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Grandes Personajes

 

 

Saddam Hussein (2)

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Líder y estratega del pueblo iraquí. Enigmático personaje visto como monstruo para algunos
y salvador mesiánico para otros. Hombre de postura firme e inteligencia suma. Descendiente
de Mahoma, Iluminado de Alá, sucesor del gran Nabucodonosor; aquel que lucha contra el
imperio buscador de sangre y de petróleo, él es y sigue siendo: Saddam Hussein

 

 

 

Segunda parte: 2/2
Saddam y el conflicto del Pérsico

 

 

De la escuela al ejército

 

Saddam comenzó su educación primaria cuando se fue a vivir con su tío Jayrallah; tenía apenas dieciséis años cuando había terminado la escuela intermedia, equivalente, aquí en México, a lo que es la escuela secundaria. Saddam quería llegar a ser oficial del ejército, como lo había sido su tío, pero sus bajas calificaciones, le impidieron ingresar a la Academia Militar de Bagdad, colegio de gran prestigio.

 

De la generación de líderes árabes que tomaron el poder en los golpes militares, durante las décadas de los ’50 y ’60, sólo Saddam era el único sin experiencia militar. Aunque se dice que ya desde los diez años sentía un gran amor por las armas, en 1976 corregiría esta «deficiencia» al conseguir ser nombrado teniente general, rango equivalente a Jefe del Estado Mayor. Tiempo después, en 1979, Saddam Hussein se convertiría en Presidente de la República, ascendiéndose a sí mismo a Mariscal de Campo.

 

 

El Bagdad de antes

 

Bagdad era totalmente distinto al mundo que había dejado atrás en al-Auja. Con todo, Saddam seguía viviendo con takritíes (habitantes de Takrit). La casa de Jayrallah (su tío) estaba en la margen occidental del río Tigris, en el distrito taktití de al-Karkh, predominantemente de clase baja.

 

Como en la mayoría de las ciudades del Medio Oriente, los campesinos de la misma región tendían a agruparse en ciertos barrios cuando se mudaban a la ciudad, apoyándose mutuamente y manteniendo sus conexiones con el clan rural. Aquí, Hussein empezaba a hacer su vida. La época era mucho muy turbulenta, y Saddam empezaba a estudiar en Bagdad.

 

Saddam (dicho sea de paso, su nombre significa «el que confronta»), era ya miembro de un grupo político. Estuvo estudiando en varios países, entre ellos Siria y Egipto. En este último país ingresaría, en 1961, a la Facultad de Leyes en la Universidad de El Cairo.

 

Más tarde, en 1963 Saddam contraería matrimonio con Sajida, prima suya e hija de su tío Jarallah. Años después, Saddam tomaría una segunda esposa. Una bella mujer, alta, rubia, proveniente de una vieja y distinguida familia de comerciantes de Bagdad. En 1979, como ya todos sabemos, Saddam Hussein se convertiría, gracias a sus astucia, inteligencia y perseverancia, en presidente de Irak.

 

 

 

 

 

 

Las cosas de Hussein

 

Hay detalles simpáticos en la vida de Hussein. Se dice que gusta mucho de leer El Padrino, y últimamente vio la película El Padrino, parte III. También gusta de lectura de versos y poemas, entre ellos la del libanés Gibrán Jalil Gibrán. Le gusta la caminata y la natación.

 

Se cuenta, también, que tiene decenas de cocineros que le preparan la comida y, siempre, alguien de ellos, como en tiempos de Kublai Kan, hay catadores que prueban la comida antes que él. Esto a fin de evitar ser envenenado. Se dice, del mismo modo, que siempre lleva su propia silla para prevenir que un enemigo encaje una tachuela envenenada en el asiento.

 

Otra de las cosas que se mencionan es que a ciertas horas, no importa con quien esté, se levanta de donde está, se postra en el suelo y empieza a rezar. Por último, se dice que todo aquel que lo entreviste deberá pasar un riguroso examen, pidiéndole a este individuo que se quite la ropa, a fin de ver que no porte arma alguna, y, luego de pasar por diversas salas, ya de ahí se le lleva ante la presencia de Hussein.

 

 

El sufrido pueblo iraquí

 

Veíamos ya, la semana pasada, parte de la historia de este sufrido pueblo iraquí el cual, «gracias» a las orgullosas y maléficas fuerzas extranjeras (en todo tiempo pendientes de dominar y robar a países desvalidos poseedores de grandes riquezas y tesoros), siempre ha vivido de la manera más infame que se conozca.

 

Siempre en guerra, siempre en la miseria. Siempre defendiéndose del avorazado invasor que sólo quiere su riqueza, mas no el beneficio del débil a quien aplastan y masacran; siempre en zozobra por las constantes amenazas y violaciones de que ha sido víctimas, Irak es hoy un país bombardeado por un sinnúmero de fuerzas multinacionales, que no tienen más empacho que actuar como simples peones de caballería, movidos por un loco presidente que pareciera estar jugando, en la «tele» o en su «micro» de la Casa Blanca, un partido de Nintendo.

 

 

¿Motivo? Simplemente, el petróleo...

 

Quien tenga ojos para ver, que vea; quien tenga oídos para oír, que escuche. El problema no es sólo político, sino primordialmente económico. Lo que las «fuerzas» quieren es simplemente el petróleo. A ellos no les interesa que en esos países del oriente medio haya democracia, exista libertad o pueda haber una determinada religión. Lo que Estados Unidos y demás aliados pretenden es el petróleo y nada más.

 

Hay tantos tiranos (que los países desarrollados, los países capitalistas considerados como los buenos) aceptan, que el caso de Irak pudiera así mismo mantener esta característica. Pero aquí las cosas cambian. Los suaves corderillos intentan transformar las cosas, desvirtuar noticias y asesinar a indefensos ciudadanos.

 

Estados Unidos lo niega; pero, como viene escrito en el libro de Judith Miller y Laurie Myleroie, Saddam Hussein y la crisis del Golfo, algunos de los hombres del presidente (refiriéndose a George Bush) han sabido hablar con mayor claridad respecto a este tema: «Desde luego que se trata del petróleo. Séase simplista o no, el petróleo es lo que hace que todo el mundo siga adelante». Eran las palabras de Richard Mossbacher, Secretario de Comercio.

 

 

¿Por qué enviar tropas al Pérsico?

 

Se sabe que el presidente Bush ofreció varias explicaciones sobre su decisión de enviar tropas al Golfo Pérsico, decisión que tomó sin consultar al pueblo norteamericano (que es a quien se debe) y sin consultar a sus representantes designados. Su decisión estaba hecha. Ya después vendría el «levantamiento de dedos» (no muy numeroso, por cierto), en que el Congreso tomaba la resolución de enviar tropas y hacer uso de la fuerza contra Irak a fin de que éste dejara Kuwait.

 

Claro, el presidente norteamericano, educado en los estados del sur, con un estilo hosco, brusco y muy a la tejana, sin mediar sentimientos ni tener escrúpulos, optó por ir a la guerra. Al fin y al cabo, él no sería quien tendría que soportar el ruido de bombas o cañones ni misiles, como tampoco ojivas químicas, u otras lindas atrocidades.

 

Estados Unidos siempre se ha caracterizado por una marcada dependencia en cuanto a petróleo se refiere. Ellos tienen el suyo, mas no quieren utilizarlo. Prefieren el de los demás países, a precios que a ellos (los norteamericanos) les convenga. Esto no se podía decir al pueblo de Estados Unidos; eso de decirles que su país estaba al borde de la quiebra era demasiado y vergonzoso para ellos.

 

 

La demagogia de USA

 

Fue entonces que el gobierno empezó a usar su estrategia y su estilo demagógico que les caracteriza y que tan bien han aprendido de los países del tercer mundo a quienes bien explotan. Estados Unidos comenzó a utilizar conocidas frases «lava-cerebros» a fin de dormir o «encantar» a su gente.

 

Se empezó hablar sobre la «importancia para la seguridad nacional» que esto revestía, «desastre económico» que esto implicaba, «libertad de navegación» en las rutas del Golfo, «compromiso con la paz y el bienestar» para conveniencias suyas y de sus amigos los aliados», «la paz» que tanto se deseaba, pero que ellos mismos ultrajaban.

 

Luego vendrían, como cantaleta y disco rayado, otras muchas frases como: «el liderazgo del mundo libre para resistir las fuerzas de la anarquía y la tiranía», «los intereses vitales» (de la nación), «asunto de seguridad nacional», «la paz esté en juego», «la locura de Hussein», y tantas otras frases que ni ellos mismos se creían.

 

 

¡Y claro que fue el petróleo!

 

A Estados Unidos poco le importaba el que Irak hubiera invadido o tomado Kuwait. Lo que le dolía era que ahora no podría tener acceso a precios «justos» o «razonables» para ellos. El gobierno norteamericano empezó a manipluar la información en el sentido de que Irak quería adueñarse no solamente de Kuwait, sino, también, de los demás países árabes.

 

«Hussein quiere apoderarse no sólo de Kuwait y el medio oriente, sino ser el dueño de todo el mundo», llegaron a decir algunos líderes mundiales, pues pensaban; «Este Hussein quiere apoderarse de todo». La verdad pudo, en parte, haber sido esa. Pero, ¿no pudo haber sido al revés, el que Estados Unidos pretendiera o pretenda, del mismo modo y con más ganas, apoderarse de todo, incluso de Irak?

 

 

Lo que no se dice

 

Estados Unidos siempre ha estado interesado en el petróleo. A él no le interesa qué tipo de gobierno haya, si haya democracia o no. A Estados Unidos lo que les importa es el dinero y el petróleo. A Kuwait se le había tachado de anacrónico, de tener una monarquía feudal que había reprimido la democracia por la presión de la guerra Irak-Irán.

 

Algunos analistas (bastante honestos, por cierto) señalan que si Kuwait hubiese sido un país pobre y sin petróleo, ni un solo soldado estadounidense hubiera sido enviado al emirato para defenderlo de Irak. Nuevamente, como se ve, el mundo es bastante raro y no siempre se habla con la verdad.

 

Así mismo, y viéndolo bien, Estados Unidos tampoco está ahí para defender al gobierno «legítimo» de Arabia Saudita, una monarquía feudal de tipo imperativa, sin el más remoto indicio de lo que pudiera llamarse democracia. ¿Qué tanto les importaba todo esto? ¿O, a poco a Washington le interesaba el derecho de la Casa de Saud (la familia saudita)?

 

¿Realmente querían hacer algo por ellos, por los sauditas? ¿Prohibir toda religión salvo el islamismo? ¿Cómo osan los norteamericanos estar de acuerdo con este tipo de países aliados con su sistemática represión a la mujer, la lapidación de adúlteras o la amputación de las manos a los ladrones? La única explicación es el mesari (dinero, en árabe).

 

Como se ve, ningún funcionario estadounidense ha osado argumentar que el presidente envió sus fuerzas para preservar la libertad y la dignidad humana en Riyad, la capital de Arabia Saudita. Y, lo que es peor, luego de estar enemistado con Siria, y considerar al presidente de este país, Hafez al-Assad, como un criminal y un asesino, el secretario de Estado norteamericano Jim Baker, conocido por su ira insaciable y sociopatía imperdonable, viaja con toda prisa a Damasco (en septiembre de 1990), para buscar apoyo en su campaña internacional contra Irak.

 

Assad, por supuesto, probablemente habría estado encantado de debilitar a su rival de muchos años (Saddam Hussein), aún sin el estímulo personal de Baker. Lo que la gente se preguntaba era de ¿cómo era posible que el secretario estadounidense se reuniera con el hombre que ha desempeñado el papel de amable anfitrión del grupo terrorista que hizo estallar en el aire, en 1988, el Lockerbee, Escocia, el vuelo 103 de Pan Am cegando la vida de cientos de norteamericanos?

 

 

Y se vino la guerra...

 

El problema, en verdad, no era tan grande. Fue Estados Unidos el que lo hizo grande. Empezó a «negociar», empezó a intimidar. Empezó a involucrar países y a querer convertirse en el «salvador universal». Las Naciones Unidas no hicieron mas que el ridículo, pues se convirtieron en comparsas. Como congreso de un país tercermundista, aprobó el uso de la fuerza. México, ese país que proclama que «el respeto al derecho ajeno es la paz», dio su consentimiento a tan nefasta decisión.

 

Algunos levantaron la voz. Nadie les hizo caso. La Iglesia pidió el diálogo y los gobiernos se volvieron sordos. El Papa pidió diálogo y no fue escuchado. Genaro Alamilla, Secretario Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Mexicana, expresó a su vez que la situación se había tornado difícil y apuntó que «habría que refelxionar por qué ahora hay tanto problema por la invasión de Irak a Kuwait, puesto que nadie protestó cuando los estadounidenses invadieron Granada y Panamá».

 

 

La primera piedra

 

Y Estados Unidos fue quien tiró la primera piedra. Bush, por su parte alegó que la guerra había iniciado con la invasión a Kuwait por parte de Irak. Pero esto, ni él mismo se la creía. Ahora, ¿por qué atacar a Bagdad, y no a los iraquís que estaban en Kuwait? Eso nadie lo contesta. No les conviene.

 

Mientras tanto, luego del tremendo bombardeo sobre la ciudad de Bagdad y después sobre Basora, las fuerzas de Saddam Hussein simplemente callaban. Las cosas iban tomando su cauce. Uno ataca, el otro espera. Algo así como la «técnica de la box» de los ingleses (técnica que utilizaban algunos británicos, que como boxeadores están espera de recibir los primeros golpes para saber el estilo de combate del enemigo y luego contra-atacar).

 

Y pasaron las horas. Irak no se defendía. Todos estaban sumidos, sin comprender ni saber qué decir, incluyendo a los propios norteamericanos que no lograban entender el por qué de dicha proceder. Hasta que de pronto Irak contestó. Saddam Hussein habló y los pueblos, esperaron a presenciar el intercambio de golpes. Los misiles empezaron a surcar los cielos. ¿Quién ganaría?

 

 

El inicio de las hostilidades

 

Como queriendo intimidar, Estados Unidos y sus fuerzas multinacionales (empleo «sus» y no «las», porque pareciese que dichas fuerzas fueran propiedad de los norteamericanos) comenzaron el ataque contra posiciones iraquís. Al primer día de duros golpes, la fuerza multinacional había declarado triunfalmente que la mitad de los aviones y posiciones iraquís habían sido destruidas.

 

El general Colin Powell, jefe de las fuerzas armadas conjuntas; George Mitchell, Secretario de Defensa de Estados Unidos, salían sonrientemente ante las cámaras de televisión como diciendo «¡vamos ganando!». Un triunfalismo del cual -el propio George Bush, dijo-habría que cuidarse.

 

Y resultó cierto. Ese triunfalismo no había sido mas que de oropel, por no decir vil papel revolución. Los «blancos» que las fuerzas aliadas habían destruido no eran mas que simples charadas, escenarios de cartón que simulaban tanques, aviones, construcciones que parecían ser otra cosa y no lo eran. Los «gringos» se habían ido con la finta. ¡Qué ridiculez!

 

Las hostilidades continuaron. Irak empezó a atacar a Israel. Este no contestó. Los misiles -decían los partes oficiales- no habían causado mucho daño. La verdad era otra. Se restringió el acceso a la información. Las noticias fueron censuradas. Se prohibió a los reporteros el que dieran el sitio exacto de la caída del misil, para no dar pautas que pudieran servir de pista al enemigo.

 

Las autoridades israelís, lo mismo que las norteamericanas se encargaron de proporcionar la nueva «información». Algunos centros comerciales fueron destruidos. Los cohetes «scud» dieron en bastantes blancos. Nadie daba direcciones, como el del «scud» que cayera en Tel Aviv, en las inmediaciones del sector de Kikar Dizengoff entre las calles Frischmann y Bograschov, algo de lo cual nadie informó.

 

 

Entre risas y desastres

 

Y los cuerpos fueron cayendo. Aviones tanto de un bando como del otro comenzaron a ser derribados. Las cifras parecían volverse locas al ser vociferadas por un bando y por el otro. Ninguna de ellas creíble. Los armamentos empezaron a faltar. Estados Unidos pidió elevar la producción de municiones, a lo que muy sarcásticamente un oficial del ejército iraquí dijo: «Nosotros se las vendemos». Gran descaro o gran cinismo, pero así fue. Por su puesto Estados Unidos no contestó, y el coraje se lo aguantó.

 

 

¿28 contra uno?

 

Estados Unidos siguió atacando, pero con tan mala suerte que el clima o las condiciones climatológicas no le permitían actuar. Por otra parte, continuaba atacando blancos falsos que creía eran posiciones contrarias o «bunkers» enemigos. El desierto, desconocido para los norteamericanos, acostumbrados al aire acondicionado, fue y ha sido uno de sus peores enemigos. No contaban con las famosas garrapatas que se encuentran en la arena y que causan picazones, gran comezón y elevadas temperaturas que pueden llevar a la muerte.

 

Creyendo que podían acabar pronto y que los iraquís pensaban al estilo de los norteamericanos, todos se fueron con la creencia que Irak doblaría inmediatamente las manos. Eran ¡28 contra uno! Los estadounidenses, los franceses, los ingleses, los italianos y los demás países envueltos en el conflicto daban por hecho que al «pobrecito» de Irak lo harían añicos en menos de una semana. Y no ha sido así.

 

 

Los destrozos

 

La ciudad de Bagdad ha sufrido enormemente. Es mentira, vil mentira, que sólo los reductos o posiciones de la fuerza o guardia personal de Hussein hayan sido atacados. Cientos de personas civiles han muerto, gente que vive (o vivía) en zonas residenciales también ha sido atacada. Muchas mezquitas han sido demolidas. La Torre de Babel (o sus restos) está por ser destruida.

 

La mítica ciudad de Babilonia y Nínive, igual. Basora, lo mismo que Mosul, Takrit y al-Auja, poblado donde naciera Sadam Hussein, han sido constantemente bombardeados. Sin embargo, la esperanza del pueblo iraquí es seguir luchando contra el enemigo; al fin y al cabo, ¿qué pueden ser seis meses más, un año más, dos, tres cuatro o hasta cinco, si ya desde hace muchos siglos están acostumbrados a lo mismo?

 

 

Los horrores de la guerra

 

La guerra es cruel y dolorosa. Se habla de atrocidades. Miles de muertos por ambos bandos (esto no se dice en la prensa, pero en transmisiones de radio de onda corta se escuchan muchas noticias). Algunos, con una información algo temeraria, aunque tal vez no muy fuera de la realidad afirman que los intereses de Estados Unidos y las fuerzas multinacionales es no solamente sacar a Hussein de Kuwait, sino apoderarse de Irak.

 

Se habla, por otra parte, de la amenaza de Irak de utilizar bombas químicas, algo que ya los Estados Unidos había hecho en Vietnam, al igual que los rusos en Afganistán. Todo se vale en esta guerra, tanto para un bando como para otro. Ambos contendientes parecen haber enloquecido e importarles muy poco lo que pasa.

 

 

La situación actual

 

La situación actual es muy complicada. Se juega no sólo dinero o petróleo, sino el orgullo mismo. Y tan dura está la situación, que algunos gobiernos aliados ya están pensando en la retirada o al menos en un «concordato» o solución.

Con tantas las presiones que ha recibido Washington, manifestaciones de protesta, presión internacional, imagen devaluada (por lo de que se dice que cómo es posible que el país más poderoso del mundo con la ayuda de 27 más, no pueda contra un país tercermundista como es Irak), que ya también los norteamericanos buscan una salida «justa», «digna» y airosa para ambos bandos.

 

 

Principio y fin

 

No creo que Saddam sea un héroe, pero tampoco un villano o un loco, como pretenden muchos hacer creer. No tiene nada de loco, es una persona preparada. Habla perfectamente el inglés y tiene conocimientos del francés. Como digo, no creo que sea un héroe (lo mismo diría sobre Bush, que sin ser totalmente un villano o asesino, tampoco pudiera considerársele un héroe), pero tampoco pudiéramosle considerar a Hussein como un loco o un tonto.

 

Y si bien esta es una guerra por demás estúpida, donde se han gastado miles de millones de dólares, donde se han destruido importantes centros culturales, donde se han extinguido infinidad de vidas que no querían la guerra, y donde ambos líderes están empecinados en salirse con su capricho, es de reconocerse la fuerza y valentía de Hussein (que él sí está en el lugar de los hechos y con mucha presión para soportar la guerra que está viendo con sus propios ojos, y no como Bush, en su cómoda butaca de la Casa Blanca). Eso de enfrentar al poderoso, y que ¡28 contra uno, y aún no pueden contra él, contra Saddam Hussein! es algo que uno debe reconocer.

 

 

  Ir a Saddam Hussein (1)

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 18 de febrero de 1991.

 


 

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