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Grandes Personajes

 

 

Máximo Gorki

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Una de las máximas figuras de la literatura rusa. Eminente escritor de orillas del Volga

que trazara  en su obra el ambiente de miseria del bajo pueblo ruso. Hombre que diera

en sus libros un mensaje muy especial sobre su tierra. Él fue Máximo Gorki.

 

 

 

 

Vida y experiencias

 

Son muchas veces las experiencias tempranas las que forman a los hombres. El ver crueldad y miseria pudiera empobrecer las ilusiones, pero enaltecer el espíritu. El ver morir a los padres, el ver una guerra desatada, el percibir la miseria de su pueblo fue algo que vio muy de cerca, algo que dejó honda huella en él e hiciera de sus escritos obras maestras.

 

La personalidad de Máximo Gorki pudiera verse desde muchos ángulos, uno de ellos es esa sencillez y notable apercibimiento de los hechos ocurridos en esa época tan dura como la que le tocara vivir. Una época llena de tristezas y miserias que inundaron su alma.

 

Así con la llama del espíritu inflamado, con la verdad entre las manos, el deseo de hacer llegar su razón y su sentir a los demás, un escritor nacía. Máximo Gorki, el escritor ruso, aquel que junto con Tolstoi, Chéjov y Dostoievski comparten los máximos honores en el campo de la literatura rusa.

 

 

Las escenas que impactaron su vida

 

“Despídete de tu padre, Aliocha -le dijo la abuela- .Ya no lo volverás a ver más... al pobrecito” De pronto, la madre se levanta, pesadamente, para caer en seguida con la cara azulada, demacrada, y con los cabellos claros esparcidos en el suelo. “¡Llevaos a Alexei! -gritó la abuela a las mujics que habían entrado. No temáis, queridos; mi hija no tiene el cólera. ¡Es que va a parir!”....

 

Eran las escenas que el pequeño Alexei veía. Eran las primeras imágenes que guardaba en su mente. Así, ante esto, el niño corrió a esconderse detrás de un baúl, viendo desde ahí a su madre retorcerse, gemir, rechinar los dientes, con su abuela inclinada sobre ella, mirándola, animándola: “¡Ten aguante, Virucha! ¡Ten aguante!”.

 

Luego, tras largos momentos de angustia y de zozobra, la abuela exclamaría: “¡Bendito sea el Señor!... ¡Es un chico!”. Aliocha, agazapado tras el baúl se quedaría dormido. Estas eran las escenas que marcarían el espíritu de Alexei Maximovich Peshkov (Gorki); imágenes que impactarían y dieran un importante sello a sus obras en que describe la vida, el drama humano; el novelista más patético y entrañable del pueblo ruso.

 

 

Máximo Gorki

 

Lo fuerte había pasado. Una nueva vida se presentaba ante él. Así, días después, el futuro máximo Gorki abandonaba Astracán a borde de un vapor del Volga, rumbo a Nijni-Novgorod, donde había nacido en 1868 y donde vivían sus abuelos maternos.

 

Al llegar a Saratov, la madre y la abuela descendieron a tierra a dejar a otro muerto, Maxim, hermano del recién nacido, al que un marinero le había hecho un pequeño ataúd. Alexei se había quedado solo en el camarote, y el marinero, que había sentado en sus rodillas al niño, lo apretó contra su pecho y lo besó cuando Aliocha le dijo que le había visto enterrar vivas unas ranas el día en que los mujics sepultaron a su padre.

 

Los recuerdos que Gorki tenía de su madre eran la de una mujer cansada, abatida, cara borrosa, casi ennegrecida como el hierro. De su abuela tenía un gran recuerdo. Una abuela cargada de espaldas, casi jorobada, muy gruesa, aunque “ágil como una gata grande”, iluminada desde dentro por una luz inextinguible, alegre y cálida, que le salía por los ojos.

 

Toda la durísima infancia de Aliocha (como le decían de cariño a Gorki) estaría bañada por esa luz profunda y consoladora. Un niño, luego un hombre, que nunca olvidaría esa fantástica sonrisa de su abuela. Un eminente escritor que jamás dejaría en el olvido a aquella maravillosa anciana que conversaba familiarmente con sus iconos (imágenes) y tomaba pizcas de rapé de una tabaquera negra con incrustaciones de plata.

 

“Antes de su llegada -recordaría Gorki en Mi Infancia- era como si yo estuviese dormido; pero apareció ella, me despertó, me sacó a la luz, engarzó cuanto me rodeaba con un hilo sin fin, hizo con todo ello un policromado encaje y convirtiose, al instante, para toda la vida, en una amiga, en la persona más metida en mi corazón, a la que más comprendía y más amaba. Fue su desinteresado amor al mundo lo que me enriqueció, llenándome de fuerza para afrontar asperezas de la vida”.

 

Fueron momentos de llanto y alegría, duelo y esperanza los que Gorki pasaría al lado de su abuela. Una vez, estando a bordo de un viejo vapor que golpeaba por el Volga, Gorki pudo comprender la hermosura de aquel río, a veces triste y sonoro, a veces alegre y contundente.

 

“¡Fíjate qué hermosura!”, gorjeaba la abuela, como una mozuela, yendo de una borda a otra. Luego, remembraba Gorki, su abuela permanecía quieta y en silencio, extasiada y con los ojos llenos de lágrimas. “¿Por qué lloras?”, le preguntaba el nieto tirándole de la falda floreada. “Lloro de alegría y de vejez...” -le respondía. “Ven aquí, acércate” y se ponía a contarle algunas historias de bandoleros, de algunos santos o de algunos espíritus malignos.

 

 

La familia

 

La casa de Nijni-Novgorod era un infierno que solo el resplandor y calor de su abuela hacía soportable. Su abuelo Vasili Kashirin, un vejete pequeño y enjuto, poseía una tintorería. Era presidente de los tintoreros. Sus tíos Mijail y Yákov peleaban por la partición de bienes, sobre todo el primero que tenía fama de borracho y pendenciero.

 

El abuelo solía leer y tocar el salterio. Castigaba las diabluras de Aliocha zurrándole con una vara flexible, luego de haberle bajado los pantalones. Sus tíos también le pegaban; por nada se enojaban y el niño era quien cargaba con las consecuencias. En cambio la abuela era complaciente y hacía bromas y chistes, y jugaba con el pequeño Aliocha.

 

Vivía con ellos Vanka, el Gitanillo, un aprendiz vivo y feliz como tal, que encendía las mejillas de las muchachas cuando bailaba en las fiestas. Aliocha lo quería mucho y le impresionó la muerte que tuviera Cristo. El tío Kákov había comprado una pesada cruz de roble, con un tronco grueso para colocarla en la tumba de su mujer en el primer aniversario de su fallecimiento.

 

Tenía la promesa de llevarla él mismo a cuestas hasta el cementerio, pero se la cargó al Gitanillo. Cosas del destino harían que este último diera unos traspiés y la pesada cruz cayera sobre él, aplastándolo. Ahí moriría echando sangre por la boca. Una muerte más y otra imagen de recuerdo aterradora en la cabeza del pequeño Aliocha.

 

 

Aprendiendo

 

No obstante los regaños, iras y vapuleos de su abuelo, éste le fue enseñando las primeras letras. Con Grigori Ivánovich, el maestro de la tintorería, un hombre calvo y barbudo, para Gorki todo era sencillo como con la abuela. Su maestro se estaba quedando ciego y fue acaso el primero en descubrir y acrecentar dos de las cualidades y característica de Gorki: su inmensa conmiseración y su individualismo errante.

 

“Cuando mis ojos no vean, me iré, Aliocha, por el mundo, a pedir limosna”, le había dicho al niño, y éste le prometió seriamente marcharse con él para servirle de lazarillo, y hasta deseó que Grigori se quedara ciego lo más pronto posible para emprender juntos una vida de caminos entre bosques y pájaros en el cielo.

 

Y al pequeño Aliocha le tocaría ver, en parte, todo esto. Muy pronto vería al pobre Grigori golpeando las aceras y extendiendo sus manos hacia al cielo en busca de Dios. Buscaba, también almas caritativas que le ayudaran, pero en el barrio éstas eran muy pocas. Fue entonces que el pequeño Aliocha, el futuro Gorki, comprendió vagamente que el mundo no era justo cuando pagaba tan mal toda una vida consumida entre tinas apestosas y ácidos fétidos que llenaban la tintorería.

 

 

Una infancia dura

 

La infancia de Gorki estuvo toda llena de infamias e hirientes recuerdos. A su padre lo habían querido asesinar sus tíos. La abuela confesó un día al nieto que los tíos aborrecían a Maxim porque era más ingenioso que ellos y no bebía. Un día Mijaíl y Kákov se llevaron al cuñado al estanque de Diúkov, con el pretexto de patinar en el hielo.

 

Los tíos habían acordado con un infame sacristán para que les ayudara a ahogar a Maxim. Lo empujaron e hicieron caer en un agujero y le pisotearon los dedos que se aferraban a los bordes del hueco. Cuando huyeron los malditos, Maxim logró salvarse con sus manos heridas y fue tan bueno que no quiso denunciarlos.

 

Aliocha había prometido cuando fuera grande, trabajar para ayudar en su casa, ayudar a su madre. Mientras tanto, las desgracias continuaban y nadie era para levantar cuando menos en algo el ánimo de la familia en que vivía. Luego, un día, en Mi infancia, Gorki escribiría: "Comprendí que los rusos, por la pobreza y la mezquindad de su vida, gustaban de distraerse con las desgracias, jugaban con ellas, como niños, y raramente se avergonzaban de sus desdichas".

 

 

Pasa el tiempo

 

Pasó el tiempo. Alliocha iba a la escuela y en una o dos ocasiones lo echaron por sus travesuras. Enfermó de viruela. Al ver que la primavera estaba ya afuera, salta del lecho, abre la ventana y salta a la nieve que empezaba a derretirse. Esta imprudencia le haría pasar tres meses en cama.

 

El día que pudo levantarse, le presentaron a una vieja flaca y verde y a su hijo, Evguenin Maximov, un oficialillo que presumía de noble, con el que se casó su madre semanas después. La fiesta se llevó a cabo. Terminada la ceremonia de boda se fueron en una calesa cargada de baúles, y al verlos doblar la esquina, Aliocha notó que algo se había cerrado herméticamente en su pecho dando un enorme portazo.

 

 

La adolescencia

 

Los años de su segunda infancia y de su adolescencia no fueron menos ásperos y dolorosos que los de su niñez. En otoño de 1878, a los diez años, entró de aprendiz en una tienda de zapatos. Aquí, en la zapatería, un primo suyo era dependiente. Un muchacho que gustaba y sentía placer en molestar al pequeño Aliocha. Un día, cansado Gorki de las necedades de su primo lo tundió a golpe, y aunque Aliocha era más pequeño, fácil le ganó a su primo. Ahí acabarían sus problemas.

 

Gorki continuó luego con otros trabajos. Hizo panecillos, apacentó caballos, cazó con red pájaros cantores que la abuela vendía luego, pintó en un taller de iconos, fue cargador, vigilante nocturno, jardinero, cavó tierra para que en ella durmieran los muertos; en fin, un montón de actividades que le harían conocer más de la vida.

 

 

Trabajos y oficios

 

Sin dejar de trabajar en diversos oficios, estudió en la Universidad de Kazán como alumno libre. Ahí leería a grandes escritores, filósofos y pensadores, entre ellos Hobbes, Maquiavelo, John Stuart Mill, La Rochefoucald, Spencer, Buckle, Darwin, Balzac, entre otros.

 

Se iba formando un gran escritor. Aquel que competiría en magnitud y belleza de obra con Gogol, Tolstoi y Chéjov. Fue ahí donde Máximo Gorki aprendiera muchas cosas más. Un hombre que tuvo contactos con revolucionarios, jóvenes y viejos, que deseaban una vida mejor. Gente que conspiraba para redimir al mujic, al campesino pobre y edificar una Rusia sin zares ni feudalismos. Una persona con la verdadera ilusión de ver en el pueblo ruso a ese hombre que fuese libre, capaz de pensar y sentir por sí mismo.

 

Más de una vez había escapado Gorki de La Marúsovka, un antro de Kazán donde se reunían los escritores jóvenes al lado de estudiantes pobre y que la policía visitaba a menudo. Lugar en el que viera llevarse la policía a varios de sus amigos. Gente que llevaban a Siberia para nunca más volver. Pero Gorki continuaba. Quería hacer algo por su pueblo. Se preparaba y discutía con otros jóvenes escritores las obras de Cervantes, Shakespeare, Goethe, Byron, Dickens, Dostoievski, Pushkin, Baudelaire, Edgar Allan Poe, entre otros. También hacían reseñas de sus propios escritos e intercambiaban opiniones.

 

 

Su obra

 

En verano de 1896, Máximo Gorki se casó con Erika Pavlova Vólzhina, hija de un noble que acababa de hacer sus estudios en el liceo de Samara y era la correctora de La Gaceta, una de las revistas más influyentes de la época. En otoño de ese mismo año se trasladaron a Nijni-Novgorod, donde pusieron su casa.

 

A partir de 1900 la sencilla casa de Nijni, atiborrada de libros y donde había unos cuadros de Vasnetsov y Levitán y unas reproducciones de Nuestra Señora de París, era un sitio de peregrinación para los escritores noveles, aparte de los destacados visitantes rusos y extranjeros.

 

Fueron grandes las obras que Máximo Gorki dejara a la posteridad, el más conocido y aclamado de todos es La Madre, uno de los poemas más grandes de nuestro tiempo. El tema de esta obra gira en torno a Pavel Vlásov, joven obrero revolucionario, y su madre, a la que se le revela la conducta filial como una idea trascendente, como una pasión de sacrificio en beneficio de todos los hombres. En este poema de La Madre, su hijo y los compañeros de su hijo son unos héroes que están construyendo, y no milagrosamente, sino con sus brazos y su alegre fe, una nueva vida histórica, llena de anhelos y justa realidad. Una obra llena de sensaciones, abatimiento, pero al mismo tiempo de esperanza en un mejor porvenir.

 

 

La muerte de Gorki

 

“La Madre”, “Mi Infancia”, “Los Camaradas”, “Los Bajos Fondos”, fueron algunas de las obres de este destacado escritor ruso, que muriese el año de 1936. Su nombre verdadero había sido Alexis Maximovich Piechkov, en Rusia y el mundo entero le conocería por Máximo Gorki.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 8 de enero de 1990.

 


 

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