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Grandes Personajes

 

 

Edgar-Hilaire Degas

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Destacado pintor impresionista, fino retratista de gráciles detalles. Maestro en

el arte de expresar formas con poderosa simplificación. Pintor francés que llevara

por apellido: Degas.

 

 

 

 

 

Los pintores

 

Si Dalí fue un loco de la pintura, un payaso, un charlatán, un “llama-atenciones”, Degas, por su parte, fue todo un señor de la pintura. Sus cuadros realmente son finos y bellos. Nadie como a él se le puede mencionar como uno de los más grandes pintores impresionistas de todos los tiempos.

 

La serie de hombres que han dejado huella en la pintura son muchos. Finos, como Degas, hay pocos. Es interesante, sin embargo, el abordar a cada uno de estos geniales artistas porque cada uno, en su género, influyó de cierta manera sobre contemporáneos y sobre aquellos que les siguieron.

 

La huella del hombre se deja ver de muchas maneras. No solamente la planta del pie es lo que vale. También es de verse y admirarse todas esas maravillosas obras dejadas a través del arte, llámesele música, escultura o pintura, como en este último caso.

 

 

De lo fino, poco

 

Indudablemente, aunque suene ya repetitivo, habrá cientos, quizás miles de hombres que hayan dejado sus obras plasmadas en lienzos y pinturas; pero geniales pintores, tan finos y artistas como Degas, habrá muy pocos.

 

La obra de Edgar-Hilaire Degas puede catalogarse entre las mejores. Sus finas reproducciones plasmadas en lienzos -pizpiretas y gráciles bailarinas bajo la pálida luz de candilejas, inquietos caballos prestos para comenzar la carrera, los vistosos jockeys montados en sus caballos, sencillas mujeres en situaciones íntimas o familiares queriéndose bañar- son como un retrato que nos hacen ver y conocer las formas y colores empleadas por este gran pintor y artista como fue Degas.

 

 

Una muestra de Degas

 

Porque me gusta, porque lo admiro, porque en Europa me hablaron mucho de él, porque vi sus cuadros y me encantaron, es por eso que hoy hablo de él. Tal vez, no lo dudo, haya otros mejores, al menos en otros géneros. Aún así, creo que siempre vale la pena examinar la obra todo artista a través de sus cuadros y pinturas, por los museos en los que ha expuesto y por el verdadero renombre que se tenga.

 

Era el siglo XIX, los valores del arte y la pintura alcanzaban nuevos niveles. Retratistas, paisajistas y pintores mostraban una recia competencia. Viene Degas y con su simple pincel logra vencer a sus rivales. Todo en él respira naturalidad. Toques simples, frescos, naturales... Movimientos suaves, colores pálidos, brillos y matices sorprendentes de un vestido, una tela, una flor...

 

 

Degas: el recuerdo

 

Hijo de una distinguida familia de banqueros, aficionado a las diversiones y los deportes, y todas esas cosas que su clase social amaba -teatro, conciertos, carreras de caballos, ballet, café, reuniones de gente elegante- Degas era una persona especial. De temperamento algo violento, nuestro personaje no admitía compromiso alguno.

 

No asistía a todos estos lugares por el simple hecho de asistir. Iba, sí, pero con ciertas restricciones o reservas que su pensamiento u su conciencia le dictaban. Había mucha gente, como la existe hoy en día, que se dejaba engañar por las apariencias. Degas era crítico y estaba sumamente consciente y se daba cuenta de las máscaras sociales, de los convencionalismos comunes y corrientes (algunos, obvio, más corrientes que comunes).

 

 

Su vida

 

Edgar-Hilaire Degas nació en París en 1834, en plena época romántica. Su padre, de noble familia, había emigrado de Italia a Francia y estaba dedicado a los negocios bancarios. La familia, por el lado de su madre, también era distinguida. Y por distinguida no me refiero a que tuviese dinero (tenía eso y de sobra; pero, además, tenía clase, posición y cultura). Tenía también familiares que se habían mudado a América, particularmente a Nueva Orleáns.

 

El padre de Degas era aficionado a las artes y tocaba el órgano con bastante talento. Para él, sin embargo, el arte, excelente pasatiempo, no podía ser ocupación seria o digna de un caballero. Esperaba (y deseaba) que su hijo siguiera también sus pasos y se dedicase más tarde a las finanzas.

 

 

Sus inicios

 

Degas no siguió los lineamientos de su padre. Sus cuadernos de estudio íbanse llenando de dibujos, de rostros familiares, caballeros ataviados con ricas ropas y armaduras. Para el joven Edgar-Hilaire todo era pintura.

 

Le encantaba, le fascinaba pintar. Le atraía le historia, sobre todo la pintura histórica. Eran tiempos en que los artistas estaban divididos en dos bandos: los clásicos, acaudillados por Ingres, famoso por su dibujo preciso y elegante, y los románticos, capitaneados por Delacroix, quienes se entusiasmaban por su fogoso colorido.

 

Más adelante, convencido el padre que Degas no seguiría la carrera de banquero o de finanzas, y sabiendo que no debía ya contrariar su vocación artística, la familia le ayuda al joven artista a ingresar como estudiante en el taller del pintor Louis Lamothe, ex-alumno de Ingres.

 

Pero pronto, Degas se aburre. Si bien, concienzudas las enseñanzas, las clases para él eran demasiado aburridas. La falta de imaginación del maestro, sus principios excesivamente rígidos y académicos, hacen que Degas “truene” y opte más bien por asistir a las diversas salas de Museo del Louvre, donde aprende a admirar a los clásicos, tomar detalles de aquí y de allá; en fin, hacer su propio estilo.

 

Ahí aprende admirar a los clásicos de todas las épocas y no únicamente a los neoclásicos estereotipados, que eran los que admiraba su maestro. De todas formas, Degas aprende y reconoce, toma lo mejor de cada uno y aprende a valorar.

 

 

Pinturas, cuadros y retratos

 

Aún cuando en un principio le sedujo la pintura histórica, con temas preferentemente griegos o romanos, pronto se cansó de aquél juego académico que veía rígido, estereotipado y no muy natural que digamos. Decide entonces dedicarse a los retratos.

Ya desde niño, Degas había incursionado en este campo, en este género de pintura. Se recuerda que en sus años de secundaria, habiendo estado en el Liceo Louis-Le-Grand, al que ingresó en 1845, el pequeño Degas había utilizado como modelos a miembros de su familia.

 

Luego, durante sus viajes por Italia, aprendió nuevas técnicas, o también cuando ingresó por poco tiempo la Facultad de Derecho, en 1853, Degas siguió pintando retratos. Lo mismo que hizo durante su época de alumno de Bellas Artes.

 

Y es, precisamente en estos años, cuando Degas tiene la oportunidad de conocer a Ingres, el gran retratista, a quien consideraba el mejor pintor de la época; tiempo, también, en que empieza a familiarizarse con el arte japonés, cuya estilizada espontaneidad y elegancia había de tener una gran repercusión e influencia sobre su obra.

 

 

Exposiciones y viajes

 

Degas es hombre de mundo, le gusta viajar, conocer y ser conocido. En 1865 expone en el Grand Salon. En 1871 sirve en la artillería, durante la famosa guerra franco-prusiana. Y es ahí, posiblemente, a causa de la pólvora y los fogonazos de las armas y los cañones, que Degas va perdiendo paulatinamente la vista.

 

Entre 1872 y 873 viaja a Nuevo Orleáns. Su deseo de conocer, con su hermano René, América, le hace olvidar muchas cosas, mas no la pintura y su pasión por los retratos y, ahora, el autorretrato. Sin embargo, tal vez por su avanzada edad, el no querer demostrar su rostro, Degas deja el autorretrato.

 

 

Su estilo

 

A su regreso de los Estados Unidos, ayuda a organizar, en 1874, una de las primeras exposiciones de la escuela impresionista. Por supuesto, Degas es uno de los principales expositores. La muestra tiene bastante éxito y se empieza a hablar de Degas.

 

Más tarde, a media que su vista iba disminuyendo, el color se hacía más rico y brillante; las líneas y los perfiles más valientes; pareciese como si Degas quisiese echar la vida, toda, sobre el terso o restirado lienzo.

 

Empieza prefiriendo el pastel al óleo; el otro tipo de pastel, el más rápido, el menos complicado, le cansaba la vista. Sus trazos, de todos modos, eran rápidos, ágiles, sencillos. Dotaba a sus figuras de limpios movimientos. Bailarinas y caballos eran sus temas favoritos.

 

 

Degas: su vida y sus amigos

 

Degas vivía solo, en su piso de soltero, un apartamento amueblado con todo el lujo de la época, y en el que recibía con frecuencia a sus amigos, amigos que se fueron haciendo pocos, debido a su carácter algo amargo.

 

Degas era un hombre algo raro o melancólico. “Me parece –escribía en 1886- que todo envejece proporcionalmente, excepto el corazón. E incluso -continúa- mi corazón tiene algo de artificial. Las bailarinas lo han cosido en un saco de raso rosado un poco ajado, como el de sus zapatillas de baile”.

 

Degas se reunía con sus amigos en las calles y cafés del barrio de Montmartre, cerca de su taller, en el café llamado Nouvelle Athènes. A estas reuniones iban aristas y pintores de reconocido prestigio: hombres de la talla de Manet, tal vez uno de los exponentes máximos del impresionismo.

 

Manet había enseñado a todos a pintar con manchas de color y a evitar los colores sombríos. Otro de los colegas y amigos era Renoir, el gran maestro del paisaje, cuyas modelos tenían redondeces flamencas y una exuberancia que alegraba a la vista. También estaba Cézanne, el meticuloso paisajista y pintor de naturalezas muertas. Más tarde sería Toulouse-Loutrec, un gran amigo y admirador de Degas.

 

 

Las cosas de Degas

 

Entre “las cosas” de Degas (él se refería a sus “cosas” como todo aquello que le causaba placer y era un pasatiempo para él) estaba la fotografía, la incipiente fotografía de dagerrotipo. También gustaba de la prosa y la poesía; pero aquello que le dejaba más bienestar y satisfacción interna era la pintura.

 

Siendo que compartía muchos de los gustos de sus amigos impresionistas, se separaba de ellos en un punto especial: no le agradaba la pintura de paisajes (los impresionistas, como es sabido, amaban la pintura al aire libre).

 

Degas odiaba todo esto y una vez afirmó: “Ya saben ustedes lo que pienso de los pintores que trabajan al aire libre. Si yo mandara, enviaría a un pelotón de policía tras los pintores que pintan paisajes al aire libre ¡Oh, no deseo matar a nadie! Me satisfaría con empezar a dispararles perdigones... Renoir (que gustaba de los paisajes) es otra cosa; puede hacer lo que quiera”.

 

 

La muerte de Degas

 

Nuestro personaje muere en 1917, estando ya casi completamente ciego. Muere a la edad de 83 años. Viajó por varios países, incluyendo Italia, España y Estados Unidos. Sus últimos años de vida los dedicó casi exclusivamente pata trabajar sobre sus esculturas; produjo varios centenares de estatuillas de cera, barro y metal. Sus temas favoritos de pintura fueron las bailarinas, las bañistas y los caballos. Todas estas figuras revestidos con una gran fuerza de movimiento y de color que sólo un artista pudo ser como Degas.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 9 de octubre de 1989.

 


 

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