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La herencia *

 

 

 

 

 

Cuento muy cercano a la cotidiana realidad

 

 

Ahí estaba en el sillón, completamente rígido, inmóvil. Todo parecía indicar  que la causa de su muerte se debió a un fulminante ataque al miocardio. Al menos eso fue lo que percibieron los familiares del occiso, quienes se encontraban en la casa de este último, disfrutando de una velada familiar y de negocios.

 

__¿Te fijaste? __decía Melquíades, el mayordomo, a otro de sus compañeros de servicio__. Apenas acaba de morir, y míralos, ya están hablando de dinero.

__¿A poco tenía mucho dinero el señor?

__¡Qué va, hombre! El señor está… estaba… podrido en lana.

__No lo sabía.

__Pues sí. ¡Pobre don Facundo! Solamente ver y escuchar a sus hijos y sobrinos hablar ya del dinero y el testamento, da coraje.

__De veras que sí. __le respondió el otro, al tiempo que eran requeridos para algo.

 

A la vez que esto pasaba, otra conversación se daba en la biblioteca, casi al lado del difunto.

__Oye, Rodrigo __pregunta una de las hijas de don Facundo, a su hermano más chico__. ¿Qué crees que debamos hacer? Hay que hacer algo, avisar a los demás. No sé… Llamar al médico. ¿De qué moriría? Ojalá no le hayan hecho algo. No sé, tengo miedo, por eso te insisto, hay que hacer algo.

__Pues yo creo que sí __respondió a su hermana, al tiempo que se detenía a hacerle ahora él una pregunta. __¿No le habrá puesto nuestro primo Paco algo en la bebida? Acuérdate que andaban disgustados por lo de las acciones de la empresa.

__¡Ay, hermanito, ni digas, que tú también pudieras ser! ¿No te enojaste con nuestro padre porque no te dejó la dirección de empresa que está en Guadalajara?

__¡Qué méndiga eres, Susanita! Tú también que estabas enojado con él porque no quería que anduvieras con ese patán de Ernesto, que sólo te quiere por tu dinero, no porque estés bonita.

__Bueno, ¡ya, ya! No sigas, que ahí viene el víbora de nuestro primo. Vamos a ver que quiere.

 

__¡Hola, primos! Siento mucho la muerte de mi tío. Tanto que le quería; pero, por otra parte, qué bueno que tuvo una muerte rápida. Creo que nadie nos lo esperábamos.

__Sí, Ricardo, creo que nadie de nosotros nos lo esperábamos. Al menos nosotros… sus hijos. ¿Y tú? __preguntó a boca jarro, Susana, recalcando esas tres palabras: “Al menos nosotros…”.

__¿Yo? __se sorprendió Ricardo ante la pregunta. __Pues, no, no sé… No sé qué decirte.

__¿Crees que debamos hacer algo? __intervino ahora Rodrigo. __Tú eres administrador y sabes de los negocios de nuestro padre.

__Creo que lo mejor es que llamemos a un médico que dictamine sobre lo que le pasó a mi tío. A menos que alguien opine otra cosa.

__¿Como qué cosa? __inquirió Susana, como ansiosa de hallar un tipo de respuesta especial.

__Pues que su muerte haya sido debida a otra cosa… Que alguien haya intentado asesinarle. Ustedes saben, tenía mucho dinero.

__¿Y quién? ¿Nosotros? ¡Estás loco! ¿Cómo se te ocurre decir eso? __respondió Susana, con enojo.

 

Mientras tanto, al otro lado de la sala, otros tres hijos de don Facundo discutían qué acción debía tomarse, luego de la muerte de su padre.

__Creo que lo mejor será llamar al médico. Hay que ver que nos dice __dijo en tono calmado, Facundo, el mayor de los hermanos.

__Tal vez sea conveniente llamar de una vez al abogado, para ir acelerando trámites __intervino Joaquín el segundo de los hijos, al tiempo que tomaba el penúltimo trago de un whisky doble que recién le había servido uno de los sirvientes.

__Buena idea __señaló Juan, hermano de los dos anteriores, quien se ofreció a llamar por teléfono.

 

Entretanto, los restantes cinco hijos y dos sobrinos más de don Facundo discutían, se pudiera decir, animadamente, sobre los pasos a seguir, ya no tanto en cuanto al funeral, sino más bien, en cuanto al legado que dejaba.

Todos lo ahí presentes sabían que Don Facundo, un hombre viudo, casado tres veces y con diez hijos a cuestas había dejado una gran fortuna. Nadie sabía a ciencia cierta el monto exacto de la misma, pero calculaban que ésta podía ascender a poco más de doscientos millones de pesos.

La mayoría estaba ansioso por saber el contenido del testamento, ¿quién de los ahí presentes se quedaría con toda su fortuna? Sabían que el viejo tenía ideas extrañas, y nada les sorprendería si a final de cuentas a Don Facundo se le hubiera ocurrido legar toda su fortuna a algún instituto de beneficencia, un asilo de ancianos, un hogar para niños desamparados o algún instituto para débiles mentales. En él cabía toda posibilidad.

Todos miraban, pero nadie actuaba. Risitas de nervio se dejaban escuchar en el recinto. Los comentarios velados se dejaban escuchar con más fuerza, pero nada podía sacarse en concreto.

Don Facundo había sido un escritor de bastante éxito, que no quería saber nada del mundo exterior. A él no le importaba mucho el qué dirán; por ello su familia y amistades en quien podía recaer la fortuna; también sabía que a Don Facundo le gustaba jugar bromas, y su legado podía ir a pasar a manos desconocidas para todos.

Si bien su muerte había sido presenciada por quienes en ese momento estaban reunidos, la forma como fue cayendo lentamente en el sillón de la biblioteca era casi como una de las tantas representaciones que había hecho en su época de estudiante y que a menudo contaba en sus historias y cuentos que buena fama le habían dado.

La mayoría concordaba que si querían saber a dónde iba a parar esa fortuna, tendrían que llamar al abogado a fin de leer el testamento. Lo de tener que esperar al médico de cabecera para certificar su muerte, lo del sepelio y otros trámites de rigor, poco les importaba. Lo más importante era le herencia.

Preguntas y respuestas se cruzaron, todos escucharon las sinvergüenzadas e ironías de quienes rodeaban y veían a Don Facundo que parecía tener un mejor semblante que los vivos. De pronto tocaron a la puerta, un timbre de tipo chicharra hizo reaccionar a los presentes.

__Tocan a la puerta __señaló ansiosa Gina, otra de las hijas de don Facundo __. Debe ser el médico.

__O tal vez el abogado __señaló ansioso Joaquín.

__Sí, __se apresuró a decir Juan __ dijo que vendría lo más pronto posible.

__Melquíades, abre. ¿No oyes que tocan a la puerta? __dijo con voz autoritaria uno de los familiares a Melquíades, el mayordomo.

__Sí, ya oí, lo que pasa es que entró una llamada telefónica, era la policía.

__¿La policía? __preguntaron con asombro, casi al unísono, la mayoría de los ahí reunidos.

__Sí, la policía __respondió Melquíades __. Era para avisar que últimamente ha habido muchos robos en el sector y que van a reforzar la vigilancia. También para ponerse a nuestras órdenes, por si se nos llega a ofrecer algo.

El susto mayúsculo que se llevó la familia ante al anuncio de la llamada de la policía, fue motivo para que todos pidieran una nueva ronda de bebidas junto con una taza de café bien cargado. La verdad es que todos se notaban nerviosos, preocupados; pudiera decirse, que hasta angustiados

La persona que llamaba a la puerta no era nadie. Se trataba más bien de alguien a quien se le había descompuesto el auto, y creyó que ahí vivía un amigo suyo.

__Lo siento, aquí no es. La persona que usted busca vive en la casa de al lado __.Y dicho esto, el mayordomo cerró la puerta.

No habían pasado ni cinco minutos, cuando de nueva cuenta se escucha el timbre de la entrada. Esta vez fue otro de los sirvientes de la casa quien abrió la puerta y ante ella apareció una figura diminuta. Era el médico que había sido llamado por alguno de los familiares para ver qué podía hacerse, aunque todos ya sabían que Don Facundo había pasado a mejor vida. La revisión del doctor, amigo íntimo del muerto no duró mucho. Los presentes vieron en el galeno cierta sonrisa llena de morbo, casi sarcástica. Muchos incluso pensaron mal del recién llegado. Era para muchos, en ese momento, alguien más de los que podían sacar ventaja de su muerte.

__No hay nada que hacer, está muerto, bien muerto __dijo fríamente no sin dejar de mostrar y entrever una mueca y sonrisa algo burlona__. Hay que llenar estos papeles, ir a la funeraria y ya ustedes sabrán la mejor manera de despedirle.

Por vez primera, todos los familiares del difunto estaban juntos. Esperaban de un momento a otro la llegada del abogado, aquel que llevaba todos los negocios de Don Facundo. En esta ocasión, la espera no fue mucha. La chicharra, esta vez se escuchó medio apagada y lúgubre, era para avisar la llegada del hombre que en su portafolio traía el testamento. Él era otro de los interesados __a decir de algunos__ en le herencia de Don Facundo

__Señor notario, qué bueno que viene, le estábamos esperando __dijo uno de los familiares.

__Sí, nuestro pobre tío ha muerto. ¡Tanto que le queríamos y se nos ha adelantado en el viaje! __dijo Gina reposando su cabeza en el hombro de su hermana.

__Cierto, y se nos ha ido para siempre __apuntó una de las nueras, haciendo esfuerzos por mostrar una lágrima que de plano no le salía.
__¡Pobre, pobre padre mío, ahora nadie le va a poder cuidar en su tumba y nos ha dejado solos, sin dinero, sin amor y sin consuelo! __dijo Gina, en forma por demás melodramática, sin que nadie le creyese.

__¡Qué desgracia para todos nosotros y nosotras! Tener que quedar solas y desamparadas sólo con el recuerdo de sus viejos retratos y descuadernados libros __decía una de sus nietas en forma desesperada, casi arrancándose los cabellos.

__Calma, calma, no se preocupen, todo está aquí apuntado. No recuerdo muy bien, pero mi buen amigo Facundo era un hombre muy previsor, y seguro habrá algo para todos.

A las palabras del notario hubo una respuesta de calma, pero resultaba claro que a los ahí presentes lo único que querían saber a dónde iba a parar la herencia.

__Tomen asiento, __les pidió__ voy a hacer una excepción y les voy adelantar algo referente al testamento. Recuerden que debo tener su acta de defunción, que aún no la tengo, y necesitaré ciertos papeles y dinero por adelantado para proseguir este trámite.

__Prosiga, prosiga __dijo uno de los hijos mayores__. Usted no repare en gastos, sabemos, de eso estamos seguros, habrá para todos. ¿No es así?

__Eso esperemos __respondió con una sugerente sonrisa el señor notario.

El ambiente estaba ya no tan frío, sólo el semblante del muerto parecía haber cambiado y denotar cierto enojo. Pero, ¿qué podía hacer un muerto?

Todos los presentes estaban atentos a las palabras del notario que iba e empezar a leer parte del testamento. De pronto un ruido se oyó, las luces se iban y volvían aparecer. El miedo se empezó a apoderar de algunos de los familiares.

__¡Ay, que miedo! __dijo Gloria, una de las sobrinas.

__Sí, parece que fuera un mensaje del más allá __expresó Gina, visiblemente temerosa.

 

Y lo que nadie esperaba, la luz se fue por completo. El testamento ya no pudo leerse. La obra de teatro en que un grupo de amigos había ido a ver esa noche a Teatro de la Ciudad tuvo que ser suspendida. Un tremendo apagón a causa de la lluvia que caía en la ciudad, dejó sin luz a mil doscientos espectadores, entre ellos muchos alumnos y estudiantes de teatro, cafés literarios, cuentistas, narradores y uno que otro profesor de literatura.

Nadie podía creerlo, ¿cómo podía pasar esto? Ahora, no iban a saber el final de la obra. Estaban por completo picados en quién iba a recaer todo ese legado que se decía poseía don Facundo. ¡Si al menos devolvieran el dinero de las entradas! Pero no todo estaba perdido, entre velas y lámparas de baterías, alguien desde el escenario pedía disculpas anunciando que ser haría la devolución del dinero con previa identificación de la contraseña.

El grupo de diez estudiantes que había ido a ver la obra, para comentarla en su clase de dramaturgia decidieron ir a cenar unas pizzas en un lugar cercano al teatro. Estando allá, alguien de los muchachos recibió una llamada por su celular. Llamaban de su casa para avisarle que un tío suyo había fallecido unos quince minutos antes, que era necesario que se presentara lo más pronto posible, querían saber en que iba a parar lo de la herencia.

 

 

Fuente: Tomado de “La herencia”, Federico Ortíz-Moreno (2002).

      Cuentos publicados en “El saxofonista y otros cuentos”.

 

 

 

 

 


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