Ven a mi mundo

 

  De aquí y allá     

 

 

Contratar guaruras *

 

 

 

 

José Francisco Gómez Hinojosa

 

 

Cuando sus papás se cambiaron de casa, y dejaron Santa Catarina, se sintió transportado a otro mundo. El nuevo domicilio, situado por Venustiano Carranza, ofrecía la ventaja de estar cerca del centro y pertenecer, al mismo tiempo, a una colonia residencial. Con grandes esfuerzos su papá pagaría la renta, todo con la finalidad de que su hijo, su único hijo, adquiriera roce social.

 

El señor se dedicaba a construir gallineros, y su mercado de venta se extendía desde Escobedo hasta las granjas de Zuazua y Ciénega de Flores. El muchacho, después de terminar la carrera de Ingeniero Agrónomo, convenció a su padre de intentar la exportación como nueva estrategia comercial.

 

Compraron maquinaria nueva, eficientaron los servicios y, sin pedir prestado un solo peso al banco, lograron comenzar un flujo de negocios hacia Texas,que pronto logró gran éxito. El hijo, ya adueñado de la próspera empresa, dedicaba todo su tiempo a trabajar y a soñar.

 

En sus ratos de descanso se imaginaba casado con bella muchacha, rodeado de hijos -siempre extrañó al menos un hermanito y habitando una gran residencia en la Del Valle. No aspiraba a grandes lujos, sino a coronar los afanes de prosperidad y exclusividad que aprendió de su padre, y que nunca lograron ir más allá de un status de vida clasemediero.

 

Al paso de los años comenzó a cristalizar sus sueños. Las sucesivas devaluaciones lo beneficiaron, pues manejaba su negocio en dólares, y pudo hacerse, poco a poco, de los bienes indispensables para considerarse ya en la categoría de “rico”. Su esposa, guapa y simpática, cooperaba en este ascenso social, y juntos esperaban un futuro lleno de satisfacciones.

 

Llegaron dos hijos y su torta bajo el brazo también. El negocio crecía con paso firme, la estabilidad en el amor de la pareja se mantenía y no había enfermedades ni tragedias que nublaran el panorama. Sólo un detalle, pequeño y quizá insignificante para cualquiera, pero no para él.

 

Los compañeros del club, las amigas de su señora, no podían evitar una sonrisa hipócrita o una mueca de sorpresa cuando se enteraban de su origen humilde, cuando sabían que él se había hecho rico gracias a las gallinas, cuando se admiraban de sus sencillos y comunes apellidos.

 

A él esto le molestaba, y con frecuencia sacaba el tema a colación con su esposa. Decía que ya había suficientes problemas y diferencias entre pobres y ricos como para que también se dieran entre los mismos poderosos. Afirmaba que el abolengo y la prosapia no son nada sin dinero, y aunque a ellos les faltara un apellido ilustre les comenzaba a sobrar la solvencia económica.

 

Para acallar las críticas comenzó a vivir con lujos. Encargó la remodelación de la casa a un decorador francés, compró un Mercedes Benz y, gracias a un esfuerzo mayúsculo, inscribió a sus hijos en el Irlandés. Allí estaba garantizada no sólo una fina educación, sino también la convivencia con hijos de ricos, políticos y potentados que podrían ser un buen contacto para sus hijos.

 

La semana pasada se molestó mucho el fabricante de gallineros. A su esposa, como a las demás mamás de los niños que no tienen guaruras presidenciales, le querían recoger la Suburban por estacionarse en doble fila a la salida del colegio. No puede creer que hasta en ese nivel se den tantas diferencias. Él, que tanto ha luchado para llegar a donde está, que tanto se ha esforzado por ser un rico como los demás, ve con rabia que hay de ricos a ricos. Mañana contratará dos guardaespaldas, aunque no sean presidenciales

 

 

Fuente: José  Francisco Gómez Hinojosa, sacerdote y escritor regiomontano.

      El cuento está tomado de su libro titulado “Cuentos Regios”.

      Fuimos compañeros de trabajo en el periódico “El Porvenir", de la Ciudad de Monterrey, México.

     

 


 

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