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Grandes Personajes

 

 

Isabel I de Inglaterra

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Un verdadero personaje de la historia. Mujer de gran inteligencia que hiciera frente a
innumerables ataques, ofensas, abusos e intrigas. Soberana de Inglaterra que supo
dominar y hablar por sí misma, llevando adelante su reino y haciendo de este un gran
imperio. Ella fue Isabel I de Inglaterra.

 

 

 

 

Los grandes sólo con los grandes

 

La historia muestra, la mayoría de las veces, que los grandes solo con los grandes se ven. Prototipo del monarca absoluto y autoritario del siglo XVI, Isabel I de Inglaterra vivió entre los grandes y salió de entre los grandes.

 

Hija de Enrique VIII y de Ana Bolena, Isabel I de Inglaterra nació en Greenwich, justo donde nacen las horas y se detiene el tiempo. Su fecha de nacimiento es en el año de 1533, época difícil y turbulenta para su padre Enrique, quien a toda costa deseaba a un hombre de heredero.

 

 

Los primeros problemas

 

Declarada hija ilegítima cuando apenas contaba tres años de edad, Isabel fue aprendiendo de lo bueno y lo malo de sus propios padres. Sabía las intrigas, chismes y rumores que abrigaban los aires fríos de la corte. Sabía quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Empezaba a abrirse en su mente e inteligencia el poder del dominio, el don del mando, el saber mandar y hacer obedecer.

 

 

Sus primeros años

 

No pudiera hablar (o escribir) mucho acerca de los primeros años de Isabel I de Inglaterra. Lo único que se cuenta es que sus primeros años los pasó cómodamente entre los profesores y maestras de la corte quienes trataron de dar a la pequeña Isabel los principales elementos de educación que toda niña debería saber.

 

Reglas, etiqueta, protocolo, era parte de la vida diaria que veía Isabel. Claro, también había oportunidad de conocer un poco más de historia, geografía, política, religión, economía, diplomacia, y en general, todas aquellas cosas que era conveniente que ella supiera, ya no sólo por su bien, sino por el bien de Inglaterra.

 

 

Isabel I

 

Reina de Inglaterra de 1558 a 1603, Isabel fue hija de Enrique VIII y Ana Bolena. Declarada hija ilegítima en 1536 (ella tenía tres años), el parlamento decidió, en 1544, el restablecimiento de sus derechos a la sucesión.

 

Bajo el reinado de su hermana, María Estuardo, se hizo sospechosa de connivencia con los elementos anticatólicos del reino y, tras la desarticulación de la conjura de Thomas Wyatt, fue encerrada en la Torre de Londres, en 1544.

 

Entronizada en 1588, a la muerte de su hermana, Isabel se convirtió en el prototipo del monarca autoritario del siglo quince. Una reina que gobernaba personalmente, pero siempre rodeada de un magnífico y excelente equipo de consejeros y colaboradores.

 

 

Una reina con historia

 

Isabel fue una reina con historia. Inglaterra pasaba por momentos difíciles. Era un reino, pero un reino con problemas. Es entonces cuando de pronto aparece en escena una princesa que repentinamente cambiaría el curso de la historia.

Ella, Isabel, como movida por un destino preestablecido, abraza resueltamente el camino de la disidencia. Lucha por una causa y logra que su deseo y pensamiento triunfe sobre los demás. El camino no sería fácil; pero ella, inteligentemente, lo lograría.

 

 

Muchos en su contra

 

Isabel tendría muchas fuerzas en su contra, pero ella sabría cómo hacer frente a estas disidencias. Con una jerarquía que le hacía más fuerte, Isabel trató de sentar las bases de su reinado. Se rodeó de buenos colaboradores y supo mandar y hacerse respetar.

 

Fue una reina que concentró sus esfuerzos y energía en hacer de su reino, un núcleo de poder respetado, digno y altamente estimado. Tendría contrarios, es cierto, incluso muchos que hablaron de matarla. Pero Isabel, siempre inteligente, supo resueltamente hacer frente a todo ello.

 

 

Isabel: la monarca inteligente

 

Hubo grupos que se le opusieron, pero Isabel hizo frente a esta coalición opositora y mantuvo con ella una lucha a vida o muerte. Se esgrimieron en su contra todas las armas, las de la guerra y de la traición; pero ella, a cada uno de los ataques, supo oponer el medio de defensa adecuado.

 

Y no sólo mantuvo su fuerza y su poder, sino que supo, además, conseguir el apoyo de los países vecinos para lograr lo que ella deseaba. Justo es decir que, a no ser por ella, la reforma de la Iglesia no hubiera llegado a prosperar en Escocia. También es probable que esta reforma hubiera sido aplastada antes de tiempo en Francia y es seguro que tampoco hubiera podido plasmarse y tener su arraigo en los Países Bajos.

 

La reina Isabel, pudiera decirse, fue campeona del protestantismo en el occidente de Europa. De aquí surgieron múltiples combinaciones políticas que llevaría, a su vez a otros cambios. Ella misma expresaba su asombro ante el hecho de haber llegado tan lejos. “Jamás creí poder llegar a tanto” -diría alguna vez la reina Isabel.

 

 

Isabel I: una gran gobernante

 

Era Isabel una de esas monarcas que tienen de antemano una conciencia clara de los deberes del gobierno. Sabía gobernar, sabía hacer valer derechos, sabía imponer obligaciones y buscaba hacer cumplir las leyes. Era una persona que gustaba de la justicia y buscaba a toda costa impartirla en la mejor medida. Todo lo que ella hacía iba encaminado en beneficio de su gobierno. Ella misma decía que eran cuatro las virtudes que un gobernante debe tener: justicia, moderación, generosidad y buen juicio. Estas eran las cuatro características que un buen gobernante debería tener.

 

Creía poder jactarse de poseer las dos primeras (justicia y moderación), ya que jamás se había fiado de los informes de otros, sino que había procurado llegar por sí misma al conocimiento real y completo de las cosas. Le gustaba ir al meollo del asunto y saber por sí misma acerca de lo que pasaba. No quería vanagloriarse de las dos últimas cualidades (generosidad y buen juicio), pues sabía que eran virtudes propias del varón; sin embargo, son estas dos cualidades, precisamente, las que en alto grado le atribuye la historia.

 

 

Isabel: una mujer de grandes cualidades

 

Isabel era una mujer de grandes cualidades Su buen juicio se percibe en lo bien que sabía escoger a sus funcionarios y servidores. Sabía dónde colocarlos, asignándolos en los puestos más adecuados a sus capacidades. Su grandeza de corazón, por otra parte, se deja ver en muchos otros aspectos que hacían notar incluso sus enemigos.

 

Era una gran mujer. En los casos de peligro se le veía actuar con seguridad, infundiendo ánimo en los suyos y dándoles la suficiente fuerza para seguir adelante. Nunca, incluso en los momentos más difíciles, se le veía sombra de preocupación alguna. En cambio, siempre buscaba ella infundir con su actitud ánimos en la nobleza y confianza en su propio pueblo.

 

 

Cosas que se le reconocen

 

Dos grandes cosas se le ensalzan a la soberana: intervenía celosamente en todas las deliberaciones y cuidaba con todo ahínco de que se pusiera manos a la obra, lo más pronto posible, todo lo acordado. Tampoco hay que creer que Isabel era toda una maravilla. Tenía sus defectos y estos eran grandes. Sería desfigurar la realidad el no aceptar la suma de durezas y crueldades cometidas bajo su gobierno, sin que ella pudiera alegar demencia, o al menos ignorancia.

 

Isabel era una persona que le gustaba jugar con la verdad. A veces callaba parte de los hechos, pero esto era para sacar provecho de la situación y poder dominar la serie de acontecimientos que se le presentaban. Ella misma proclamaba la verdad como una virtud indispensable de los reyes, pero al igual que esos mismos monarcas, dejaba parte de la verdad a un lado y callaba aquello que por razones de seguridad de estado era conveniente callar.

 

 

Algunas de sus características

 

Isabel era muy asequible a la adulación y se dejaba seducir fácilmente por las apariencias agradables, del mismo modo que la repelían los pequeños defectos, aunque fueran casuales. Le irritaba cualquier palabra que le recordara la caducidad de las cosas o la precariedad de la propia persona o condición humana.

 

La vanidad le acompañó desde su juventud hasta la vejez, una vejez o carga de años que trataba de ocultarse a sí misma y a los demás. Gustaba de atribuirse a ella misma los éxitos y atribuir a otros (a los ministros, principalmente) los fracasos que a menudo merodeaban el palacio.

 

Ante los desaciertos habidos (los cuales eran atribuidos a sus allegados), éstos, los ministros, tenían que “apechugar” ya sea de buena o de mala gana los fallos y designios de la soberana. Algo debían hacer para conservar sus puestos.

Aparte, había que acatar, después de todo, las nuevas medidas que, aunque fuesen estas impopulares y dudosas, se tenían que cumplir. Había, además, que soportar el enojo de la soberana que no siempre andaba de muy buena gana, pero sí con la espada desenvainada, cortando cabezas (cesando) a todo aquel que no cumpliese sus órdenes o no fuese de su entera confianza.

 

 

Mujer veleidosa

 

No estaba libre de las veleidades de su sexo, aunque sabía desplegar, también, a cambio de ello, los encantos y delicadezas de toda una reina. Cuéntase que, pronunciando un día una oración ante los sabios de Oxford, como viera en pié delante de ella al lord del Tesoro, con su pié paralítico, interrumpió para ordenar que le pusieran una silla, reanudando en seguida el hilo de su discurso.

Isabel era una mujer de múltiples facetas. Veleidosa, temperamental, seria, agradable, bravucona, amable... Pareciese como si las características de varias mujeres se conjugasen en ella. Atenta, solícita, ponderada, a veces cruel, a veces con dejos de desdén, otras veces con momentos de crueldad, a veces dulce, a veces sabía, Isabel fue toda una mujer.

 

 

Una mujer de decisiones

 

Isabel fue ante todo una mujer de firmes decisiones. Sabía lo que quería y luchaba firmemente para conseguirlo. Gustaba de la paz, mas no de la guerra. Sabía que se debían cumplir todas las leyes, tanto las humanas como las divinas. Meditaba sobre sus decisiones y no tenía miedo ante circunstancias o amenazas. El tiempo era algo único y había que respetarlo. Odiaba la guerra, pero sabía que a veces esta era necesaria. Cuando se inclinaba por la paz, cuidaba de advertir que no lo hacía por temor al enemigo, sino porque le repugnaba todo derramamiento de sangre.

 

 

Isabel: la soberana

 

La vida misma la fue formando. El desarrollo de los acontecimientos, su modo de vivir, las circunstancias y todo lo que le rodeaba hicieron de ella toda una gran reina. Los triunfos y fracasos en la vida, las luchas y las zozobras, fueron formando en ella su férreo carácter de gran soberana.

 

El haber logrado lo que parecía increíble, el llegar al punto en el que estaba; la fe infalible en la providencia, en el futuro de su nación; la excomunión decretada por el Papa; fueron cosas que le hicieron más fuerte y a la vez más poderosa.

No le gustaba que le hablaran de su padre o de su madre, ni quería oír hablar de su sucesor. Lo que le llenaba su horizonte visual era el “aquí” y el “ahora”, el poder actual, su gobierno, su imperio, su nación.

 

 

“God save the queen”

 

God save the queen (“Dios salve a la reina”), dice la frase. Así pues, maravilloso era ver el espectáculo que reseñan los historiadores al dejarnos muestra escrita de cómo eran aquellos tiempos en que la reina hacía su aparición en las grandes fiestas.

 

Un espectáculo donde la reina, marchando en su palacio en los días de grandes solemnidades iba acompañada de un gran séquito: delante, los magnates y los caballeros, con todo el ornato de sus órdenes, insignias y condecoraciones, y la cabeza descubierta; en seguida, los portadores de las insignias del poder, del cetro, la espada y el gran sello; y cerrando el cortejo, la soberana, la reina con su rica capa recamada de perlas y piedras preciosas.

 

Cuentan que una vez, bajando por el pasillo, Isabel atoró su capa en uno de los escalones, y de un tirón se arrancó un hilo de perlas. La soberana no se inmutó. Uno de sus ayudantes corrió en seguida para recuperar el hilo de perlas. Ella muy digna volteó y dijo: “No te preocupes, dejadlas corred, una más no vale la pena....”. Se trataba no sólo del hilo de perlas, sino de una preciosa esmeralda a las que la reina Isabel estaba tan acostumbrada.

 

Las ceremonias, siguiendo el estilo, marcaban todo un rito, todo un acontecimiento. La reina paseaba a sus anchas, miraba a todos lados y aprobaba o desaprobaba todo aquello que veía. A su paso alargaba su mano para que se la besaran los personajes que le eran presentados. Llegaba así a la capilla, donde la muchedumbre congregada prorrumpía al verla entrar. Entonces, todos se arrodillaban y decían al unísono: "God save the queen!" (¡Dios salve a la reina!).

 

Isabel conoció como pocos reyes las muestras intactas de veneración y acatamiento tributadas al poder de la majestad sobre la tierra. Los criados depositaban sobre la mesa, doblando la rodilla, los manjares destinados a la reina, aunque ella no estuviera presente. Y nadie le era presentado que no clavase la rodilla en tierra.

 

 

Isabel y su gobierno

 

Fueron varios los hechos importantes que acontecieron durante el reinado de Isabel I de Inglaterra. De entre los principales problemas de su política interior se destaca la controversia religiosa surgida por las diferentes confesiones y credos religiosos. Se sabe que tras ser proclamada reina volvió a restaurar el culto protestante, implantando de nuevo las medidas anglicanas de 1552.

 

Más tarde, por el tratado de Edimburgo (1560) apoyó la revuelta presbiteriana escocesa contra la reina María Estuardo, que en 1568 tuvo que refugiarse en Inglaterra. Luego, en el campo de la economía Isabel I preconizó un mercantilismo volcado ante todo sobre la marina y el comercio en sí (Royal Exchange, 1566), tanto europeo como colonial Compañía de las Indias Orientales, 1600).

 

Del mismo modo su gobierno se preocupó por la agricultura, conservando un campesinado libre y permitiendo un desarrollo de lo que se llamó “cercado de tierras” (Enclosures). Por medio de la Poor Laws (“Leyes de los pobres”, 1563-1601) se pretendió mitigar la miseria de las clases populares.

 

Las directrices de la política exterior isabelina fueron la alianza con los poderes protestantes y el mantenimiento de una latente rivalidad con Felipe II. Desde 1568 brindó su protección a la revuelta de las provincias holandesas, lo mismo que a grupos que se oponían a un marcado catolicismo francés.

 

En el ámbito colonial y de expansión de su comercio, Isabel se convirtió paulatinamente en una fiera aliada del mercenismo colonial. La rivalidad anglo-hispánica estaba dada. Es entonces cuando la soberana autoriza de modo oficial las acciones de piratería de famosos piratas y corsarios como Francis Drake, Hawkins y otros.

 

 

Otros aconteceres

 

Pero no sólo Isabel estaba interesada en el campo de la piratería. El comercio, su comercio, es lógico, era el que debía de triunfar. Algo así como el monopolio que a base de mafia, presiones, chantajes, sobornos y corrupción se estilan y sigue estilando en Monterrey por parte de compañías que serán muy importantes, pero que no dejan de ser enteramente corruptas y convenencieras.

 

Isabel estaba empeñada en ganar, no importaba lo que esto costase. Si había que robarle al otro había que hacerlo. Tal era el modo de pensar de ella. Pero, claro, había otras cosas importantes que se tenían en mente. Estaba lo de la colonización en América. La colonización de América del Norte, con la fundación de la colonia de Virginia, en 1584.

 

 

Los problemas

 

Uno de los máximos problemas que enfrentaría Isabel sería el trágico desenlace de la reina María Estuardo, ejecutada en 1587. Al parecer Isabel quiso parar la ejecución, pero era ya demasiado tarde. El remordimiento siempre le quedaría. Al año siguiente, la flota inglesa habría de contener la invasión española, la escuadra de Felipe II, la llamada Armada Invencible.

 

Aunque tras este combate el país quedaba a salvo de todo posterior intento de conquista, la victoria no dice nada sobre su supremacía militar en Europa. Más tarde, los últimos años de la reina se ven agitados por las revueltas holandesas de 1596 a 1598, así como por graves inquietudes políticas.

 

La autoridad monárquica se ve seriamente confrontada ante la Cámara de los Comunes, preludiando nuevos cambios y nuevos giros. El calvinismo llegaría. Otros rumbos políticos, históricos y sociales se darían en Inglaterra. No obstante, la historia de esta mujer quedaría grabada para siempre. Ella moriría en Richmond, al poniente de Londres, el año de 1603. Su nombre había sido Isabel I de Inglaterra.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 19 de febrero de 1990.

 


 

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