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Grandes Personajes

 

 

Galileo Galilei

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Matemático y físico importante que se opuso a las concepciones antiguas sobre la ciencia y
el universo. Científico famoso que estudiara leyes sobre la gravedad, la velocidad y la caída
de los cuerpos. Hombre sabio con tintes de leyenda que en vida llevó por nombre Galileo.

 

 

 

 

Mis amigos

 

Desde hace tiempo varias de mis amistades, entre conocidos y amigos me han externado la duda (pudiéramos decir, esa sea la palabra), de que si, entre los temas a ver, voy a escribir sobre este hombre de ciencia que hoy todo mundo tiene referencia de él, pero que desgraciadamente poco conocemos.

 

Efectivamente, tal vez por descuido u olvido he dejado pasar a este ilustre hombre. Pero nunca es tarde para recordar y traer a nuestra silla y a las páginas de nuestro periódico a este enigmático, pintoresco y sabio hombre que fue Galileo Galilei.

 

 

Los primeros años

 

Galileo Galilei nació en ese lugar conocido por su mundialmente famosa torre inclinada de Pisa. Nacería el 15 de febrero de 1564, siendo su padre Vicenzo Galilei, natural de la cercana ciudad de Florencia, y que se había trasladado a Pisa a fin de establecerse como comerciante de telas.

 

El padre de Galileo era un músico destacado, pero su fama no debió haber sido mucha, o al menos la suficiente como para permitirle vivir con cierta holgura, por lo que tuvo que dedicarse al mismo tiempo a la venta de telas, sedas y paños. Pisa era una ciudad con una activa vida comercial y allí podría obtener provecho.

 

 

El joven Galileo

 

En 1574, cuando Galileo tenía diez años, se traslado junto a su familia a Florencia. Fue en esta ciudad donde completo su formación básica, primero estando de interno en un monasterio en las afueras de la ciudad, y luego recibiendo clases particulares del maestro Ostilio Ricci, un excelente matemático florentino, amigo de su padre, cuya influencia sobre el muchacho pudo haber sido decisiva.

 

Más tarde, a los diecisiete años, Galileo vuelve a Pisa. Allí inicia sus estudios en la Universidad de esta importante ciudad. La carrera elegida es Medicina, estudios hechos a indicación de su padre, que trataba de asegurar el futuro de su hijo dirigiéndolo hacia una profesión bien retribuida.

 

 

La carrera de Galileo

 

Galileo inició la carrera de Medicina en la que entonces se trataban cuestiones filosóficas o de teología que, en la actualidad, nos parecerían alejadas del estudio del cuerpo humano, pero que eran necesarias en aquel tiempo. Además, se veían y se estudiaban los escritos de los grandes filósofos griegos, de los grandes pensadores, sin tener la oportunidad de criticarlos.

 

Fue así como Galileo llegó a conocer muy bien el pensamiento de Aristóteles y sus ideas sobre la naturaleza. Sin embargo, el estudio de la medicina no le entusiasmaba tanto a Galileo. Lo que realmente le interesaba eran la física y las matemáticas, motivo por el cual, al terminar su cuarto año de carrera de Medicina, decide regresar a Pisa a lado de su maestro Ostilio Ricci.

 

 

La nueva vida

 

Durante los cuatro años siguientes, Galileo ejerció como profesor particular para de este modo poder subsistir. A la vez, profundizaba en los temas que más le interesaban: la geometría, la aritmética, la matemática y la flotación de los cuerpos.

 

En 1589, y gracias a la influencia de un noble amigo suyo, la Universidad de Pisa lo contrató como profesor de matemáticas, asignándosele un modesto sueldo. De este modo, Galileo regresó a Pisa, iniciándose en su ciudad natal, ahora como profesor universitario.

 

La preparación de las clases le proporcionó, no cabe duda, la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos y a la vez la ocasión para reflexionar más acerca de los fenómenos que se estudiaban. Galileo consideraba las ideas de otros autores y las comparaba con las suyas propias. Así, es probable que el experimento que efectuase desde la torre inclinada de Pisa, debió haberlo hecho durante su primer curso como profesor.

 

 

La Torre inclinada de Pisa

 

Ya desde 1590, la ciudad de Pisa era famosa por su torre construida como campanario de la catedral y que se encontraba inclinada como consecuencia de un mal asentamiento del terreno. (Al menos eso era lo que decían desde aquel tiempo).

 

La inclinación era, entonces, sólo la mitad de lo que era ahora, y suficiente como para que alguien que quisiese arrojar algún objeto desde el séptimo piso, este objeto llegase al suelo sin que las cornisas u otras salientes del edificio se interpusieran en el camino.

 

 

El experimento

 

Una fresca mañana, soleada y muy agradable, Galileo, entonces profesor de la Universidad de Pisa caminaba presuroso hacia la torre. Le acompañaban varios de sus alumnos, al igual que un buen número de colegas.

 

La intención de todos ellos era muy distinta. Los primeros (los alumnos) acudían para aprender una lección de la naturaleza preparada por su maestro; los segundos (los colegas de Galileo Galilei), lo más seguro era que iba ahí a burlarse del fracaso que creían iba a ocurrir a su compañero.

 

La verdad es que tenían cierto recelo o antipatía ante este nuevo maestro incorporado al claustro universitario, y que osaba oponerse a las ideas científicas de su tiempo. Era algo que no perdonaban y querían o ansiaban, de cierto modo, el fracaso del experimento del joven maestro Galileo.

 

Aristóteles había señalado que todo cuerpo sólido cae a la Tierra con una velocidad que está en función a su peso. Cuanto más pese el objeto, mayor será su velocidad de caída. De este modo, un cuerpo que pesas el doble que el otro tardará la mitad del tiempo en recorrer la misma distancia. Esto, repito, según Aristóteles.

 

 

Hacia la Torre

 

Cuando llegaron a la torre, Galileo traspasó la puerta, ascendió los siete pisos y se situó en el lado inclinado más próximo al suelo. Sacó, luego, de su bolsa, dos objetos que había elegido cuidadosamente para intentar demostrar su idea.

 

El primer objeto era una bala esférica de cañón hecha de hierro fundido; el segundo de los objetos era otra bala, también esférica y de hierro, pero de fusil y diez veces más ligera que la primera. Los espectadores, mientras tanto, se agolpaban en torno al lugar de la caída previsto. Los preparativos habían terminado, sólo faltaba esperar.

 

 

El resultado

 

Galileo pretendía demostrar con este experimento que los cuerpos caen a la Tierra con la misma velocidad aunque sus pesos sean distintos, si no son frenados por el aire. Para ello había elegido la Torre de Pisa, pues su inclinación garantizaba la caída de los cuerpos sin ningún tipo de contratiempo u obstáculo.

 

Si Galileo tenía razón, las dos esferas, no obstante su diferencia de peso (recordemos que una bala pesaba diez veces más que la otra), llegarían al suelo casi al mismo tiempo. El experimento se realizó. Galileo soltó simultáneamente las dos balas desde una altura de aproximadamente cincuenta metros.

 

Los espectadores habrían la boca y sus ojos miraban fijamente a nuestro personaje asomado desde el filo del séptimo piso. Así, ante la mirada atónita de los curiosos, Galileo pudo comprobar cómo la bola más pesada y de mayor tamaño no adelantaba en su carrera hacia abajo a su compañera más pequeña y más ligera. Ambas, todos lo vieron, caían y tocaban el suelo casi al mismo tiempo.

 

 

Leyenda o historia

 

La historia del experimento de Galileo en la Torre de Pisa es descrita brevemente por su discípulo y biógrafo Vicenzo Viviani, quien afirma tuvo lugar; sin embargo, algunos estudiosos de la obra de Galileo consideran que lo más probable es que se tratara más bien de un experimento mental, pero jamás ejecutado, ya que Galileo no habla de ello en sus escritos.

 

Lo anterior pudiera llevar a varias consideraciones. ¿Cuántas veces los hechos más lógicos, por ser tan obvios se dan por sentados sin necesidad de llevar tales observaciones al papel? Además no hay razón para dudad de la veracidad de su biógrafo. Había otros muchos puntos en que todo lo demás concordaba.

 

Por otra parte, Galileo acostumbraba a escribir sus obras en forma de diálogos entre diferentes personas que discutían entre sí las nuevas ideas del autor. Y lo cierto es que Sagredo, uno de sus personajes favoritos, dice haber efectuado un experimento similar o parecido. De ahí a que todo este "teatro" sí sea creído, y hoy en día todo esto se acepta como cierto.

 

 

Galileo visto por Arquímedes

 

Los conocimientos de Galileo fueron ensanchándose. Nuestro personaje ya había comprobado que Aristóteles había estado equivocado; pero había otras cosas que también le llamaban la atención. Estaba interesado en las obras de Arquímedes, de quien era un profundo admirador. Pensaba que sus observaciones eran bastante ingeniosas, pero que el procedimiento para llevar a cabo ciertos experimentos era inexacto.

 

Es así como se da entonces a la tarea de llevar a cabo y comprobar los experimentos realizados por Arquímedes, sobre todo aquel del desplazamiento del agua para comprobar el peso de los sólidos. Recordemos que Arquímedes se encontraba a punto de tomar un baño. Al meterse a la bañera que estaba a rebosar, se dio cuenta que una cantidad de agua era desalojada del baño.

 

Arquímedes tomó su acostumbrado baño y, mientras lo hacía, reflexionó sobre este hallazgo casual y concluyó que el volumen del agua desbordada era igual al volumen de la parte de su cuerpo sumergida en el agua. De repente vino a su mente la solución a un problema que se le había planteado y es entonces lo del cuento aquel en que, lleno de alegría, Arquímedes salta de la tina y desnudo grita corriendo; “¡Eureka! ¡Eureka!”, que significa, en griego “¡Lo hallé! ¡Lo hallé!”.

 

 

De Pisa a Padua y Venecia

 

La situación de Galileo en Pisa dejaba mucho que desear. Su sueldo era escaso y debida a sus ideas científicas y a su manera de defenderlas, esto le había costado muchas enemistades. Así, ante la sospecha de que no le fueran a renovar su contrato, y gracias a la ayuda de sus amigos influyentes, Galileo consigue a los 28 años de edad el puesto de profesor de matemáticas en la Universidad de Padua, perteneciente al estado de Venecia.

 

Esta universidad tenía fama de ser una institución moderna y de reconocida calidad. A ella acudían estudiantes de toda Europa. Además, estaba situada a pocos kilómetros de la capital de la próspera república veneciana, donde florecía la cultura y se valoraba la ciencia.

 

 

El mundo a través del telescopio

 

Estando como profesor en Padua, y con un sueldo tres veces mayor al que percibía en Pisa, Galileo comenzó a interesarse en la astronomía. La construcción de su primer telescopio, la observación de los astros, el cielo y las estrellas, junto a la interpretación de fenómenos celestes dieron resultados totalmente sorprendentes a lo largo de los dieciocho años en que Galileo Galilei permaneciese en este lugar.

 

En esa época, y en el campo de la astronomía, predominaban también las ideas de Aristóteles. El hecho de que este importante pensador se hubiese ocupado prácticamente de casi todo lo que se sabía, hacía aún más difícil poder modificar la herencia intelectual y científica dejada por tan eminente personaje como lo fue Aristóteles.

 

 

Galileo versus Aristóteles

 

Según Aristóteles, la Tierra era el centro del universo. Alrededor de ella y a distancias cada vez mayores, se encontraban nueve esferas transparentes y concéntricas. Estos cuerpos estaban acomodados en el siguiente orden: la esfera más próxima a la Tierra, era la Luna; en segundo lugar, venía el Sol; en tercer puesto, venía Venus; le seguía, en cuarto sitio, Mercurio; en quinto, Marte; en sexto, Júpiter; en séptimo, Saturno; en octavo, las estrellas; y la novena esfera estaba designada a Dios, el gran motor del universo.

 

La atractiva idea de que el hombre ocupa un lugar privilegiado en el centro del universo y la interpretación plenamente literal de algunos textos bíblicos que apoyaban la concepción de Aristóteles hacían que todos creyesen en lo mismo: el hombre y la tierra son el centro del universo.

 

 

Copérnico y Galileo

 

El primer paso hacia una nueva concepción del universo, apoyada en la observación, fue dada por el clérigo y astrónomo polaco, Nicolás Copérnico. Este científico europeo que había muerto veinte años antes del nacimiento de Galileo, había concebido un universo completamente diferente al de Aristóteles.

A pesar de la importancia de su descubrimiento, la obra de Copérnico no fue publicada sino hasta horas antes de su muerte. Esto tal vez a su indecisión y escaso interés por divulgarla. Sabía que con ella contradecía todas las creencias de su tiempo y que podía ser muy criticado y muy probablemente, incluso, perseguido. Pero, finalmente, sembró la semilla de lo que sería una importante revolución científica e intelectual.

 

 

Galileo y su telescopio

 

Galileo hizo observaciones de los astros y los cielos. Lo haría empleando sólo aparatos de medición de ángulos, al igual que lo habían hecho los demás astrónomos. Pero, en 1609, tuvo noticia de la existencia de un aparato fabricado por ópticos de los Países Bajos, maestros en el arte de tallar y pulir lentes.

 

Fue entonces que Galileo decidió fabricar su propio aparato, un telescopio que le permitiera ver las estrellas, el sol, la luna y los demás astros del universo. Una vez construido su aparato lo presentó a las autoridades venecianas afirmando que éste era capaz de poder descubrir en el mar embarcaciones y velas del enemigo dos horas o más, antes de que el enemigo los descubriese a ellos.

 

 

Rumbo al cielo

 

Galileo entonces perfeccionó su primer instrumento, puliendo las lentes hasta conseguir la curvatura adecuada, consiguiendo, finalmente, fabricar un aparato que, según sus propias palabras, hacían aparecer los objetos “mil veces más grandes y más de treinta veces más próximos que para el ojo desnudo”.

 

Terminado su aparato, apuntó al cielo, y comenzó a divisar las estrellas. Un testigo presente en la demostración que hiciera Galileo de su primer “anteojo astronómico”, en el Palacio Ducal de Venecia, describió el aparato de la siguiente manera:

 

“Era como un tubo de lámina de plomo forrado por fuera con terciopelo rojo carmesí, de una longitud aproximada de tres cuartas y media (unos 60 cms.) y de la anchura de un escudo (unos 5 cms. de diámetro), con dos lentes, una cóncava y la otra no”.

 

 

Observando el cielo

 

Una vez construido su telescopio, Galileo se puso a observar el cielo. Nuestro personaje debió haberse pasado largas horas frente al aparato, a juzgar por la gran cantidad de observaciones que hiciera sobre el cielo nocturno. Observaciones que hiciera por el año de 1610 y donde viera desde la Vía Láctea, hasta la hermosa Luna.

 

En cuanto a la Vía Láctea descubrió que ésta está formada por miles de pequeñas estrellas. En cuanto a la Luna, el cuerpo celeste más próximo a la Tierra, descubrió que su superficie era muy distinta a como la habían imaginado los seguidores de Aristóteles. Según estos, la Luna, como se hallaba en la región de lo perfecto, ésta debía ser redonda, lisa, y sin montañas y valles.

 

Galileo, después de muchas observaciones, informó que la superficie de la Luna era áspera y desigual y que se hallaba cubierta por ingentes prominencias, profundas oquedades (cráteres) y surcos. Luego contemplaría el Sol, del cual comprobó ser un astro de superficie cambiante y que presenta innumerables manchas.

 

Nuestro nuevo astrónomo estaba fascinado con el universo. Descubrió las fases de la Luna, observó con gran precisión la posición de Júpiter, las fases de Venus, la relación y distancias entre cada uno de los planetas. En fin, Galileo trató de divisar, a través de su telescopio, la infinidad del cielo.

 

 

Galileo y la Iglesia

 

Los problemas con la Iglesia habían comenzado. El Tribunal de la Inquisición había sido instituido por la Iglesia Católica cuatro siglos antes de que su inmenso poder alcanzara a llegar a Galileo. En esa época, el movimiento cobraba una enorme fuerza y la reforma protestante amenazaba con extenderse por toda Europa.

 

Al mismo tiempo, la Inquisición ejercía un riguroso control sobre todo lo que se publicaba. No dejaba escapar, prácticamente, nada. Los libros debían ser leídos antes de ser publicados, se ejercía un riguroso control sobre las personas sospechosas de herejía y sobre cualquier escrito que pudiera ir en contra de la Iglesia.

 

 

Ideas y reformas

 

Las ideas de Galileo, obviamente estaban acordes al pensamiento de Copérnico. Por otro lado, si las ideas de Aristóteles se habían convertido en un freno para el avance del conocimiento científico (recordemos que a él todo se le creía), la interpretación literal de algunos de los textos bíblicos supuso otro gran obstáculo. Se trataba, en ambos casos, de un conjunto de ideas difíciles de rebatir dada la complejidad del caso.

 

La idea de Copérnico de situar al Sol, y no a la Tierra, en el centro del universo fue rechazada no sólo por la Iglesia, sino también por los principales líderes de la Reforma protestante, incluyendo a Calvino y a Lutero.

 

Galileo era un profundo creyente; sin embargo, comprendió pronto que la Biblia no era como un libro de ciencia: no había sido escrito con semejante propósito y, por lo tanto, sus afirmaciones sobre el universo no podían ser tomadas como verdades científicas.

 

 

Las advertencias

 

Uno de los encargados de estudiar el asunto, el cardenal Bellarmino, entonces máximo jerarca de la Inquisición, estaba ya al tanto de la defensa que hacía Galileo acerca del nuevo modelo propuesto por Copérnico. Además, el propio Galileo se lo había hecho saber personalmente, tratando, ingenuamente tal vez, de ganar su simpatía, cosa que no logró.

 

Por otra parte, durante su estancia de tres meses en Roma, Galileo había difundido sus ideas en público y en privado, mediante pláticas y conferencias, mediante juntas y por escrito; todo, siempre, cada vez más, con mayor atrevimiento que nunca.

 

 

El Papa: juicio y veredicto

 

El Papa, en aquel tiempo Paulo V (el que concluyera la Basílica de San Pedro, en Roma), había pedido al cardenal Bellarmino que ordenara a Galileo acatar la sentencia y comportarse de acuerdo a ella. La aceptación de esta orden tajante supuso un duro golpe para Galileo, a la vez que una primera advertencia de lo que era el poder de sus adversarios.

 

Durante algún tiempo Galileo se abstuvo de escribir o defender públicamente las ideas que habían sido fuente de tantos conflictos. Pero su silencio no duraría mucho. Tres años después, luego de la aparición en el cielo de tres cometas, Galileo, por medio de un discípulo suyo, entró otra vez en escena para defender nuevamente el universo de Copérnico.

 

 

Nuevos altercados

 

La polémica surgida a través de este nuevo episodio le llevó a escribir un nuevo libro con el estilo brillante que le era característico, a la vez que irónico y demoledor. Esto aumentó aún más los deseos de venganza contra Galileo. El castigo a Galileo vendría diecisiete años después de haber escrito esta satírica obra donde a través de uno de sus personajes se burlaba de todos aquellos que creían que la Tierra era el centro del universo. En Diálogos sobre dos sistemas del mundo, vuelve incidir sobre este mismo tema en forma dialogada (tal como él acostumbraba a escribir), pero poniendo esta vez en boca de uno de sus personajes favoritos, Simplicio, algunas palabras textuales del entonces Papa Urbano VIII.

 

 

Los últimos años

 

Tras la publicación de su obra Dos Nuevas Ciencias, Galileo queda completamente ciego. La pérdida de este sentido, que había empleado con tanta destreza en sus observaciones, le produce un gran aburrimiento. Sin embargo, ayudado por su hijo y por otros dos jóvenes científicos, fue aún capaz de redactar la explicación de algunos fenómenos lunares, construir un reloj de agua (no de arena), escribir sobre el movimiento de los proyectiles (su fuerza, impulso y caída), y diseñar el mecanismo de un reloj de péndulo.

 

No obstante su vida se iba apagando poco a poco. Así pues, aunque ya viejo y enfermo, Galileo es llamado a Roma por el tribunal de la Inquisición. Su delicada salud le permite retrasar su juicio dos años. Finalmente, a los 77 años de edad, Galileo es juzgado y declarado hereje. Se prohíbe su libro de los Diálogos y se le obliga a abjurar de sus ideas y rechazar sus “herejías”.

 

Física y moralmente débil y abatido, Galileo, luego de varios meses de proceso, termina renegando de la doctrina de Copérnico. Lo más seguro era de que ya estaba harto de tanta mentira y que único que quería era que lo dejaran descansar, aunque sabía que sus ideas eran las verdaderamente ciertas.

 

También, es evidente, Galileo reniega de todas sus ideas a fin de evitar una segura muerte (que por otro lado ya veía venir). Así pues, condenado a cadena perpetua, se le permite pasar los últimos años de su vida bajo vigilancia en una casa que tenía en las afueras de Florencia. De este modo se cerraría un episodio más en la trágica vida de este gran hombre que fue Galileo. Moría el mes de enero de 1642, a la edad de 78 años.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 15 de octubre de 1990.

 


 

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