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Grandes Personajes

 

 

Jean-François Champollion

 

Federico Ortíz-Moreno *

 

 

Explorador y aventurero, científico y arqueólogo, hombre enamorado de la vida
para quien el destino lo era todo. Entusiasta egiptólogo quien tradujera esos
imbricados jeroglíficos donde se habla de la civilización y la cultura de antiguos
pueblos. El fue: Jean-François Champollion.

 

 

 

 

Grandes conquistadores

 

Hay de hombres a hombres y de conquistadores a conquistadores. Hernán Cortés fue un gran conquistador. Español de origen y con una cultura muy superior a la del promedio de sus demás congéneres, Cortés sería llamado en poco tiempo para ocupar las páginas de la historia.

 

Se podrá hablar (o escribir) sobre muchos conquistadores. De hecho ya se han tocado en estas mismas páginas a grandes hombres como lo fueron Alejando Magno, Carlomagno, Carlos V, entre otros. Hoy toca acercarnos un poco más a nuestro pueblo, a nuestros orígenes. A esa raza de la cual partimos y de la cual, de un modo u otro, tenemos que sentirnos orgullosos.

 

No siempre se puede hablar bien de los conquistadores. En México, por desconocida razón, o por causa que tal vez quisiera ignorar, aplaudimos y adoramos a aquellos que nos conquistan: a aquellos que nos quitan todo; a los que nos humillan, nos quitan y violan nuestras mujeres, nos roban, nos vejan, nos hacen esclavos y nos hacen sentir idiotas.

 

Esto es sólo una parte de la historia de la conquista. Hecho que, por otra parte, no podemos negar, mucho menos olvidar, pero tampoco enaltecer. La conquista se dio. Pueblos cayeron, otros vinieron, tomaron el mando y, la vida, como siempre, continuó.

 

 

Explorar y vivir

 

El mundo está hecho para los grandes y son éstos, los grandes hombres, quienes dan lo mejor de sí en busca de nuevas verdades, nuevos conocimientos y nuevos rumbos. Habrá quienes ni si quiera intenten -o al menos piensen- en tratar de descubrir algo. Habrá, en cambio, alguno que otro hombre (o mujer) para quien lo más importante y satisfactorio de su vida personal sea el descubrimiento de nuevas cosas, el "des-cubrir" algo que está ahí, algo que falta por revelar, algo que falta por develar.

 

Y los velos no siempre se recorren. Muchas veces por ignorancia, otras veces por que se cree que el pasado quedó en simple historia las cosas quedan ahí, permanecen ahí. Nada se mueve, a nadie le interesa, hasta que alguien, por algún motivo o razón (a veces sin razón o por casualidad) logran quitar ese halo de misterio que cubre o recubren las cosas y misterios que encierran los avatares de este mundo.

 

 

Las lenguas y los idiomas

 

No me gustaría teorizar acerca de la diferencia entre "lengua", "lenguaje" o "idioma". Habrá a quienes "les sobre lengua" para explicar, una cosa u otra, el sentido o connotación de cada palabra y de cada vocablo. La verdad a mi no me interesa. Hasta cierto punto, las tres palabras significan lo mismo.

 

Lo único que quisiera señalar, y en un lenguaje entendido por todos, y para todos, es que muchas lenguas antiguas han sido leídas y estudiadas durante cientos de años, especialmente, en cierta época, el latín y el griego; pero había ciertas lenguas que no se habían podido estudiar o descifrar, entre ellas la del idioma hablado y escrito en el antiguo Egipto.

 

Este lenguaje fue utilizado para expresar ideas. De esto hace más de setecientos años. Se tienen datos del año 100 A.C. donde, a través de innumerables descripciones, dibujos y grabados jeroglíficos se puede ver (si no entender) algo más acerca de la vida de aquellos pueblos y aquellas gentes.

 

 

Este tipo de lenguaje

 

Este tipo de lenguaje egipcio parece haber surgido de algún lugar, probablemente, cerca del Nilo, donde fue extendiéndose rápidamente hacia todos rumbos y direcciones, especialmente por todo Egipto, donde era bastamente usado, de norte a sur y de oriente a poniente. Desde el mar, al norte, hasta un lugar situado a 3,200 kilómetros al sur del mismo océano.

 

Y, lo que parece increíble es que, en el transcurso de estos cientos y cientos de años este lenguaje no haya cambiado mucho, algo en verdad raro o extraño en un idioma que es de uso común o regular. Así fue como se pueden hallar vestigios de inscripciones muy interesantes en las tumbas de los reyes de Luxor, en Egipto. Inscripciones, muchas de ellas, que hoy son traducidas a nuestro idioma, gracias a la dedicación de un gran hombre y excelente lingüista y arqueólogo: Champollion.

 

 

Regresando en el tiempo

 

Era agosto de 1799 cuando las tropas napoleónicas, tras ocupar Rashîd, un pequeño pueblecito árabe, situado a la orilla izquierda del río Nilo, se dedicaron a reforzar las ruinas de cierta fortaleza. Cerca de ahí, a siete kilómetros y medio de Rashîd, en un lugar llamado Rosette (en español, a veces, llamado "Roseta") un soldado hizo un hallazgo que, si bien en aquel momento insignificante, más tarde repercutiría en todos los ámbitos culturales de toda Europa.

 

El hallazgo de la famosa Piedra Roseta abriría el camino para el desciframiento de los jeroglíficos egipcios. Esos donde se podían apreciar innumerables signos y/o símbolos y en cuyas líneas y grabados se dejaban ver agua, sol, barcos, pedazos de pan, pájaros, rayos, hombres, caras y animales.

 

 

La famosa piedra

 

Fueron muchos los intentos por descifrar el enigma. Todos habían fracasado, pues no llegaban mas que a la comprensión parcial del significado del sistema. Se sabía que en el texto de la piedra se trataba o hablaba (por decirlo así) de una promulgación para celebrar la subida al trono de Ptolomeo V Epífanes.

 

Mientras tanto, los mejores egiptólogos y lingüistas seguían trabajando, luchando en vano por descifrar aquella escritura jeroglífica. Se necesitaba -acordaban ellos- de una inteligencia superior, tal vez un genio, para llegar a la verdad... Y, ese genio apareció... De pronto surgió la figura de Champollion.

 

 

Jean-François Champollion

 

Jean-François Champollion nació un 23 de diciembre de 1790; es decir, hace casi 200 años. Su padre, Jacques Champollion era librero, establecido en el pueblo de Figeac (Lot). Su madre, paralítica, a quienes los médicos la habían desahuciado, sanó gracias a la ayuda de Jacqou, curandero del pueblo, quien mandó a la enferma que se acostara sobre unas hierbas, previamente calentadas y obligándola a ingerir un brebaje especial de vino caliente.

 

Esto no sería todo, poco tiempo después, la señora tendría un niño, este niño sería Champollion. Todas estas circunstancias llevaron a considerar el hecho como maravilloso; aunque, lo más asombroso del caso, y sobre todo para las comadronas -de muy larga lengua- de aquella época era el hecho de que el pequeño Champollion hubiese tenido las características propias de los orientales: ojo amarillo (me refiero a la córnea), tez obscura y rasgos faciales típicamente orientales.

 

 

Sus primeros años

 

Vivió los primeros años de su niñez en pleno contacto con la Revolución. Eran los días del terror. Su casa paterna estaba muy cerca de la Plaza de Armas. Ahí veía a la gente gritar y correr desenfrenadamente. Eran tiempos difíciles eran tiempos para empezar a aprender.

 

Jean-Françcois aprendió a escribir solo, casi lo mismo, que a leer. A los siete años, la palabra "Egipto" empieza a ser escuchada por él. Es una palabra que se repite constantemente. Se interesa por el país, quiere aprender más sobre él. Se avoca a lecturas acerca de este país, se fascina por Egipto.

 

En 1801, un hermano suyo lo lleva a Grenoble, pues, según se dice, Jean-Françcois era un mal estudiante en Figac. Así, ayudado por su hermano, quien le apoya y trata de comprenderle, el pequeño Champollion se desenvuelve plenamente en lo que son estudios y en lo que es su educación.

 

Jean-François tiene 11 años y ya demuestra una extraordinaria afición por el estudio de las lenguas. Aprende latín y griego y empieza a dedicarse al hebreo. Hace rápidos progresos y sobrepasa rápidamente a todos sus compañeros. Su hermano trata de contenerlo, pero en vano. Jean-François va de un extremo a otro. Desea empaparse de conocimientos, quiere conocerlo todo.

 

A los doce años escribe su primer libro, Historia de perros célebres, tema bastante extraño, por cierto. Luego escribiría otra obra, cuyo título algo chusco y pueril pedantería no opta como para dejar de leerlo y divertirse un poco: De Adán hasta Champollion el Joven, como él mismo lo tituló.

 

 

El estudio de idiomas

 

No basta con saber inglés, que a fin de cuentas ni los americanos hablan bien. Además, el idioma de la verdadera cultura europea era el francés y, en ciertos casos, el alemán o el italiano. Se necesitaba, eso sí, saber latín y griego, para decir, al menos, que se era culto.

 

Por supuesto que había muchos reyes que ni leer sabían, pero Champollion no se contentaba con su propio idioma, ni con el latín ni con el griego. El deseaba estudiar a fondo. Es así como sigue estudiando. Está vez: el árabe, el caldeo, el sirio, el copto y el etíope.

 

Todo lo que aprende está relacionado con Egipto. Egipto le fascina y cae presa de su encanto. Estudia chino antiguo, para demostrar lo que para él era el parentesco que tenía este idioma con el antiguo egipcio. Estudia textos del Zenda, los idiomas más antiguos como el parsi y el pahlavi. Va empezando organizar todos sus conocimientos y, en el verano de 1807 (teniendo 17 años) proyecta el primer mapa histórico de Egipto.

 

 

Otros estudios

 

Su hermano le lleva a Paris para que prosiga sus estudios de idiomas orientales en la Escuela Especial y el Colegio de Francia. Vuelve de nuevo a Grenoble. Champollion sigue reuniendo material para su libro Egipto bajo los Faraones. Se basa en textos latinos, árabes y hebreos. Entresaca citas de la Biblia y comparaciones con el copto, único idioma que podría servirle de puente con el antiguo Egipto.

 

Ese mismo año, el 1 de septiembre de 1807, a pesar de su corta edad (17 años) es nombrado por unanimidad, en Grenoble, miembro de la Academia y le confieren el título de profesor auxiliar de Historia de la misma Academia de Grenoble. Champollion no puede creerlo, al salir de la sala cae desmayado.

 

 

De nuevo a los idiomas

 

De carácter sanguíneo, muy sensible y muy desarrollado, tanto física como psíquicamente, Champollion no pierde tiempo en bagatelas. Le gusta el estudio y avocarse a él. En Paría termina el libro que había empezado en Grenoble. Luego, rehuyendo todas las seducciones que le ofrecía París, se encierra en bibliotecas, estudia y lee diversos escritos para el estudio del sánscrito, del árabe y de otros dos o tres idiomas, entre ellos el chino, el cual aprende, según él, para distraerse.

Un año más tarde, habla, lee y escribe el copto perfectamente. Lo habla consigo mismo, hace pequeños ejercicios para practicarlo. Tiempo después, una copia trilingüe de la famosa Piedra Roseta le era enviada desde Londres. Le piden su ayuda para que la descifre. No pasa mucho tiempo sin que otra persona, un vivo no muy vivo, dice traducirla.

 

Champollion se desilusiona, hubiera querido ser él el primero en traducirla. Va, de todos modos, en busca del folleto, donde aparece la traducción de la mencionada piedra. Champollion se da cuenta de que lo que ahí viene son puras mentiras. Salta de gusto; ahora el tendrá la oportunidad de traducirla.

 

 

La traducción

 

Y así lo hace. Basándose en números repetidos, símbolos y signos, ayudado en gran parte por el estudio del copto, del hebreo, del árabe, del sánscrito y del chino antiguo, Champollion logra descubrir algo más acerca de la historia de Ptolomeo, de Cleopatra, de la historia, de su cultura y su reinado. La base para descifrar la cultura egipcia estaba dada.

 

Champollion había logrado descifrar lo que muchos eruditos no habían podido. Pero él, Champollion, pudo darse cuenta, gracias a sus conocimientos lingüísticos, de que las imágenes jeroglíficas eran signos representativos de sonidos, sin ser estrictamente alfabéticos. Ese así como, poco a poco, logra descifrar el misterio de los signos.

 

 

Sobre la escritura

 

Rara era la escritura de los antiguos egipcios quienes, según Champollion, empleaban simultáneamente diversos sistemas de signos: los jeroglíficos, que era la escritura sagrada; la hierática, forma abreviada de la anterior; y, la fonética, que representa sonidos, como los demás alfabetos.

 

 

Su muerte

 

Muchos fueron los estudios y viajes de exploración que realizó nuestro personaje. Escribió y editó infinidad de libros y gramáticas especiales. Descubrió, en el mismo Egipto necrópolis completas, templos de primer orden, tumbas, y dio, sobre todo, las bases para futuros estudios.

 

El 18 de marzo se crearía una cátedra espacial para él sobre Egiptología, en el Colegio de Francia. No pasaría mucho tiempo, su salud estaba minada. El 4 de marzo de 1832 moriría víctima de un ataque de apoplejía. Su nombre, grabado en jeroglíficos diría: Champollion.

 

 

Artículo aparecido en el periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 4 de septiembre de 1989.

 



 

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