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Grandes Personajes

 

 

Benjamín Franklin

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Uno de los más grandes hombres de Estados Unidos de Norteamérica. Ilustre

pensador,  político, diplomático, investigador y científico estadounidense. Su

nombre  dio pie a la independencia de su país, uno de los más poderosos del

mundo. Hombre de talento y gran visión que fue Benjamín Franklin.

 

 

 

 

Grandes forjadores

 

Los grandes hombres se forjan en las grandes empresas. A veces los hechos; otras, las circunstancias, hacen que el carácter y temperamento del hombre surja a nuevas latitudes e impregne su pensar y su sentir en el pueblo mismo en el que vive y para el que vive.

 

El siglo XVIII es, por definición, el llamado Siglo de las Luces, la época del progreso y del intelectualismo radical e innovador. Fueron muchos los hombres que destacaron en este período, pero entre todas estas figuras de escritores, pensadores, filósofos y hombres de acción de aquel siglo destaca la de Benjamín Franklin.

 

Son varias las razones para considerar a Franklin como uno de los hombres más destacados. Franklin era un hombre campechano, un filósofo sin muchas complicaciones como muchos otros pensadores. Un hombre astuto, inteligente, quien era y fue también político, diplomático, científico e inventor. Un hombre de empresa, inteligencia y gran talento.

 

 

Un hombre de carisma

 

Capaz de lanzar una frase picaresca o ingeniosa en el momento apropiado, capaz de sacrificar su bienestar y su fortuna por la causa de su país, de contribuir de mil maneras al desarrollo económico, político y social de su país, Franklin reunía en grado sumo el espíritu teórico del racionalismo, el ímpetu y deseo de cambio de los renovadores yanquis americanos, y el espíritu práctico y tradicional de los ingleses.

 

Franklin, pudiera decirse, fue un hombre fuera de serie. Su biografía es una historia casi ininterrumpida de innumerables éxitos conseguidos a fuerza de tesón, paciencia, talento, buena disposición y suerte. El destino le sonreía constantemente. Hombre alegre e inteligente, lograba cautivar la aristocrática y estirada corte de Versalles, sin perder la sencillez americana.

 

 

Benjamín Franklin

 

Benjamín Franklin nació en la ciudad de Boston, capital de la colonia inglesa de Massachusetts (Estados Unidos). Nace en el año 1706, época en la que aquel puerto contaba solamente con unos cinco mil o seis mil habitantes.

 

Aquí desarrolla su vida. Su padre, Josiah Franklin, era de origen modesto. Se sabe que había llegado unos años antes a Boston, procedente de Inglaterra. Venía de emigrante. Su deseo era quedarse, trabajar y formar una familia. Su profesión, en su país de origen era la de tintorero, pero en América se dedicó a fabricar jabones y velas de sebo.

 

Hombre serio y muy trabajador, a quien su hijo Benjamín siempre admiró profundamente, fundó en Massachusetts una familia numerosa. Al morir su primera esposa, volvió a casarse, y de esta segunda unión nacieron diez hijos; el último de los varones (“el benjamín”); de ahí lo de esta expresión), fue Benjamín Franklin.

 

 

La familia

 

La familia no era muy acomodada, que digamos; pero, a pesar de que ésta carecía de grandes recursos, los padres siempre se esforzaron por proporcionar a sus hijos la mejor de las educaciones o, en el mejor de los casos, la más completa posible.

 

Se sabe que Benjamín empezó a asistir a la escuela a la edad de ocho años; sus padres lo destinaban a la iglesia. Así pasó un tiempo. Sin embargo, a los diez años abandonó la escuela y pasó a trabajar de aprendiz en el pequeño taller que tenía su padre.

 

 

Los primeros años

 

Al pequeño Franklin le agradaba muy poco aquel oficio. Se pasaba largos ratos mirando al mar, soñando con el día en que pudiera marcharse y escapar. Deseaba embarcar, zarpar y hacerse a la mar. Soñaba con ser marinero. Uno de sus hermanos lo había hecho ya, sin despedirse de la familia.

 

El padre de “Benji”, como acostumbraban decirle, había comprendido que el más pequeño de sus hijos acabaría por imitar la actitud de su hermano. El problema era claro, la solución, hasta cierto punto, sencilla. Habría que colocar a Benjamín en un trabajo que le gustase, tal vez como aprendiz en el taller de imprenta que su medio hermano James tenía.

 

Los libros le interesaban en forma muy especial. A los doce años ya había leído obras de reconocidos autores, especialmente de carácter filosófico y de contenido político social. De los doce a los diecisiete trabajó en la imprenta de su hermano, que se hallaba entregado casi por completo a la arriesgada empresa de publicar un periódico de ideas liberales.

 

Recordemos que la sociedad, en aquel tiempo, sobre todo la bostoniana era de ideas netamente conservadoras. El publicar cosas de elevado espíritu crítico iba en contra de toda norma. Las autoridades ponían con frecuencia obstáculos a la impresión y difusión de aquella modesta revista, el “New England Courant”, por considerarla subversiva.

 

 

Los siguientes pasos

 

Franklin había empezado a escribir en esta revista. Seguía o imitaba, en cierto modo, el estilo de una revista inglesa de gran fama llamada Spectator (El Espectador); pero, también, ya dejaba ver su fino ingenio y especial forma de escribir que lo revelaban como un autor y escritor de categoría.

 

Pero aquella carrera como impresor y periodista no pudo continuar. De pronto quedó interrumpida en 1723. Una disputa con su medio hermano James, le hacen separarse del trabajo. Es entonces que Benjamín, ya todo un adolescente, pasa a Filadelfia, ciudad progresista y en pleno desarrollo, y capital de la Pensilvania colonial.

 

Aquí en Filadelfia trabajó en el taller de un impresor, hombre, según parece, poco  trabajador, algo flojo y descuidado. Y es precisamente este hombre “flojo y descuidado” quien le da la oportunidad de labrarse un nuevo porvenir. Es este hombre quien le permite a Franklin hacer lo que quiera, dándole plena libertad para manejar y reorganizar su empresa de la forma más conveniente que creyese.

 

No tardó el gobernador de la colonia en fijarse en las excelentes cualidades de aquel joven impresor, y le brindó su ayuda para que pudiera instalar su propia imprenta; para ello le aconsejó, ante todo, que pasase a Inglaterra para conseguir maquinaria nueva y familiarizarse con los últimos progresos del arte gráfico y la impresión.

 

 

En Inglaterra

 

En 1724 Franklin cruzaba por primera vez el Atlántico, entrando en contacto con la rica y complicada sociedad inglesa. Llega a Londres, se acomoda. La ciudad y su gente le enseña mucho. Aquí, en Inglaterra, y debido a su carácter particular y eminentemente simpático y a su penetrante inteligencia, Franklin hace numerosos amigos.

 

Entusiasta y animado como siempre, los amigos que hace son especialmente de ideas liberales, interesados por la ciencia y la filosofía. Sus ideas habían evolucionado por completo, interesándose por la masonería y las reformas políticas y sociales.

 

 

El regreso

 

El viaje resultó un fracaso. Me refiero al aspecto práctico, la compra de una imprenta. El gobernador, presionado por ciertos consejeros, no le dio la ayuda prometida, y Franklin hubo de regresar sin la maquinaria necesaria para su empresa, renunciando así, al menos, de momento, a establecerse por su propia cuenta.

 

A su vuelta a Filadelfia, un rico comerciante cuáquero de aquella ciudad llamado Denham le ofreció empleo como tenedor de libros y administrador de una de sus tiendas. Franklin aceptó, y vivió durante un tiempo sumergido en el ambiente de los negocios; pero, pocos meses después, al morir, Denham, se halló nuevamente trabajando en una imprenta, la misma en la que trabajara al llegar a Filadelfia.

 

 

El negocio de la imprenta

 

Franklin continuó trabajando en este negocio. Al año siguiente, en 1725, reunió y juntó sus ahorros con los de otro obrero impresor, Hugh Meredith, y estableció su propia imprenta. Desde este momento su ascenso en el mundo de los negocios fue vertiginoso. Gracias a su gran capacidad de trabajo, su imaginación e inteligencia, el modesto taller se convirtió en diez años en la mejor imprenta de las colonias británicas.

 

En 1729 adquirió un semanario, ya casi moribundo, La Pennsylvania Gazette, y, tras ponerlo al día e inyectarle mejor diseño y material de gran, mejor y mayor interés, consiguió transformarlo en una revista de gran circulación, pasando a tener un tiraje de entre 8 mil a 10 mil ejemplares por número, cantidad fabulosa para aquellos tiempos.

 

 

Los siguientes años

 

Ya en 1730 había sido nombrado “impresor oficial” de la ciudad de Filadelfia. Este mismo año se había casado con su prometida Deborah Read, aquella muchacha que había amado apasionadamente a los diecisiete años de edad (y que durante el viaje de Franklin a Inglaterra, creyéndose abandonada, se había casado con otro pretendiente, que, a su vez, había desaparecido misteriosamente). Se sabe que, cuando se casó, Franklin tenía ya un hijo, fruto, quizá, de una unión pre-marital con la propia Deborah Read.

 

En 1727 funda un club al que dio por nombre “The Junto”, y que funcionaba en gran medida a la manera de una logia masónica. En 1731 ingresa a la masonería. Franklin, al igual que muchos otros grandes personajes y destacadas figuras del siglo XVIII (entre ellos Mozart), era masón.

 

Su vida pública iba tomando prestigio y poder. Pasa a ser miembro de la Asamblea de Pensilvania, organiza como servicio público imprescindible de toda gran ciudad, la primera compañía de bomberos de Filadelfia, ciudad construida casi exclusivamente a base de casas de madera y en la que a menudo sucedían incendios.

 

En 1737 es nombrado jefe de correos de Filadelfia. Reorganiza los servicios, los pone en orden y éstos dejan de ser deficitarios. Su trabajo continúa. Sus actividades como impresor siguen en aumento. Establece sucursales en Charleston y Nueva York.

 

 

Los inventos

 

Franklin no fue simplemente uno de tantos pensadores o locos diplomáticos o estadistas de los cuales se pueden mencionar mucho. Franklin fue también un hombre pintoresco, fuera de serie, a quienes muchos recuerdan por sus innumerables y prácticos inventos.

 

¿Quién no podrá decir que la mecedora no sea un útil y práctico mueble que nos sirve no solamente para sentarnos y descansar, sino para “mecernos” y aliviar las tensiones del cuerpo? Lo de que Franklin haya inventado la mecedora no es “invento” mío. Lo leí en uno de tantos libros de Isaac Asimov, “Sucesos, Eventos, Hechos, Casos, Cosas...”, en uno de sus capítulos que lleva por título “Genios”.

 

Y no solamente fue este uno de sus geniales inventos. Franklin, quien era ferviente partidario de las ciencias físicas, empezó a trabajar activamente en un campo poco conocido y casi inexplorado, hasta ese entonces por los demás: el estudio de la electricidad.

 

Así pues, tras un par de años de estudio, al establecer la identidad entre el fenómeno del rayo y los fenómenos eléctricos, tras explorar la transmisión de la electricidad atmosférica durante las tormentas eléctricas mediante un cometa o papalote, y poner un especial interés en lo que eran las corrientes “positivas” y "negativas", todo esto da paso a uno de sus mayores y más grandes inventos: el pararrayos.

 

 

Los puestos públicos

 

Franklin seguía trabajando para la sociedad. No sólo era el aspecto científico, educativo, cultural o periodístico el que le interesaba. También estaba el aspecto social y político. En 1748 es elegido concejal de Filadelfia, y dos años después pasa nuevamente como vocal a la Asamblea de Pensilvania.

 

Durante 1744 a 1748 y de 1755 a 1763, como resultado de las rivalidades franco-inglesas en el continente europeo y de los ataques indios inspirados por los franceses contra los colonos ingleses, Franklin dio nuevamente cuenta y prueba de talento organizador. El estado de las finanzas de Pensilvania era poco menos que caótico; los fundadores de la colonia, la riquísima familia Penn, se negaban a pagar impuestos.

 

 

¿A favor de los ingleses o a favor de los americanos?

 

La labor de Franklin resultaba, por consiguiente complicada. Se imponía un viaje a Inglaterra para convencer al rey de la necesidad de introducir reformas en la administración colonial. Aquella visita a Inglaterra tuvo lugar en 1757. Franklin, ya famoso, fue recibido por numerosos amigos ingleses. En 1760 logra persuadir a la familia Penn y obtiene su promesa de que pagaría impuestos.

 

Inglaterra, sin embargo, necesita más dinero. Y, a fin de reponerse de las pérdidas sufridas durante las campañas, el Parlamento aprueba el llamado “Stamp Tax”, o, lo que es lo mismo, la “Ley del Timbre” o el “Impuesto del Timbre”, según el cual las colonias debían proporcionar, gracias a aquel nuevo impuesto, los fondos necesarios para incrementar el tesoro inglés.

 

 

A favor de los americanos

 

Franklin se decide y actúa a favor de los americanos (o ingleses emigrados radicados en América). En 1766, y debido en gran medida a su testimonio, en el Parlamento, es abolida aquella impopular medida. Sin embargo, ya la agitación y el descontento habían surgido.

 

El gobierno inglés destituye de su cargo a Franklin (el de Jefe de Correos). El ambiente de Londres llega a asfixiarle y decide regresar a Filadelfia. A su regreso es nombrado Director General de Correos de las colonias, y grupos disidentes le envían a Canadá a tratar una delicada misión diplomática.

 

 

La Independencia

 

Miembro del Congreso Constituyente, preside la convención constitucional reunida en Filadelfia y que señala el comienzo oficial de la rebelión de las colonias. Franklin es también miembro de la comisión encargada de redactar la célebre Declaración de Independencia de los Estados Unidos, misma que, si bien fue Jeffersson quien escribió este importantísimo documento, fue también Franklin quien introdujera numerosas correcciones en sus detalles.

 

El paso estaba dado. Un gran hombre había pasado a la historia. Pensador, científico, político, diplomático, escritor y literato. Un hombre que había dejado huella en la historia. Moriría en Filadelfia, en 1790, a la edad de ochenta y cuatro años, un año después de haberse iniciado la Revolución Francesa: Benjamín Franklin.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 27 de noviembre de 1989.

 


 

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