quien había dejado encinta en uno de sus viajes.

 

Al niño lo bautizaron con el nombre de su tío mayor: Marco. El nombre elegido no podía ser más veneciano, ya que San Marcos no sólo era el patrón de la ciudad, sino el símbolo mismo de la República, el punto de unión entre el fervor religioso y el sentimiento patriótico. En su honor se había levantado la regia basílica que aún hoy admiramos.

 

 

Marco Polo, sus primeros años

 

Fue en Venecia, lejos de su padre, que Marco pasara sus primeros quince años. De ellos casi nada sabemos, pues hay pocos registros al respecto. Marco Polo se hizo universalmente famoso por el libro que escribió, del cual se deriva toda la información que sobre él tenemos, con la única salvedad de unos cuantos documentos, como el testamento de su tío Marco o el suyo propio. Documentos que tras pacientes investigaciones fueron localizados en los archivos venecianos.

 

Marco Polo vivía al cuidado mayor de sus tíos. Su madre, es probable ya hubiese muerto cuando nuestro personaje frisaba los quince años. Al parecer, el oficio de Marco era aprendiz de mercader, y trabajaba para el negocio familiar, recibiendo muy poca educación formal, ya que no parece hubiese estudiado latín.

 

Marco no necesitaba de este tipo de educación. La vida de la calle era la más importante, el comercio era lo que regía los destinos del mundo. Le gustaba escuchar los relatos de marinos quienes le contaban historias extrañas acerca de aquel Oriente que a él le resultaría aún más fascinante después de su partida.

 

 

Los relatos y aventuras de Marco Polo

 

Treinta años después, encerrado en una prisión genovesa dictó su libro a un compañero de infortunio. En el relataba todas aquellas aventuras vividas por los mares del norte, los mares del sur, el Adriático, las tierras del Oriente, África, Rusia, China, Mongolia, India, Persia, Tailandia, Java y muchos confines más.

 

La relación de sus viajes (1271-1295), titulada “Los viajes de Marco Polo” o “Las Aventuras de Marco Polo” (en francés original, Livres des merveilles du monde -Il Milione-), es una especie de enciclopedia geográfica, en la que daba profusos detalles sobre Asia oriental; lo que pretendía era transmitir las noticias que tenía acerca del fabuloso Oriente, y pensaba iban a interesar a sus contemporáneos, sin sospechar que su propia vida pudiera despertar algún día viva curiosidad. Y esto lo hizo a través de un compañero de cárcel.

 

 

Marco Polo y Rustichello

 

Luigi Rustichello fue ese compañero de cárcel de Marco Polo. Nuestro personaje seguía haciendo anotaciones acerca de sus correrías. Deseaba transcribir sus observaciones y darlas a conocer a aquellos que tuvieran el deseo de saber un poco más de esto; pero faltaba alguien que lo pudiese hacer, y ese alguien fue Luigi Rustichello.

 

Se encontraban ambos en aquel palazzo genovés (palacio que no era más que la misma cárcel), al que habían ido a parar como prisioneros de guerra. Luigi se había acercado a Marco con una timidez que el propio protagonista recuerda. Esta es más o menos, su plática:

 

- Micer Marco, yo soy Luigi Rustichello, natural de Pisa, y estoy cautivo desde mucho antes
que vos llegarais. Os he escuchado contar aquella divertida y obscena historia...
- Y estás harta de oírla, ¿verdad? -le preguntó Marco Polo.
- No, en absoluto, micer; pero vos sí hartaréis pronto de contarla. Muchas personas querrán
escuchar esa historia y todas las demás, que alguna vez habéis contado... y, las que quizá aún no
habéis narrado. Antes que os canséis de relatarla, o de que la propia historia os aburra,
¿por qué no me contáis a mí todos los recuerdos de vuestros viajes y aventuras?

 

Y así fue como se escribió la historia. La narración era hecha por Marco Polo, mientras que su amigo Rustichello se encargaba de transcribir todas sus palabras, notas, apuntes, anécdotas y relatos en idioma francés, que era la lengua occidental más conocida.

 

 

El primer viaje

 

Uno de los antepasados más remotos que con más agrado recordaba Marco Polo había sido su abuelo Andrea. Tenía un tenue recuerdo de él. Su nono (abuelo) Andrea había tenido tres hijos: su tío Marco, su padre Nicolò (Nicolás) y su tío Mafìo (Mateo).

 

Corría el año 1259, cuando los Polo partieron de Venecia. Marco tenía cinco años. Su padre le había dicho a su madre que sólo pretendían ir a Constantinopla para visitar a su hermano mayor, ausente durante tanto tiempo; pero según contó luego este hermano mayor a su madre, después de pasar con él una temporada, su padre y su tío quisieron continuar el viaje hacia Oriente.

 

La madre de Marco no volvió a tener noticias de ellos, por lo que pasados doce meses se convenció de que su esposo había muerto. Luego, a la muerte de la madre de Marco, su zía (tía) Zulià ocupó su lugar. Más tarde, de repente, sin que nadie esperase velos, volvieron su padre y sus tíos. Habían pasado cerca de diez años.

 

 

Los mongoles

 

Génova se hallaba en guerra con la República de San Marcos y las naves venecianas se veían acosadas por los corsarios griegos y genoveses. Tales circunstancias debieron inducir a Nicolás y Mateo Polo, padre y tío de nuestro protagonista, a convertir sus riquezas en joyas y abandonar la ciudad, que, efectivamente, caería en manos de los griegos.

 

Los Polo marcharon hacia Sudak, uno de los prósperos puertos del Mar Negro controlados por los mongoles, quienes a través de ellos exportaban los productos de sus territorios del sur de Rusia y los que llegaban de China y Asia Central por las rutas caravaneras. Estos mongoles habían de tener una influencia decisiva en la vida de Marco Polo, por entonces todavía un niño.

 

Los mongoles habían comenzado a entablar contactos comerciales e incluso diplomáticos con los europeos; pero las relaciones no habían sido siempre pacíficas pues, veinte años antes, habían realizado una devastadora incursión por Europa oriental, derrotando y arrasando a los ejércitos rusos, polacos y húngaros, alcanzando a llegar, incluso, hasta las costas del Adriático.

 

Marco Polo escribiría más tarde: “Los mongoles, tal parece, son seres inhumanos, semejantes a las fieras, a los que más se debe llamar monstruos que hombres, que tienen sed de sangre y la beben, que buscan y devoran la carne de los perros e incluso la carne humana...” Y luego apuntaba: “Sabíamos que incluso su comida diaria consistía en carne cruda maloliente y leche rancia de yegua”.

 

“También se sabía que cuando en un ejército de mongoleses se agotaban estas provisiones, no dudaban en elegir a suertes a un hombre entre cada diez para degollarlo y alimentar con su carne a los demás. Sabíamos que bruñían sus armaduras con grasa y que ésta la obtenían hirviendo a sus víctimas humanas”.

 

Los mongoles -según cuenta- eran capaces de disparar su arco volviéndose hacia atrás con el caballo a galope, lo que convertía sus retiradas en trampas mortales. Así, mientras que sus enemigos suponían los mongoles iban en retirada, éstos últimos volvían sus espaldas, asestaban el flechazo y daban muerte a sus contrincantes.

 

Quien crea que todo esto era canibalismo, que no hable mucho. En los mejores restaurantes se ofrece a los comensales la famosa “carne tártara”, carne cruda, no muy distinta a la que comían los mongoles; los yoghourt (o yogur) y el jocoque, es otro ejemplo típico de esto mismo; en cuanto a frases, palabras o convencionalismos sociales (el “hueso político”, “rumiar” el hueso, “quemar” a los candidatos, el “dar la puñalada por la espalda” a los amigos, todo muestra de ello), ni quisiera hablar. Creo que, a veces, estamos peor que ellos.

 

El jefe de esta gente era Gengis Khan, caudillo mongol, cuyo verdadero nombre era Temüjin y fundador de este mismo Imperio. Su obra le llevaría a este hombre a ser reconocido como el gran khan; es decir, el dirigente de aquella gran confederación de tribus, todas ellas emparentadas con los mongoles. De ahí a que todo el mundo le tuviese en alta estima; ya sea por admiración, respeto, o, lo más seguro por temor o miedo. Luego vendría su sucesor que sería Kublai Khan.

 

 

El viaje de los Polo

 

El viaje de los Polo se había iniciado. Habían sufrido muchos contratiempos. Numerosas bandas los habían asaltado; pero, después de todo, habían salido del paso. Cierta ocasión, una banda de mongoles se aproximaron y se creyeron perdidos. Así estuvieron varios días. De pronto, un ejército más poderoso, una compañía, una escolta se les acerca y les da el mensaje: “El señor quiere verlos”. No sabían de quien se trataba. Luego sabrían de quién estaban hablando. Se trataba nada menos que del gran khan: Kublai Khan, nieto del gran Gengis Khan, el gran khan de los mongoles, proclamado como tal el 6 de mayo de 1260, y que sería el gran protector de los Polo.

 

 

Ante el Khan

 

Luego de recibir el mensaje, y una vez pasado el susto, los Polo emprendieron la marcha por la ruta indicada. Se trataba de la ruta de la seda. Pasarías por ríos, valles y montañas, antes de finalmente dirigirse y llegar a la capital del gran khan, Cambaluc, la actual Pekín (Beijing, como se dice y la nombran ahora).

 

El gran khan hizo a los venecianos numerosas preguntas; muy en especial sobre Europa occidental, y la religión cristiana. Kublai se había hecho budista, pero era característico de los príncipes mongoles el interés hacia todas las religiones, actitud que se deriva del su ancestral politeísmo que les inducía a respetar a todos los dioses.

 

El khan les solicitó más información acerca de occidente y les pidió que a su regreso entregasen un mensaje al papa al momento que lo viesen. Los venecianos le preguntaron que por qué no se convertía al cristianismo, a lo que Kublai les respondió que los cristianos de su imperio eran ignorantes y carentes de todo poder, mientras que los monjes budistas eran capaces de realizar prodigios como controlar las tempestades.

 

No obstante le interesó la proposición. Así que decidió mandar a los Polo, acompañados de uno de sus nobles, como embajadores ante el pontífice. Su deseo era que el Papa le enviara cien hombres sabios para que predicasen la religión y doctrina cristiana. Si estos hombres demostraban que los prodigios de los budistas eran obra de los espíritus malignos y que ellos tenían poder para impedir que los siguieran realizando, él renegaría del budismo y se haría cristiano con su corte y su reino.

 

Al realizar el viaje de regreso como enviados del khan, llevaron consigo una tableta de oro grabada, de esas que los mongoles utilizaban para identificar a quienes tenían autoridad concedida por el gran khan, y mediante la cual podían recabar de todos sus vasallos, alojamiento, caballos, escoltas, y todo cuanto necesitaran.

 

Emprendieron el regreso. El noble mongol que les acompañaba enfermó, por lo que continuaron sin él el viaje. Marcharon por diversas ciudades, embarcaron luego; más tarde, ya en tierra, supieron que el papa Clemente VI había muerto. Decidieron aprovechar el intermedio para visitar su hogar y marcharon a Venecia, donde Nicolás se encontró que su mujer había fallecido y que el niño, del que la había dejado encinta, era ahora un muchacho de quince años.

 

 

El viaje de Marco Polo

 

Los hermanos Polo permanecieron dos años en Venecia en espera de que se eligiese un nuevo pontífice. Durante este tiempo Nicolás volvió a casarse, al parecer con una tal Fiordalisa Trevisán, quien le dio un segundo hijo al que pusieron por nombre Mateo.

 

Por otro lado, como que la vida hogareña no satisfacía mucho a los Polo, los cuales, deseando volver a la corte del gran khan, se pusieron de nuevo en camino sin esperar a que hubiese un nuevo papa. El viaje se inició. Esta vez llevaban consigo al joven Marco, quien iniciaba de este modo esta gran aventura que iba a conducirle a la fama.

 

En San Juan de Arce recibieron del legado pontificio, Teobaldo de Plasencia, unas cartas pare el gran khan; más tarde, tras haberse detenido en Jerusalén, para obtener un poco de aceite que ardía ante el Santo Sepulcro y que les había pedido Kublai, emprendieron, ya en firme, el camino hacia su corte. Antes, habían marchado a Roma, donde Teobaldo había designado a dos monjes dominicos (solamente dos de aquellos cien sabios que había pedido el khan), y que tenían pleno poder para atar y desatar todo problema o “embrujo” que se presentase.

Luego, por ciertas razones: enfermedades, guerras, conflictos y amenazas de hordas mongoles, los dominicos no pudieron continuar y pidieron permiso a los Polo para regresar a su tierra.

 

 

Los relatos de Marco Polo

 

Los relatos de Marco Polo parecen a veces increíbles. Pero quien haya leido y/o viajado bien comprenderá que sus relatos, más que fabulosos, son muestra de todo aquello que se puede ver en nuestro mundo, y aún así nos quedamos cortos. Cuenta el propio Marco Polo que en sus escritos se hicieron a un lado muchos relatos que pudiesen haber sido demasiado increíbles, fantasiosos, obscenos o escandalosos.

 

En su libro, Marco Polo cuenta de todo. En una de las primeras partes de éste hace constar que los armenios, como en general todos los cristianos de Oriente, no eran fieles a la iglesia romana, pero que no sería difícil hacerles volver al redil si les enviasen buenos y fieles predicadores. Más adelante hablaría sobre el Arca de Noé, un tipo de mancha negra que había visto en una de las montañas de Armenia.

 

 

Sobre la tolerancia religiosa

 

Una de las cosas que más llamó poderosamente su atención del joven veneciano fue la tolerancia religiosa de los mongoles. Esta tolerancia les llevaba a admitir igualmente el cristianismo de unos súbditos armenios, que el islamismo de otros, turcos, árabes o iraníes. “Es lógico -decía- que esto chocara a un viajero procedente de Europa occidental”, donde todo era muy distinto y que, por desgracia, llegasen luego ellos mismos (los europeos) a contaminar.

 

“Por el contrario, los mongoles -dice- no ponen cuidado alguno en saber qué Dios es adorado en sus territorios; y, con tal de que todos sean fieles y obedientes al khan, su señor, con que paguen el tributo que se les ha fijado y se mantengan en paz y justicia, cualquiera tiene libertad de hacer cuanto se le plazca con su alma”.

 

Según Marco Polo, los mongoles decían que era la intolerancia cristiana lo que les sorprendía, pues pensaban que “Cristo era un señor orgulloso que no quería estar junto a otros dioses, sino ser Dios sobre todos los restantes del mundo”. Esto, repito, según decía Marco Polo pensaban o decían los mongoles.

 

Lo anterior es algo que deberíamos tal vez aprender nosotros, pues hoy muchas veces se rechaza a la gente por tener una religión diferente a la que supuestamente practica. Y donde, en vez de acercarnos, uno se distancia cada vez más; donde uno quiere cambiarles a la fuerza; y, donde, creo yo, no se puede establecer un contacto con ellos, si desde un principio se les rechaza.

 

 

Por otros rumbos

 

Los Polo habían seguido su camino. Estarían por lo que es Armenia y Georgia. Aquí, Marco Polo escribiría sus habitantes eran cristianos separados de Roma. Hablaría luego, también, sobre los turcos de quienes dijo: “Viven como bestias salvajes en todas las cosas; son un pueblo ignorante y tienen un lenguaje bárbaro muy diferente al nuestro”.

 

Posteriormente recogería datos sobre los yacimientos petroleros que se encontraban a lo largo de la costa del Mar Caspio. Describe el petróleo como un aceite no comestible, más bien apto para quemar; siendo el medio de alumbrado de la región, y de unción de hombres y animales que padecen ciertas enfermedades de la piel.

 

Luego cuenta una historia sumamente interesante: sus viajes por Armenia e Irán, la antigua Persia. Habla sobre Bagdad, sus bellas mujeres y los poderosos hombres. Platica historias increíbles como las de un zapatero cristiano de Bagdad que con su fe logró se moviera una montaña. Más adelante habla sobre una inverosímil historia concerniente a los Reyes Magos.

 

En verdad, Marco Polo había quedado muy impresionado por tres tumbas iguales, cubiertas cada una por un bien labrado templete rematado en cúpula, en el que se conservaban los cuerpos, todavía con la barba y el cabello intactos, de tres supuestos reyes, de los que se decía habían sido amigos y habían muerto hacía muchos años.

 

Marco Polo había quedado bastante intrigado con todo esto. Trató de recabar más datos en Sava (lugar donde se encontraba), pero no pudo obtener más información; aunque, sí en un lugar situado a tres jornadas de ahí, un lugar habitado por adoradores del fuego. Ahí le dirían que, antiguamente, estos tres reyes habían partido en busca de un profeta recién nacido en tierra de judíos, llevándole como regalos tres presentes: oro, incienso y mirra.

 

 

Por la ruta de la seda

 

Prosiguiendo su camino llegaron, finalmente, a la ciudad de Ormuz, un importante centro comercial, al que llegaban numerosas naves de la India. En esta ciudad el veneciano destaca el calor infernal que hacía y el vino que sus habitantes hacían a base de dátiles y espacias.

 

Pensaban luego continuar su camino por mar, pero cuenta Marco Polo que las naves para hacer la travesía eran muy malas, frágiles y peligrosas, por lo que decidieron desandar parte del camino recorrido, llegando hasta la ciudad de Kermán, en el centro de Irán, para partir de allí hacia el norte y alcanzar la ruta de la seda, el secular camino de las caravanas que enlazaba el Asia Occidental con China, y lo que hacía suponer atravesar el desierto de Lut.

 

Marco Polo recuerda en su libro acerca de estos “arenales secos y desnudos” en los que no crecía la hierba y en que los pozos de agua potable estaban muy distanciados unos de otros, a veces hasta una jornada de distancia. Para comprender todo esto, su extrañeza ante los desiertos, recordemos que Marco Polo había nacido en Venecia, ciudad rodeada de agua, y que jamás había visto un desierto. De ahí a que pusiera tanta atención a ellos, y en su mismo libro relate: “La poca agua que encontraban era verde y amarga, lo que provocaba diarreas a las cabalgaduras que la probaban”

 

¡Aquellos desiertos!

 

Los desiertos eran terribles. De ahí a que utilizaran camellos y asnos de gran resistencia, en vez de los famosos caballos persas. Por otro lado, para hacer aún más terrible la travesía, los habitantes de la región les habían advertido que el desierto está poblado de espíritus malignos que se complacían en perder a los viajeros rezagados, orientándolos en dirección equivocada mediante ruidos engañosos que simulaban la caravana.

 

“Por eso los acompañantes -decía- colgaban campanillas del cuello de las cabalgaduras para evitar el peligro de pérdida y, cuando dormían, dejaban clavado en la arena un cuchillo indicando la dirección en que habían de seguir avanzando a la mañana siguiente”. Finalmente asentaba: “No es difícil de creer que los viajeros, impresionados por la soledad y el peligro, incapaces de diferenciar los ruidos en el desierto, donde el desplazamiento de la arena suena como el avance de un ejército, creyeran en tales leyendas”.

 

 

Siguiendo su camino

 

Al norte del desierto se encontraba la región de Jorusán, que correspondía a parte de los actuales Irán y Afganistán, y cuyo clima templado y relativamente lluvioso representó un alivio para los viajeros, y donde Marco encontró lo que él llamó las más bellas mujeres. “Bellísimas sobre toda ponderación”, diría textualmente..

El viaje continuó. Los venecianos llegaron más allá de Badakshan, atravesando el Pamir. Ahí Marco Polo oyó decir que aquellas eran las montañas más elevadas de la tierra, conocidas, aún hoy en día, como el techo del mundo; donde algunas de sus cimas superaban los 6 mil metros de altura, por lo que el fuego a veces no encendía o era imposible que éste calentara los alimentos.

 

 

Nuevamente los mongoles

 

Volviendo a los mongoles, Marco Polo seguía impresionado por esta raza. Admiraba la resistencia de sus guerreros, superior a la de cualquier otro hombre. “Eran capaces de marchar durante un mes sin más alimento que leche de yegua, que conservaban seca y mezclaban con agua para beberla, y la caza, que pudieran obtener en el camino; incluso, si carecían de otra cosa, subsistían sorbiendo la sangre de sus caballos a través de una incisión hecha en una vena que luego dejaban se cerrara”.

 

En cuanto a las mujeres mongolas, observó que eran mucho más activas que las de los pueblos sedentarios; y les parecieron más castas que las cristianas, porque siendo hasta un centenar de esposas para un solo hombre se mantenían siempre virtuosas y guardaban su honor para gran vergüenza de todas las demás mujeres del mundo, aquellas que se creían civilizadas.

 

 

En la corte del gran khan

 

El poderoso emperador, cuando supo de la llegada de los venecianos, envió inmediatamente mensajeros para que les acompañaran cuando se hallaban todavía a cuarenta jornadas de distancia. Distinguidos así por el gran khan, la última etapa de su viaje debió resultar un aliciente para los viajeros, quienes al paso por los pueblos recibían toda clase de respeto de las autoridades locales.

 

Pronto estarían ante el emperador. Kublai Khan vivía en ese momento en Shantung, lugar situado al norte de Pekín, en las cercanías de Mongolia, donde el gran khan se había hecho construir dos palacios. Uno de ellos que se hallaba en el interior de la ciudad, mientras que el otro, construido a base de bambú ligero recubierto de barniz dorado, se alzaba en un gran parque amurallado, en cuyas praderas y bosques pastaban ciervos, corzos y gacelas, que servían de alimento a las numerosas aves de presa que allí mismo tenían sus jaulas.

 

A menudo Kublai se complacía en cabalgar por el parque, llevando en la grupa de su montura un leopardo amaestrado al que a veces soltaba para que atrapara algún animal. El palacio de bambú en el que vivía era desmontable, de forma que cada verano, si así le apetecía, enviaba a sus asistentes para que le montaran esta casa.

 

Por otro lado, el verdadero palacio, aquel construido a base de piedra y roca, estaba hecho de tal manera que sus habitaciones siempre estaban ventiladas. Sus pasillos y techos llevaban ductos colocados de tal manera que el aire que soplaba en el exterior era materialmente atrapado o absorbido por abanicos, y distribuido en forma adecuada para beneplácito del emperador. Una forma de tener “aire acondicionado”.

 

 

Marco Polo ante Kublai Khan

 

Fue en el palacio imperial (palacio construido al estilo chino), en que Kublai recibiera a los venecianos, quienes siguiendo la etiqueta de aquella corte, se arrodillaron y rozaron cuatro veces el suelo con sus frentes antes que el gran kan, regocijado con su regreso, les hiciera alzarse y les interrogara sobre su misión.

 

Complacido por lo que le narraban y por la preciada reliquia que le traían, Kublai fijó su atención en el joven que les acompañaba, al que su padre presentó como su hijo, el ser más preciado que poseía, y al que había traído en tan largo viaje para que sirviera al gran khan.

 

Contaba entonces Marco Polo veintiún años y permanecería en China hasta los treinta y ocho. Habría de aprender, en poco tiempo, varias lenguas y a leer y escribir otras cuatro, que probablemente fueran la escritura mongol introducida por Kublai, y varias de Asia Central, incluidas la persa y dos variedades turcas, mientras que, según parece, nunca llegó a leer el chino.

 

 

Las actividades de Marco Polo

 

Marco Polo desarrolló a partir de entonces diversas actividades. Kublai Khan lo nombró embajador en diversos países, con lo cual nuestro personaje tuvo la oportunidad de seguir viajando. Recorrió China (de donde no hace referencia a su muralla); visitó Tailandia, donde admiró a sus bellas mujeres; tocó Birmania, Tíbet, India y Turquía.

 

En la región del Tíbet conoció a los monjes tibetanos, de quienes decía: “Se visten con mayor honestidad que los demás hombres de su raza, y llevan la cabeza y la barba rasuradas con más cuidado que los laicos”. Pero lo que más admiraba de ellos era su poder para realizar o llevar a cabo actos increíbles. Estos monje eran capaces de hacer que las copas llenas de vino volaran por sí solas desde una mesa distante hasta donde se encontraba el gran khan cada vez que éste deseaba beber.

 

 

Sobre el dinero y las monedas

 

En China hace alusión al dinero. Explica que el gran khan hacía fabricar tan enorme cantidad de moneda que podía pagar todos los tesoros del mundo sin que nada le costara, pues su moneda consistía simplemente en unas hojas de papel fabricado con corteza de morera en las que se imprimía un sello.

 

Explica que tales billetes eran de uso forzoso, no pudiéndose utilizar otra moneda en las tierras del gran khan. Su falsificación estaba castigada con la muerte del falsificador y de sus descendientes hasta la cuarta generación, y que resultaban muy cómodos porque su peso ligero facilitaba su transporte.

 

En realidad estos billetes no eran una creación de Kublai Khan, sino que se habían usado en China desde hacía siglos. Lo que Marco Polo nunca comprendió fue que ni siquiera el soberano más poderoso del mundo podía evitar la consecuencia fatal de toda emisión excesiva de moneda: su depreciación, es decir, la inflación.

 

Y claro, esto tenía que suceder. Ocurriría durante su estancia en China, cuando en 1287 hubo de recurrirse a la emisión de una nueva serie de billetes, porque los antiguos se habían depreciado tanto que cinco de ellos se cambiaban por uno nuevo. Algo como lo que pronto pasará en nuestro país, al quitársele tres ceros al peso y convertir nuestra muy devaluada moneda en una nueva ficha metálica.

 

 

Los siguientes viajes

 

Marco Polo continúa relatando mil y mil historias, difícil aquí de contar todas. Una de ellas es acerca de los privilegios de los que gozaban, y otra más que habla acerca del correo utilizado en aquellos tiempos. Cuenta nuestro personaje que, debido a los encargos que le hacía el khan, casi siempre se hallaba de viaje. Como enviado del gran khan contaba con ciertos privilegios. Al final de cada jornada encontraba una posta en las que no sólo había abundantes caballos de refresco a su disposición, sino un buen albergue con confortables lechos. Una manera de descansar para bien trabajar.

 

En cuanto al sistema de correo Marco explica muy bien todo esto. “Ha de tenerse en cuenta -escribe- que en un estado de las dimensiones del imperio de Kublai, la rapidez de las comunicaciones era esencial, tanto para la administración cotidiana como para la inmediata reacción en caso de invasión o rebeldía, lo que explica la gran atención que se prestaba al mantenimiento de los caminos y las postas”.

 

“Para enviar mensajes -nos explica- el gran khan disponía de un notable número de correos que vivían a lo largo de los caminos a escasa distancia unos de otros. Apenas uno de ellos recibía un mensaje recorría esa distancia a la carrera, portando un cinturón de campanillas que advertían al siguiente correo su llegada, el cual podía estar ya dispuesto a continuar cuando el otro llegara. De esta manera, corriendo tanto de noche como de día, conseguían transmitir los mensajes a una velocidad, más que increíble, sorprendente.

 

“Cuando por alguna razón el mensaje tenía la calidad de urgente, se recurría a mensajeros a caballo que marchaban a todo galope tras vendarse el vientre, el pecho y la cabeza, para resistir mejor”. Anunciaban su llegada a la posta por medio de una trompeta para que les prepararan caballos de refresco, para que él otro mensajero prosiguiese el camino. “Estos mismos mensajeros -concluía- estaban autorizados a arrebatar la montura a cualquier persona si la suya estaba agotada, y en las noches sin luna marchaban al trote precedidos por los hombres de la posta que corrían portando antorchas.

 

 

Por las tierras de Catay

 

En sus recorridos por los caminos de Catay (China), Marco Polo se plantearía muchas veces la cuestión de cómo era posible una densidad de población tan elevada como se observaba. Apuntaría, en primer lugar, el problema de la poligamia: “Estos idólatras, contando con tantas esposas como pudieran mantener, solían tener muchos hijos, siendo muy numerosos los que eran padres de treinta, mientras que los cristianos, reduciéndose a una sola esposa, tendrían menos hijos”.

 

La explicación era falsa, ya que Marco Polo sólo fijaba su atención en los poderosos, sin caer en la cuenta de que si un hombre tenía ocho mujeres, siete de ellos habían de quedar sin ninguna mujer, y que ocho hombres harían más hijos a ocho mujeres que uno solo.

 

Luego, con respecto a la educación de las mujeres, Marco Polo escribiría: “He de decir que las doncellas de la provincia de Catay son más castas y modestas que todas las demás, pues no bailan ni danzan ni hacen travesuras, ni se encolerizan, ni están todo el día pegadas a las ventanas para ver a los que pasan o mostrarse desde ellas”.

 

“Tampoco -señalaría- atienden a proposiciones inconvenientes, ni frecuentan fiestas ni reuniones livianas”. Las mujeres sólo salían para acudir a los templos o visitar a sus parientes, siempre en compañía de su madre y sin mirar a nadie, pues llevaban unos gorritos que les obligaba a mirar siempre de frente en la dirección que caminaban.

 

 

China y Birmania

 

Marco Polo recorrió muchos lugares. En China detalló la vida de los mandarines quienes elegían a sus gobernantes por medio de exámenes que ahora pudiéramos llamar de oposición. El más preparado era el que ocupaba el puesto. El reclutamiento de ellos se hacía mediante exámenes (de selección, caso único en el mundo de aquella época; aunque muy parecido a lo que el imperio británico haría en el siglo XIX, cuando sus administradores eran reclutados entre quienes hubieran destacado más en sus estudios en Oxford o Cambridge.

 

Al llegar a ciertas regiones de Birmania, donde abundaban los tigres de bengala, Marco Polo habla sobre lo arriesgadas que eran las travesías por estas tierras. Según cuenta, el peligro de los tigres se incrementaba sobre todo cuando los viajeros se entregaban al reposo nocturno, por lo cual, al establecer su campamento, encendían una hoguera que alimentaban con gruesos bambúes: al calentarse el aire que éstos tienen en los huecos de su tallo, estallaban estrepitosamente provocando un gran ruido atronador que asustaba a las fieras.

 

El propio Marco Polo, me imagino, debió llevarse un buen susto la primera vez que oyó estos ruidos, porque en su libro escribe que, quienes no estaban acostumbrados a esto, se espantaban tanto que incluso llegaban a desmayarse o hasta morir de tan espantosa impresión. Así pues, nuestro amigo Marco Polo, optaba por meterse algodón chino en los oídos y cubrirse la cabeza con toda su ropa.

 

 

Con los tibetanos

 

“Los tibetanos distaban mucho de ser hospitalarios, ya que se negaban a acoger a los extraños en sus casas; sin embargo, -narra- tenían una costumbre muy ‘satisfactoria’ para los viajeros”. Una de las máximas sorpresas que llevara Marco Polo (ya me imagino qué clase de sorpresa), fue de que una vez instaladas en sus tiendas, vio llegar a veinte o treinta jóvenes guiadas por ancianas y uno de sus guías les explicó que acudían a pedir a los forasteros que yacieran con ellas.

 

Sin duda Marco Polo no se hizo del rogar y debió lamentarse al enterarse de que no podía llevar ninguna mujer consigo, sino que había de despedirlas con un regalo, ya fuera una joya, un anillo o alguna medalla. Según cuenta: “Las jóvenes del país yacían con todos los forasteros que podían, pues esto era lo que las hacía atractivas a los ojos de sus futuros esposos, aunque después de casadas se mantenían fieles a sus maridos. Por lo demás, los tibetanos era como no animar a nadie a emprender el largo viaje necesario para alcanzar tan remoto país, pues por no considerar pecado robar o hacer daño a otro, eran los mayores asesinos y ladrones del mundo”.

 

 

Del Tíbet a Gaindú

 

Al sur de las tierras pobladas por los tibetanos, Marco Polo ingresó a una región llamada Gaindú. “Aquí -relata Marco Polo- los forasteros recibían una hospitalidad fuera de lo normal”, pues cuenta que los maridos, creyendo que así eran gratos a sus dioses, que multiplicarían a cambio de esto sus rebaños y cosechas, les cedían gratuitamente a sus mujeres. Y no sólo esto, sino que para su mayor comodidad podían gozar de ellas en su propia casa, cuyo dueño dejaba libre el campo marchando a sus tareas.

 

Pasando a otras cosas, algo que el propio Marco Polo señala, es que tanto en Tíbet como en Gaindú se utilizaban panes de sal, como moneda fraccionaria. Por ello era un gran negocio llevar a tales tierras este producto, sobre todo si se acudía a aldeas remotas en las montañas, en las que abundaba el oro, que entregaban por sal a un “tipo de cambio” muy favorable para el mercader extranjero.

 

Es justo recordar que la sal, en realidad, ha sido muy frecuentemente utilizada como moneda o medio de paga en diferentes tiempos y países. Más tarde la palabra “sal” llevaría otra connotación: “conjunto de sales” o “salario”. Los romanos emplearían después esta palabra y de ahí derivaría nuestro actual término “salario” (paga).

 

 

Por las tierras de Tailandia

 

Marco Polo, su padre y su tío llegarían a nuevas tierras. Sus habitantes, emparentados con los chinos tenían una lengua propia que Marco Polo describe como “muy difícil de entender”. Se trataba del pueblo thai (el pueblo tailandés) y, donde según cuenta, sorprendido y con asombro, “comían carne cruda, finamente picada y aderezada con sal, ajo y especias, y utilizaban como moneda conchas marinas”.

 

En cuanto al aspecto del comportamiento sexual, Marco Polo asentaba que había una gran libertad con respecto hacia los derechos de la mujer: “No les importa -explica- si uno de ellos yace con la mujer del otro, con tal de que esto ocurra por voluntad de la mujer; mas (pero), si fuera forzada, lo consideran un gran delito”.

 

“En las tierras de los thai -reseña- hay una gran cantidad de oro, tan abundante que lo entregaban a cambio de plata en una proporción muy ventajosa”. Y si bien todo esto le abría los ojos, hubo otra cosa que más que abrírselos, ya por mero se los saca. Algo que sus ojos no podían creer. Se trataba de los temibles cocodrilos, primer lugar en que viera estos temibles animales a los que describe como “enormes serpientes repugnantes a la vista”, capaces de devorar a cualquier hombre o animal entero, dotado de dos patas en la parte delantera del cuerpo. Al parecer, nuestro personaje no tuvo la oportunidad de acercarse a ellos y comprobar que también tienen dos patas en la parte trasera de su cuerpo. Lo que sí menciona fue de que pudo comer cocodrilo; su carne le pareció sabrosa, lo mismo que su hiel, a la cual consideraban una medicina de gran poder curativo.

 

“En cuanto a sus habitantes -subraya-, no eran mucho de fiar”. Los delincuentes solían llevar veneno consigo. Esto a fin de suicidarse en caso de ser arrestados. Los ladrones no querían delatar a sus amigos, jefes o compañeros de correría. Eran fieles a la causa, y preferían suicidarse (morir) que a “escupir” la verdad. Para contrarrestar esto, las autoridades, a fin de que los forajidos no murieran y de este modo poder luego sacarles la verdad y hablaran sobre sus “cómplices”, “redes” y “bandas”, obligaban a los ladrones a ingerir excremento de perro. Esto hacía que vomitasen el veneno aquellos que lo hubiesen ingerido.

 

 

Por los mares del sur

 

Los europeos medievales denominaban genéricamente Indias a las tierras meridionales que se extendían desde las costas orientales de África hasta los mares del Extremo Oriente. Marco Polo fue uno de los primeros europeos que recorrió estas lejanas tierras y en sus relatos deja huella escrita de estos viajes.

 

Marco Polo visitaría parte de un reino situado al sur de lo que hoy conocemos con el nombre de Vietnam. Visitaría Java, Sumatra, Cambodia, Indonesia, Ceilán y las costas de la India. “En Zaytón (Saigón, al parecer; la capital de Vietnam), sus guerreros se adornan del siguiente modo: se cortan los cabellos a la altura de las orejas y en medio de la cara se pintan, con azur, una especie de puñal”.

 

“Todos van de pie, excepto su capitán, armados con lanzas y espadas; son los hombres más crueles del mundo. Solo piensan en matar a otros hombres, y tan pronto los matan, tras beberse la sangre se los comen enteros....” -decía. De ahí a que, por lo que cuenta Marco Polo, no es extraño que los propios mongoles les temiesen y mantuvieran fuertes ejércitos para tenerles siempre a raya”.

 

 

En la exótica Sumatra

 

En Sumatra pudo encontrar fauna y animales muy raros para él; algunos de ellos con visos de leyenda. Habla del famoso unicornio, al que nunca, en realidad, vio; ese animal al que se imaginaba similar a un ciervo pero con un larguísimo cuerno recto con estrías en espiral y con la peculiaridad de dejarse abrazar por las vírgenes. Lo que sí vio fueron rinocerontes, a los que identificó como unicornios, pero que, por supuesto, no quedaban prendados por los encantos de las doncellas, ni se dejaban abrazar por éstas, aún de que fueran vírgenes.

 

En cuanto a los habitantes de esta isla, principalmente los del extremo noroccidental, éstos eran los más salvajes. Describió las espantosas costumbres de estos montañesees que, según él, eran como bestias: carecían de religión y comían carne humana.

 

Cuando uno de sus parientes estaba enfermo y sus hechiceros habían declarado que no tenía esperanza, le hacían estrangular por unos hombres especializados, a fin de que su muerte fuera lo más dulce posible. Luego lo cocían, comiéndolo íntegramente a excepción de sus huesos. Sin embargo, lo que más le intranquilizaba a Marco Polo era que estos mismos canibalitos devoraran a los extranjeros que lograban capturar, a no ser que estos últimos pagaran un rescate.

 

 

Por las islas de Ceilán

 

Viajaba ya por los límites de aquellos mares. Había divisado una isla del archipiélago de Nicobar, en la que debió detenerse para reposar y de la cual escribe: “No hay señor ni rey que la gobierne, sino que todos sus habitantes son como bestias salvajes. Todos estos hombres y mujeres van desnudos, y no cubren parte alguna”.

 

“Tienen trato carnal entre ellos como si fueran perros, en medio de la calle o en cualquier otro sitio donde se encuentren, sin sentir vergüenza alguna; y ni siquiera respeta el padre a su hija, ni el hijo a su madre, sino que cada uno hace como quiere o como puede...”. El primitivismo de esta gente, era, en parte de extrañarse, pues, a pesar de ser visitados a menudo por mercaderes y viajeros, éstos (sus habitantes) seguían con sus mismas costumbres.

 

 

Por la ruta de la India

 

Había llegado Marco Polo a los límites de la India. “El calor ahí es tan enorme que parece increíble, y es por esa causa por lo que van desnudos” -apuntaba. “Las estatuas que adornaban sus ricos templos daban enorme culto a la belleza; sin embargo, a comparación de otros pueblos, los hindús eran más pudibundos” -seguía reseñando.

 

Conocería luego a los brahmanes, de los cuales, escribe: “no comen carne ni beben vino; y llevan, de acuerdo a sus costumbres una vida muy honesta y recatada, pues no tienen trato carnal sino con sus mujeres, no matan ningún animal y no realizan ninguna otra cosa que consideren pecado”.

 

Posteriormente, además de estas descripciones de los brahmanes, Marco Polo pudo observar muchos otros aspectos del mundo tan variado en que vive un hinduista. Menciona la creencia en los augurios de los astrólogos y otros adivinos; el carácter sagrado que atribuían al buey (recordemos lo del buey Apis, en Egipto); la pulcritud ritual que se manifestaba en sus frecuentes lavados y en las complicadas reglas que seguían para tomar sus alimentos; los suicidios rituales y otras cosas bastante interesantes, como las extrañas devociones, actitudes y quehaceres de los yoguis.

 

 

De regreso a Venecia

 

Tal vez si Marco Polo hubiese permanecido toda su vida al servicio del gran khan, hubiera, quizá, penetrado más profundamente en el espíritu oriental de tales pueblos; sin embargo, creo yo, difícilmente le recordaríamos hoy. El simplemente se habría quedado en China, y nosotros sin poder saber acerca de su persona.

Pero Marco Polo, es conocido. En la corte del gran khan los Polo eran apreciados y habían logrado una gran riqueza en oro y joyas; no obstante, según nos cuenta Marco, “conservaba en el fondo de su corazón un enorme deseo de volver a su tierra”. Habían hablado con Kublai Khan; pero, éste, cortésmente les había negado el permiso.

 

El khan era ya un hombre de avanzada edad y las crisis sucesorias (como en todas partes) resultaban siempre peligrosas. Los Polo deseaban regresar. Así que un día, viendo que el gran khan se encontraba de buen humor, Nicolás Polo se le acercó, implorándole que los dejase partir. No obtuvo permiso, aunque sí una amable negativa. No deseaba que le abandonaran, aunque sí les permitía viajar libremente por todo el territorio de su vasto imperio.

 

La oportunidad de la partida se les presentó cuando una inesperada embajada enviada por Arghun, venía ante el gran khan a pedirle un favor. Arghun era el nieto del fundador de aquel kanato, Hulagú, hermano de Kublai. Los embajadores explicaron que, habiendo perdido Arghun a su esposa, deseaba éste que su lugar lo ocupara otra dama del mismo linaje, tal como ella le había pedido en su lecho de muerte.

 

Dispuesto a complacerle, Kublai eligió para ello a una encantadora joven de 17 años llamada Kokachin, con la cual regresaron los embajadores hacia Irán, por la misma ruta terrestre por la que habían venido. Más tarde, al cabo de ocho meses de viaje, una guerra entre mongoles que azotaba Asia los obligó a regresar a la corte de Kublai con el propósito de intentar el viaje a Irán, pero, ahora, por vía marítima.

 

Estando de vuelta en Pekín (Beijing), los embajadores se encontraron con Marco Polo, quien acababa de regresar de un largo viaje marítimo por la India. Trabaron conocimiento con él y con sus mayores, quedando muy impresionados de sus conocimientos acerca de las rutas marítimas hacia Occidente que ellos tenían que recorrer, por lo que rogaron al gran khan que, para mayor seguridad de la importante dama que conducían, permitiera que los venecianos les acompañaran.

 

Kublai, aunque de mala gana (ya se había acostumbrado a ellos), consintió en que los Polo marcharan, entregándoles dos tablillas de oro que les aseguraría la protección imperial en su viaje y varias cartas para el papa y los reyes católicos de la cristiandad. Comenzaba el año 1292 cuando los Polo se despidieron de China, embarcando en una poderosa flota de catorce navíos, junto con Kokachin y una princesa song destinada, probablemente, al harem de Arghun. Iban, además, en la comitiva, un séquito de 600 personas, además de los marineros.

 

La larga travesía se prolongó dos años, tiempo en el cual menudearon los incidentes luctuosos. Sin duda el escorbuto, y las enfermedades tropicales diezmaron a los viajeros, mientras que varios barcos se extraviaron o naufragaron debido a los peligrosos tifones que azotaban esos mares tropicales. Marco Polo no da muchos detalles de lo ocurrido; lo que sí cuenta es que, simplemente, tardaron tres meses en llegar de China a Sumatra. Mucho tiempo para tan breve recorrido.

 

En 1294 llegarían al puerto iraní de Ormuz. Llegaban con uno sólo de los catorce navíos con que habían partido de China. De las 600 personas que componían el séquito, sólo quedaban 18 miembros; habían fallecido dos de los tres embajadores; las princesas se encontraban bien y sólo habían perdido a una de las mujeres que les acompañaban. En cuanto a nuestros amigos los venecianos (Nicolás, Mateo y Marco), éstos se encontraban en perfectas condiciones. No era la primera vez que sobrevivían a un viaje en extremo peligroso.

 

Sin embargo, ahora se les presentaba otra preocupación: el soberano que había pedido a la princesa, había fallecido. El trono lo había usurpado su hermano Kiajatú, mientras que su hijo Ghazán (quien se quedaría con la princesa), había sido enviado con un ejército a las fronteras septentrionales del kanato.

 

Cumplida su misión, los Polo marcharon a Tabriz, la capital del kanato, ciudad en la que permanecieron nueve meses, luego de lo cual emprendieron, definitivamente, su regreso hacia Venecia. Poco antes habían presentado sus respetos al khan usurpador, quien les entregó una vez más sendas tablillas de oro que en nombre del gran khan intimaban a todos sus súbditos a servirles. Más tarde, durante el viaje, supieron que Kublai Kan había muerto. Nunca más, lo sabían, regresarían a esas tierras.

 

 

Su arribo a Venecia

 

Corría el año 1295 cuando los Polo arribaron a Venecia. Llevaban todavía sus vestiduras mongoles, viejas y raídas, ya que como prudentes viajeros evitaban dar impresión de gran riqueza, y todo su aspecto, incluido su acento, era extranjero. Así que cuando llegaron a la vieja mansión familiar nadie les reconoció.

 

Marco, el mayor de los tíos de nuestro protagonista, debía haber fallecido, al igual que la segunda esposa de Nicolás (Fiordalisa); en tanto que, el hijo de éste, Mateo, no podía recordar a su padre ni a su hermano, a los que no había visto desde su más tierna infancia. Cuentan que, según una tradición conservada por mucho tiempo en Venecia, los recién llegados utilizaron un medio digno del khan para que finalmente sus parientes y vecinos los admitieran y aceptaran como los auténticos Polo; es decir, Nicolás, Mateo y Marco Polo.

 

Más tarde, la familia, una vez aclaradas las circunstancias, daría un banquete. Ellos (los Polo) regalarían a sus familiares, vecinos y amigos vestiduras y telas de gran valor; obsequios, joyas; y los increíbles relatos que hiciera famoso a Marco Polo. Ni que decir que, a partir de entonces, a los ojos de sus parientes y su ciudad, los Polo dejaron ser unos sospechosos o vagabundos extranjeros, para convertirse en ¡los respetables ciudadanos Polo!, aquellos a que se les había dado por muertos.

 

Los Polo se convirtieron en personajes populares. Los jóvenes de la ciudad se divertían mucho con los relatos de Marco Polo acerca del fabuloso Catay y le visitaban a menudo para escucharle. Según parece, continuamente se refería a los millones (millonadas de dinero) del gran khan, por lo que le apodaron Marco Millones.

 

 

Los apuntes de Marco Polo

 

Marco, recordaría otras historias y haría algunas apreciaciones como cuando habla sobre la virginidad y su experiencia con las mujeres. Dice que: “Para nuestra clase alta, la virginidad no está tanto cuestión de virtud como un buen negocio, y miran a una hija con la misma calculadora frialdad con que mirarían a una esclava en el mercado”.

 

“Una hija, como una esclava, como un barril de vino, se vende a mejor precio si están sellados y se puede demostrar que nadie los ha abierto. O sea, que truecan a sus hijas por ganancias comerciales o por ventajas sociales. Y las clases bajas creen neciamente que sus superiores tienen un alto respeto moral hacia la virginidad, y ellos intentan imitarlo” -decía Marco Polo.

 

 

Las observaciones de Marco Polo 

·      Acerca de la prostitución: En su largo caminar, Marco Polo tuvo la oportunidad de estar con muchas mujeres. Una vez, estando con una de ellas Marco le preguntó el por qué se dedicaba a esto, a lo que ella le respondió: “Porque me gusta. Que te paguen por hacer el surata (sexo) es un premio de más, y esto también me gusta. ¿Rechazarías un sueldo, si te lo ofrecieran, para cobrar cada vez que orinas?”.

 

·       Sobre el linaje: Marco Polo observaba que todos los linajes reales en la India descienden a través de las hermanas, una forma de asegurarse de que el “hijo” (aunque no fuese de él, del rajá), lleve la misma sangre. Apuntó: “Ningún hombre puede saber con certeza, si es padre del hijo de su esposa. A través de la hermana, aunque el niño no fuera del rajá, el pequeño sí llevaría sangre real, pues ambos, tanto el soberano como su hermana habían salido del mismo útero.

 

Las historias de Marco Polo

 

Son muchas las historias y aventuras que tuviera Marco Polo. Su libro está lleno de anécdotas y observaciones, de ahí a que citaré sólo algunas:

·        El Kitab: Cuenta Marco que en Oriente todo está cabeza abajo, o al menos al revés. Todos los mapas de los árabes estaban confeccionados con el sur en lo alto. La gente de Kitai (Catay; esto es, China), llamaba bussola a la aguja, la cual señalaba siempre hacia el sur. El Kitab comprendía 73 páginas separadas, puestas una al lado de la otra (y cabeza abajo), que mostraban toda la extensión del mundo, de occidente a oriente, y una buena parte del norte y del sur, todo ello dividido en paralelos curvos, según las zonas climáticas.

 

Sorprendía a Marco Polo que el mapa estuviese pintado de colores. Lógico era que el azul diese a entender que esa parte correspondía a las aguas del mar. Pero lo que más le llamaba la atención era la bien delineada marcación que hacían de las costas, las distancias, las rocas, los estrechos y muchas cosas más.

 

Las aguas del mar estaban pintadas de azul con líneas blancas picadas indicando las olas; los ríos eran representados por torcidas cintas verdes. Las regiones terrestres también tenían sus colores: el color amarillo significaba las dunas; unos puntos de pan de oro señalaban ciudades y pueblos; cuando la tierra se elevaba formando colinas y montañas, estos accidentes geográficos se representaban con formas como de gusano, pintadas de púrpura, rosa y naranja; y, aún estos tres últimos colores, revelaban la altitud de las montañas.

 

·     Los fabulosos banquetes: Si bien tuvo muchas veces que pasar penurias, incomodidades, miedos y sobresaltos, también tuvo, Marco Polo, la oportunidad de disfrutar de ricos y maravillosos banquetes que eran ofrecidos por los príncipes, reyes, khanes y emperadores. Resulta que en cierto lugar de El Levante, habían asistido a una importante fiesta. Se trataba de una boda.

 

Los platillos eran deliciosos. El platillo principal había sido una cría de camello rellena con cordero, relleno a su vez con una oca, rellena, también, a su vez, con cerdo picado, pistachos, uvas pasas, piñones y especias. También había berenjenas, calabacines y hojas de vid, todo ello relleno. Para beber, había sorbetes (conos), hechos de nieve todavía congelada. “La nieve era traída -escribe Marco Polo- Dios sabe de dónde, y por Dios sabe qué medio o sistema, y por Dios sabe qué precio. Los sorbetes (que han deber estado riquísimos -eso digo yo, el que esto escribe), eran de diferentes sabores: limón, rosa, membrillo, melocotón, y todos estaban perfumados de nardo e incienso”

 

En cuanto a dulces, había pastas con mantequilla y miel, tan crujientes como sabrosas, y había una pasta llamada halwah, confeccionadas con almendras molidas, y tartas (pays, pasteles) de lima, lo mismo que pastelillos hechos increíblemente con pétalos de rosas y flores de azahar, así como una conserva de dátiles rellena con almendra y clavo. Acerca de licores embriagantes, había de todo, desde vino hasta otro tipo de bebidas; incluso cosas diferentes, tales como hierbas mágicas o enervantes, entre ellas el ¡hachís!

 

·       La historia de los camellos: Los mongoles utilizaban los caballos y veían con desprecio a los camellos. Hubo una vez una invasión por parte de los mongoles a Bagdad, pues querían destruir esta ciudad. La esposa de uno de los personajes a quien visitaban recordó una historia.

 

“Os contaré -les dijo- cómo desprecian y maltrataban (los mongoles) a los camellos. Cuando estaban sitiando esta ciudad, los mongoles capturaron una manada de camellos, los cargaron con fardos de hierba seca, prendieron fuego al heno e hicieron huir a los pobres animales por nuestras calles”.

 

“Los camellos -prosiguió relatando-, con el fuego quemando ya su piel y sus gibas de grasa, corrían en estampida, enloquecidos por la agonía, y era imposible capturarlos. Recorrieron a toda velocidad nuestras calles, de un lado a otro, y prendieron fuego a casi toda Bagdad, antes de que las llamas los consumieran, atacaran sus centros vitales y murieran finalmente desplomados”.

 

·         La forma de escoger mujeres:: Los señores mongoles tenían varias esposas. Generalmente eran entre cuatro o seis con las que más en contacto estaban. Cada una de ellas tenía su yurtu personal (yurtu no era otra cosa mas que un espléndido palacio situado dentro de los jardines del palacio principal. Pero es obvio (al menos costumbre) que, también, año con año cambiase o tuviese una nueva esposa.

 

Para esto tenía alguien que le seleccionaba las mejores mujeres; no solamente las más bellas y graciosas, sino aquellas sin defectos. De ahí a que clasificaran a las doncellas por su kilataje. Las de 24 eran las mejores. ¿Que cómo se escogían? Había un modo. Aquellas, las de veinticuatro kilates, las “más buenas”, habrían de vivir un tiempo con ciertas mujeres ya mayores en el palacio.

 

Las chicas eran entonces inspeccionadas más a fondo, especialmente en relación a su comportamiento nocturno: ¿roncan?, ¿duermen?, ¿son inquietas?, ¿no echan “aires pestilentes” cuando duemen o están por dormir?, ¿les huele feo la boca cuando se levantan?, ¿se bañan?, ¿se lavan el pelo?. Eran detalles que vigilaban. Si pasaban la prueba, el señor las tomaba como concubinas; si no daban el kilo, las devolvían; si se quedaban a medias, entonces, las aceptaban como criadas.

 

Más sobre su vida

 

Marco Polo, quien en un documento oficial añade a su nombre la clasificación de noble caballero, escribió el libro en una prisión. Había habido conflictos entre genoveses y venecianos. En una de esas confrontaciones, nuestro protagonista, cuya galera se había situado a la vanguardia, es herido y hecho prisionero. Las prisiones genovesas estaban atestadas. Como resultado de la guerra llegaron a ellas seis o siete mil venecianos que habían sido capturados.

 

Uno de estos reos debía haber sido ser bastante popular en la prisión; se llamaba Rustichello de Pisa, y la historia le conoce por haber redactado en francés varios libros de caballería. En ellos hablaba sobre caballeros andantes y de princesas cautivas; pero lo más seguro es que, al transcurso de los años, sus cuentos o narraciones se habían agotado, así es que la llegada de Marco Polo resultó un aliciente por el interés de sus historias.

 

Marco Polo había tomado algunas notas durante sus viajes, pero no debía considerarse muy hábil con la pluma, lo que explica recurriera a Rustichello. No cabe duda, sin embargo, que el verdadero autor fue él, aunque se notan ciertas huellas del pisano en algunos detalles del libro. Lo que sí es de lamentarse es que el manuscrito original no se conserve, pues lo más seguro es que los copistas hubieran eliminado algunos párrafos, otros los hubieran copiado mal o hasta inventado.

 

Otra cosa importante a señalar es que el libro fue escrito en francés (a pesar de que tanto Marco Polo como Rustichello eran italianos); pero lo que pasa es que la lengua francesa era la de uso más frecuente en aquellos tiempos. Uno más de los motivos para haber sido escrita en francés era de que el dialecto veneciano de Marco Polo podía haber resultado difícil de entender para Rustichello. El francés de la obra está llena de expresiones italianas y muchos nombres (lo más seguro porque Marco Polo jamás corrigió el manuscrito), incluso nombres propios aparecen escritos con ortografía diferente.

 

 

La muerte de Marco Polo

 

A pesar de los esfuerzos de los investigadores, que han examinado con detenimiento los archivos venecianos, muy poco se sabe sobre sus últimos años. Marco Polo vivió un cuarto de siglo más, luego de ser liberado, en 1299, por los genoveses. Volvería después a Venecia donde sería miembro del Gran Consejo, y contraería matrimonio con una tal Donata, que le dio tres hijas: Fantina, Bellela y Moreta.

 

Tendría un esclavo tártaro, al que le habían dado el nombre cristiano de Pedro; y, aunque pudiera imaginarse que había venido del Lejano Oriente, también puede suponerse pudo haberlo comprado en Venecia. Lo cierto es que Marco lo estimaba y le debió recordar sus viajes juveniles. En su testamento (que se conserva todavía), fechado el 9 de enero de 1324 (mismo año en que muriera) le otorgaría la libertad y le dejaría algún dinero.

 

En su vejez, Marco Polo fue apodado “Marco Millones”, porque en Venecia todo el mundo creía que la historia de sus viajes eran una sarta de innumerables mentiras. Cuando estaba a punto de morir, un sacerdote le ofreció la oportunidad para reconocer sus embustes, pero, según dicen, él contestó: “No he contado ni la mitad de lo que vi ni lo que hice”. Estas serían, tal vez, las últimas palabras de un gran viajero como fuera ¡Marco Polo!

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 3 de septiembre de 1990.

 


 

Volver a la Página de
Grandes Personajes

 

 

Volver a la Página de
INICIO

 

© 2011 / Derechos Reservados.